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Pink Floyd y su diván en Pompeya
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▲ En días pasados, se exhibió en salas de cine de México la versión restaurada de Pink Floyd: Live at Pompeii, filmado en 1972 por Adrian Maben.
 
Periódico La Jornada
Sábado 3 de mayo de 2025, p. a12

El acontecimiento cultural del momento ocurrió durante tres días en las salas de cine, con el estreno de la versión restaurada para pantallas IMAX del documental Pink Floyd: Live at Pompeii, filmado en 1972 por Adrian Maben.

Las dimensiones artísticas descomunales de este tesoro fílmico y musical quedaron de manifiesto como nunca gracias a los trabajos de restauración de la cinta visual y la sonora. Aún falta más por descubrir, cuando se lance a la venta el vinilo con la calidad de sonido que pudimos apreciar en la sala de cine.

Ante nuestros ojos, la magnificencia de las imágenes de ese peculiar concierto sin público, una obra de arte de relato fílmico. En nuestros oídos, la música alucinada que los conocedores ubican como el non plus ultra de la música de Pink Floyd, desde que la conocimos en su versión en videocaset de formato Beta, hoy prácticamente imposible reproducirlo porque ya no existen las máquinas para ese formato, aunque después hubo versiones en devedé. El audio original también se consigue, pero lo que presenciamos el pasado fin de semana jamás lo olvidaremos por su impacto artístico tan atronador, tan fulminante.

Lo primero que se oímos en la sala es una nota incisiva, percusiva al mismo tiempo que electrónica, un goteo infinitesimal, una nube. Ya la conocíamos, desde luego, porque es el inicio de la pieza Echoes, del álbum Meddle, de 1971, pero al escucharla en la sala de cine, a toda potencia tecnológica, descubrimos por fin su naturaleza:

es como un filme de Stanley Kubrick, y eso nos lleva a la fuente original: es Gyorgy Ligeti, quien para 1971, cuando los Pink Floyd grabaron Echoes, ya había definido la hondura de su pensamiento musical: la música quieta.

Ponga a sonar, hermosa lectora, amable lector, el inicio de Echoes y estará de acuerdo en el aserto. La mente viaja hacia 2001: A Space Odyssey, y luego hacia Eyes Wide Shut.

Ponga ahora a sonar Lontano, composición de Gyorgy Ligeti, y luego Atmospheres, y experimentará el efecto de música quieta que buscó y logró el compositor húngaro.

La indagación de Ligeti se concentró en el funcionamiento del cerebro humano y su capacidad de percibir sonidos que, si son muy rápidos, no alcanza a abarcar la comprensión de cada una de sus partes, sino que las recibe como un todo, como una masa, como una nube. De manera que prescindió del uso del pulso en su música y dispersó líneas melódicas a placer entre los ejecutantes de sus obras.

El siguiente paso de Ligeti fue alargar la duración de las notas de forma progresiva, para convertir una melodía comprimida en un acorde y de esa manera hacerla audible, y luego les aplicó cambios rítmicos estratégicos hasta lograr su concepto de micropolifonía.

Pero su meta era, en realidad, lograr una música estática, que podemos apreciar en su obra Atmospheres. Una música sin melodía reconocible en la que el escucha no logra diferenciar sus subdivisiones y que avanza de manera progresiva.

Su concepción de música estática pretendía causar en el oyente la sensación de que el tiempo se congela, que la música fluye, sin principio ni final, eternamente. También logró evocar en el escucha una sensación de que en su música existe un espacio. De acuerdo con la intensidad, se produce una sensación de proximidad o lejanía.

Y eso y no otra cosa es el inicio y el desarrollo de la pieza titulada Echoes, de Pink Floyd.

Por si hubiera alguna duda, lo que cantan a dúo Roger Waters y Richard Wright describe exactamente ese proceso. Pondré enseguida los versos iniciales según mi versión, porque en poesía no hay traducción:

Arriba, cuelga el albatros
inmóvil en el aire
Y en lo profundo de las olas
corales como cuevas en laberintos
Suena el eco de un tiempo distante

Tiempo distante, además, representado en el escenario que propuso el cineasta Adrian Maben a David Gilmour: la egregia Pompeya, sepultada por la erupción del volcán Vesubio en el año 79 y de la que sobrevive su coliseo −construido, por cierto, un siglo antes que el romano− y donde se realizaban peleas de gladiadores y otros espectáculos, de acuerdo con la palabra grabada en una placa por sus constructores: espectacula.

Nadie nos condujo a tierra firme
Nadie sabe los dóndes y los porqués
Pero algo bulle y se asoma
y comienza a escalar hacia la luz

La música alcanza clímax y los versos también:

Extraños en la calle
Dos miradas se encuentran
Y yo soy tú y lo que veo soy yo
Y tomo tu mano
y te acompaño a tierra firme
y nadie nos obliga a movernos
y nadie habla y nadie asoma
Nadie flota alrededor del sol

Ya la guitarra de David Gilmour ha abierto tajos en el cielo de color naranja sobre Pompeya, ya el bajo de Roger Waters gime, da brincos como potro desbocado, ya los teclados de Richar Wright hacen fluir sonidos de magma que estallan en el aire y ya la mirada de Nick Mason se perdió en los confines de los muchos horizontes que se abren frente a nuestros ojos, mientras los suyos están en blanco, poseído como los chamanes cuando entran en trance al dirigir una ceremonia sagrada.

Ya los tambores nos endardecen, ya las miradas se encuentran, ya se juntan las manos, se abrazan las almas. Ya todo es magia y música quieta. Los minutos vuelan. Cuando termina el filme, nuestra mente se queda volando y a todas horas acude a ella ese sonido inicial de Echoes y todos los sonidos que nos causaron asombro, furor, encanto.

Al río de sonidos quietos se suceden ríos de lava, paisajes áridos de donde emana vapor volcánico, murales hechos con mosaicos por artistas de la antigua Pompeya rescatados de la erupción que se exhiben en el Museo Nacional de Arqueología de Nápoles.

Mantos de ceniza y lapilli, esos fragmentos piroclásticos que nacen de la fragmentación de la lava que recubre las burbujas que ascienden y explotan por diferencia de presión interna con la del entorno.

Y todo eso en el alto contraste de la tecnología: Roger Waters activa un sintetizador rudimentario mientras David Gilmour se sienta en el piso a extraer sonidos que Karlheinz Stockhausen introdujo en 1956 en su obra Gesang der Jünglinge: emplazamientos espaciales de fuentes de sonido, con su mezcla de música concreta y música electrónica, mientras Richar Wright enlaza sonidos de colores a lo Olivier Messiaen y el chamán Nick Mason sigue con la mirada perdida, haciendo sonar los parches a los que pegó, con cinta adhesiva roja, rocas levantadas del arenoso piso que hacen tremolar estos cuatro jipis alucinados.

Dado que el material original dio un pietaje de apenas una hora, el cineasta Adrian Maben añadió escenas filmadas en París y en Londres, nada menos que en el templo máximo llamado Estudios Abby Road, donde los Floyd preparaban por esas fechas su nueva obra maestra: The Dark Side of the Moon, y nos solazan con fragmentos entonces inéditos.

A ese pietaje añadió Maben escenas de mucho humor, pero hondas reflexiones cuando los cuatro Floyds se daban un descanso en la cafetería de Abby Road y platicaban y entre broma y veras soltaron netas de alto tonelaje. Por ejemplo, cuando Nick Mason dijo en tono de broma que Roger Waters quería que los cuatro hicieran obras de arte en lugar de piezas de rock, a lo que don Rogelio Aguas contrargumentó con brillantez: si le das una Stratocaster a cualquiera, ese cualquiera no se convierte en Eric Clapton. Lo importante de la producción musical es saber cómo y para qué se toca cada uno de los instrumentos, sea un sintetizador o una guitarra. Lo importante, remató Waters, es que conmueva.

Y esa es la naturaleza del arte. Su capacidad de conmover. Como conmovedora resulta la pieza que añadieron en París, titulada Mademoiselle Nobs, porque es un blues que canta una hermosa perrita de raza borzoi llamada Nobs.

Y así volaron los minutos frente a la pantalla de cine y rodeados de bocinas poderosas.

El estreno de la versión restaurada para pantallas IMAX del filme Pink Floyd: Live at Pompeii es el acontecimiento cultural del momento. Este momento en que danza en nuestra mente la música quieta que puso a sonar Pink Floyd encima de lo que fue magma y lava, furor y furia, sonido y quietud.

Toda esta congruencia tiene aristas eróticas, poéticas, humanas: Pompeya fue el lugar del placer que quedó petrificado bajo el volcán.

X: @PabloEspinosaB

disquerolajornada@gmail.com