ue la Reforma protestante, en sus distintas vertientes, un movimiento nada más de ciertas cúpulas intelectuales masculinas? ¿Se identificaron y participaron en ella otros sectores de la sociedad que han sido poco estudiados por los investigadore(a)s? ¿Qué repercusiones tuvo en la vida cotidiana de, por ejemplo, las mujeres, más allá de las polémicas doctrinales de los teólogos que rompieron con el catolicismo romano?
En el inicio de esta serie intenté describir las características de la Reforma magisterial y la Reforma radical (https://www.jornada.com.mx /2025/04/02/opinion/018a2pol). Ahora resalto el protagonismo de las mujeres en el movimiento anabautista, protagonismo que se manifiesta, particularmente, cuando se presta atención a personajes y acciones en ámbitos regionales y locales. Entonces la investigación es fructífera y de ella emergen mujeres que desafiaron tanto a la Iglesia católica como a las iglesias surgidas de la Reforma magisterial. Un ejemplo de ello es la obra de Linda A. Huebert Hecht, Women in Early Austrian Anabaptism: Their Days, Their Stories.
En la gestación y crecimiento del anabautismo del siglo XVI, las mujeres tuvieron un rol esencial. El anabautismo fue un movimiento popular y la participación femenina fue amplia, mayor que en cualquier otra expresión de las reformas religiosas que se desataron en Europa a raíz de la rebelión encabezada por Martín Lutero. En las distintas expresiones del anabautismo se dio importancia a la acción del Espíritu Santo en la vida de los creyentes, varones y mujeres por igual. Por tal razón hicieron suya la enseñanza de que el Espíritu se derramaba traspasando barreras de clase, educativas, generacionales y de sexo. Las mujeres, desde el entendimiento que los anabautistas tenían de la Biblia, eran también sujetos del accionar del Espíritu Santo y parte activa en las comunidades de creyentes.
Dado que en el anabautismo se enfatizaba la conversión personal, el bautismo como expresión pública del compromiso de seguir a Jesús y la realidad de la Iglesia conformada por creyentes, las mujeres que hicieron suyas las anteriores enseñanzas encontraron que éstas les proporcionaban principios para ejercer voluntariamente sus creencias y no las impuestas por la simbiosis Estado-Iglesia oficial y/o por el clan familiar. Como integrantes de un movimiento gestado desde abajo de la sociedad, las anabautistas padecieron una triple marginación: la primera, por ser mayoritariamente pobres; la segunda, por ser mujeres en una sociedad dominada por el patriarcado, y la tercera por haber elegido identificarse con una secta perniciosa
, demonizada por las autoridades religiosa y políticas.
Lo que sabemos de las mujeres anabautistas del siglo XVI proviene, mayormente, de las actas de los juicios que debieron enfrentar. Raramente dejaron testimonios escritos, ya que la mayoría no sabía escribir o lo hacía de manera muy rudimentaria. Las actas de esos juicios revelan el carácter, las creencias y redes relacionales de esas mujeres, pero también denotan las estigmatizaciones, el reduccionismo y las burlas de quienes las juzgaron y sentenciaron al exilio, pagar multas o a la muerte.
Las mujeres anabautistas ejercitaron la memoria para aprenderse muchos versículos de la Biblia. En las actas redactadas por los juzgadores quedaron plasmadas sus respuestas cuando les preguntaban por qué rechazaban el bautismo de infantes; cómo es que en reuniones caseras practicaban la Cena del Señor en dos especies, pan y vino; qué afirmaban al pedirles cuentas acerca de su desobediencia a las autoridades y sus ordenanzas. Ellas simplemente citaban, sobre todo, secciones del Nuevo Testamento para afirmar que su conducta se basaba en las enseñanzas de Jesús.
En contraste con la sociedad corporativa, las mujeres anabautistas ejercieron una fe consciente y desarrollaron un discipulado voluntario. Debían responder personalmente y no su padre, esposo o guardián por ellas. Al elegir ellas una comunidad de fe estaban rechazando el principio eclesiológico y político reinante en el siglo XVI, el de que según la religión del rey debía ser la religión del pueblo ( cuius regio, eius religio), porque en el anabautismo nadie podía ni debía imponerle la fe a otro ni a otra.
En el siglo XVI, en Europa occidental, entre 2 mil y 3 mil anabautistas fueron ejecutados, miles más torturados. Les confiscaron propiedades, padecieron cárcel y/o destierro, que los obligó a deambular por muchos lugares. La mayoría de las ejecuciones de anabautistas y las persecuciones más crueles tuvieron lugar en territorios católicos.
En el volumen compilado en 1660 por el pastor menonita holandés Thieleman J. van Braght (cuya traducción al inglés se titula Martyrs Mirror y tiene casi mil 200 páginas), se incluyen casos de 278 mujeres, un tercio del total de quienes sufrieron la pena muerte, que fueron llevadas a la hoguera, ahogadas o estranguladas por causa de su fe. Otra fuente menciona que, durante el siglo XVI, en determinadas regiones de Europa, donde la persecución fue más cruenta, las mujeres anabautistas ejecutadas representaron 40 por ciento del total de martirizados. No es posible recuperar la Reforma radical sin aquilatar el involucramiento de las mujeres en este movimiento.