l ejército de ocupación de Israel realizó disparos directos con munición real contra una misión diplomática conformada por representantes de México, Francia, Reino Unido, Canadá, España, Rusia, la Unión Europea, Egipto, Jordania, Marruecos, Portugal, China, Austria, Brasil, Bulgaria, Turquía, Lituania, Polonia, Japón, Rumania, Sri Lanka, Canadá, India, Chile y otros países en Jenin, ciudad de la Cisjordania ocupada ilegalmente. De acuerdo con un miembro de la comitiva, no fue sólo una o dos veces, sino disparos repetidos; es una locura, no es normal
. Estambul afirmó que el incidente es una nueva demostración del sistemático desprecio de Israel por el derecho internacional y los derechos humanos
. La mayoría de estados afectados han condenado los hechos, pero hasta el cierre de esta edición ninguno ha ido más allá de convocar al respectivo embajador de Tel Aviv a fin de que dé explicaciones.
Horas después, el primer ministro Benjamin Netanyahu efectuó su primera conferencia de prensa en cinco meses, durante la cual se expresó listo para poner fin a la guerra bajo condiciones claras que garanticen la seguridad de Israel
, entre las que mencionó llevar a cabo el plan de Trump, tan correcto y revolucionario
. El revolucionario
plan es nada menos que la limpieza étnica completa de la franja de Gaza y el traslado forzoso de sus 2 millones de habitantes a otros países. De este modo, el premier hizo explícita la política que Tel Aviv ha implementado en la práctica durante ocho décadas masacrando palestinos y haciendo insoportable la existencia de los sobrevivientes. Resulta aterrador constatar hasta qué punto el accionar de Netanyahu y la inmensa mayoría de sus predecesores coincide con la de Adolf Hitler entre 1933 y 1938, cuando el líder nazi alentaba la emigración masiva de los judíos alemanes, se felicitaba por los que había obligado a huir y reprochaba a Occidente por restringir la entrada de refugiados.
Ante estos acontecimientos y los que se han sucedido cada día desde el 8 de octubre de 2023, los medios de comunicación, periodistas, intelectuales, políticos y celebridades que porfían en justificar a Israel no pueden eludir algunas preguntas: si el régimen de Netanyahu dispara a los representantes de cuatro de cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, así como de las naciones que ostentan el primer y el tercer mayores arsenales nucleares del planeta, ¿cómo trata a los millones de palestinos desarmados en Cisjordania, Gaza y prisiones dentro de Israel? Si el jefe del gobierno israelí expresa abiertamente sus planes de llevar adelante una limpieza étnica, ¿por qué se entrecomilla la palabra genocidio para referirse a lo que ocurre en Gaza? Y sobre todo, ¿por qué en este caso las reacciones se limitan a una tibia reprimenda diplomática, cuando un ataque idéntico perpetrado por otro país daría paso al cierre de embajadas, el establecimiento de sanciones, el bloqueo financiero y el ostracismo político y cultural?
Quizá la respuesta puede encontrarse en la propuesta presentada ayer por la titular de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, para deportar migrantes a países con los que no tengan ningún vínculo: el racismo, el colonialismo y el supremacismo blanco nunca abandonaron Occidente; sólo se camuflaron bajo el lenguaje de la corrección política y hoy están de vuelta desembozados en Washington, en Bruselas, en Londres, Berlín y donde se mire. El tratamiento dispensado a Tel Aviv, aunado a la deriva derechista de las presuntuosas democracias liberales, hace inevitable sospechar que la razón por la cual Occidente contempla impasible el genocidio contra el pueblo palestino es porque comparte la mentalidad racista y colonialista que lo anima.