o debe haber dudas ni confianza respecto de lo que nos espera a partir del 20 de enero próximo, cuando se inaugure el segundo periodo gubernamental del presidente de Estados Unidos de América, Donald Trump. El panorama de las relaciones bilaterales se pronostica sombrío, difícil y peligroso, sobre todo por lo disruptivo y estrafalario del carácter del futuro mandatario del país vecino. El zigzagueo mediático de la conversación sostenida recientemente entre Mr. Trump y la Presidenta de nuestro país evidencia que la relación no es y no va a ser fácil ni cordial, como prueban los mensajes contrastantes divulgados en redes sociales.
Las características más notorias, evidentes y obvias del señor Trump son harto ofensivas, y se sustentan en sus actitudes de falta de respeto, violencia verbal, arrogancia, soberbia, prepotencia, abuso, irascibilidad, espíritu dominante y carencia de buenas maneras. Su discurso para con México y para con las y los mexicanos ha sido muy bélico y tan atroz que hasta genera miedo y obliga a pensar muy bien el diseño y la operación de la estrategia que el gobierno mexicano deberá establecer y dirigir frente a él y su gobierno, precisamente para no dejar lugar a dudas, confusiones ni omisiones. Al gobierno que encabezó Andrés Manuel López Obrador el presidente Trump le exigió colaboración forzosa para detener o por lo menos para atenuar el flujo migratorio del sur de la frontera mexicana, no obstante que quedó demostrado que durante el sexenio de Enrique Peña Nieto y durante los dos primeros años de AMLO la migración mexicana disminuyó, aunque volvió a resurgir durante los cuatro años restantes, lo cual demuestra que el reparto de dinero como parte de los programas sociales del gobierno federal no ha contribuido plenamente a que el flujo migratorio mexicano disminuya, sino que se ha acrecentado, y ese apoyo no basta para mitigar las necesidades más sentidas de la población; por ello, nuestros compatriotas siguen buscando irse a residir en Estados Unidos, por necesidad y en busca de mayores ingresos.
El anterior sexenio de México tuvo que ceder ante la amenaza trumpiana de establecer aranceles a los productos exportables mexicanos, y por eso se vio obligado a enviar a la frontera sur a más de 20 mil integrantes de la Guardia Nacional, quienes integraron una especie de muro humano contra el flujo migratorio. Por esa decisión se logró que la amenaza no se cumpliera.
Como presidente electo, Donald Trump ha vuelto a las andadas y ha hecho públicas amenazas y definiciones, entre las que destacan el establecimiento de aranceles (25 por ciento) a los productos mexicanos, la expulsión masiva de migrantes (habló de un millón en la primera deportación), el cierre de la frontera con México y la invasión territorial, con el propósito de venir a capturar a los que allá califican de narcoterroristas; más la revisión del T-MEC. Todos estos asuntos están en el debate binacional, y ahora hasta contra Canadá arremetió el futuro mandatario estadunidense en el tema de los aranceles, lo cual obligó al primer ministro de ese país a trasladarse a Florida a entrevistarse con Donald Trump durante una cena celebrada en su famosa residencia.
La exigencia actual para México es que el gobierno que encabeza la doctora Claudia Sheinbaun sea eficaz en el combate al narcotráfico, especialmente contra los traficantes de fentanilo y que contribuya más a detener la migración hacia Estados Unidos, ignorando, al parecer, el informe de las estadísticas del gobierno de Joe Biden en el sentido de que el flujo migratorio que cruza nuestro país procedente del exterior se ha reducido en más de 70 por ciento durante los últimos dos años. Este dato, al parecer no le importa a Mr. Trump, o al menos gusta dar la impresión de que lo ignora o no le interesa. En la víspera de la asunción como sucesor del presidente Biden, el empresario neoyorquino muestra que va en serio con sus advertencias y amenazas, sobre todo a partir de los anuncios que ha hecho respecto de quiénes serán sus colaboradores en el gobierno: todos los nombres dados a conocer señalan a personajes de línea muy dura y muy radical ubicados en la ultraderecha estadunidense, quienes se han caracterizado por ser enemigos verbales, mediáticos y también amenazantes hacia nuestro país y especialmente contra quienes migran, y también presionando al gobierno del segundo piso de la 4T, lo cual es un presagio ominoso que anuncia futuras y funestas tempestades diplomáticas, económicas y sociales con intenciones intervencionistas.
Ante ese arrojo no hay duda de que la soberanía de México debe respetarse y defenderse, siempre. Con Donald Trump no debe haber lugar para la ingenuidad ni para sorpresas, dado el odio manifiesto y las ideas tan negativas de él y de su futuro equipo de colaboradores. En lo personal no pienso que el futuro presidente estadunidense cumpla al pie de la letra sus dichos y anuncios amenazantes. Considero que va a presionar haciendo planteamientos y propuestas exigentes muy radicales y de enorme dureza ante el nuevo gobierno mexicano, y seguramente algo logrará, pues su estilo es presionar, amenazar, asustar y alarmar hasta lograr algo del propósito buscado.
Tampoco calculo que Trump cerrará la frontera con México como lo ha anunciado, pues ello sería antieconómico para su propio país y para México. Sí me parece que expulsará abusivamente a cientos de miles de migrantes, pero pienso y deseo que no lo hará con el millón de personas que ha expresado. Seguramente buscará la declaración de narcoterrorismo, pero no considero que invadirá nuestro país para capturar narcotraficantes en territorio mexicano, pues violentaría la soberanía nacional mexicana y el derecho internacional, pero en cambio en ese contexto sí podrá lograr –basado en la presión– un acuerdo y la autorización respectiva para que un mayor número de agentes actúen de manera legal
en nuestro país.
En mi opinión el amago del arancel de 25 por ciento a los productos nacionales es un juego sicológico de presión política, y lo más probable es que sea una medida que no se pondrá en operación, pero a cambio podría lograr algo para reducir la migración y para asumir medidas conjuntas más efectivas y eficaces contra el narcotráfico y el crimen organizado. Al parecer, al futuro presidente de Estados Unidos no le preocupa que con los supuestos aranceles se encarecerían los productos y las mercancías que consume su mismísima población; tampoco reconoce que con la expulsión masiva de migrantes se encarecerá la mano de obra que usan las empresas de su país. Me parece que las primeras reacciones de la Presidenta mexicana han sido correctas al responder con firmeza, contundencia y con buenas maneras las amenazas del vitriólico vecino, pero el gobierno mexicano no debe confiar y en cambio debe defender con efectividad y realismo los intereses nacionales.
Celebro que el sector empresarial mexicano esté respaldando la política gubernamental en estos menesteres, pero se requiere más. Esperemos que muy pronto se lleven a cabo encuentros civilizados e institucionales entre ambos presidentes y con los dos equipos de gobierno. Lo deseable es que surjan y se firmen acuerdos en los que las dos partes cedan en algo aceptable para ambas naciones, a la luz de que México es el principal socio comercial de Estados Unidos. La firmeza y la prudencia en medio de la terca realidad persistente han de ser buenos consejeros para ambos gobiernos, pero siempre habrá que estar alertas, atentos y prestos para reaccionar a las amenazas dadas a conocer con tanta virulencia.
No hay razón ni tiempo que perder. Son tiempos para no pestañear o para no descuidarse ni un segundo frente al agresor. Las y los mexicanos debemos hacer votos para que nuestro país salga razonablemente victorioso y para que el forcejeo se atenúe. Expuesto lo anterior, lo que es incomprensible es el por qué la mayoría de los electores de origen mexicano y latino –sabiendo muy bien lo que le espera a sus congéneres indocumentados– votaron mayoritariamente por Donald Trump para presidente de Estados Unidos. Ahora, ante tantas amenazas del futuro presidente estadunidense a Canadá, también es de esperarse un acuerdo previo de la presidenta Claudia Sheinbaum con el primer ministro de ese país, Justin Trudeau, para articular un plan conjunto de defensa de los intereses de México y de Canadá.