Editorial
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Biden: ¿una despedida criminal?
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e acuerdo con diversos medios informativos de Estados Unidos, el presidente saliente de ese país, Joe Biden, habría autorizado al régimen ucranio emplear los misiles ATACMS que le ha proporcionado contra objetivos situados en territorio ruso, pese a la advertencia formulada en septiembre pasado por el mandatario ruso, Vladimir Putin, en el sentido de que esa medida sería considerada como un ataque directo de Washington y de la OTAN contra Rusia; a decir de Putin, el personal militar ucraniano carece de las capacidades y condiciones técnicas para operar los ATACMS, los cuales sólo podrían ser dirigidos por especialistas castrenses de Estados Unidos o de otros países de la alianza atlántica.

El pretexto de tal decisión sería la versión –que esos mismos medios presentan como un hecho comprobado– de que hay tropas de Corea del Norte reforzando a las rusas, particularmente en la zona de Kursk, por más que esa circunstancia bien podría ser una de las fabricaciones habituales de Estados Unidos para emprender nuevas guerras, como lo fue en 2003 la pretendida posesión de armas de destrucción masiva por parte de Irak, algo que sólo existió en la mente de los fabricantes de propaganda de Washington.

De confirmarse la autorización referida, el mundo estaría en las puertas de una confrontación entre las mayores potencias nucleares, un escenario obligadamente catastrófico no sólo para Ucrania, Estados Unidos y la Federación Rusa, sino para todo el continente europeo y para la humanidad en su conjunto.

Debe tenerse en cuenta que el próximo ocupante de la Casa Blanca, el republicano Donald Trump, se ha referido en diversas ocasiones a su determinación de procurar un final rápido para el conflicto entre Kiev y Moscú. En tal circunstancia, resultaría insólito y perverso que a menos de dos meses de dejar el poder, Biden adoptara un decisión que heredaría a su sucesor un escenario bélico mucho más violento, complicado y peligroso que el actual.

El bombardeo de objetivos rusos con esa clase de armamento –que tiene un alcance de 300 kilómetros– podría dar lugar a una respuesta devastadora contra la propia Ucrania. Desde la perspectiva de Occidente, el seguir azuzando la escalada militar entre ambas naciones eslavas ha dejado de tener sentido, si es que alguna vez lo tuvo, y se presenta más bien como una ruta disparatada. Así han empezado a reconocerlo a regañadientes diversos gobiernos europeos y sus diplomacias se lo han hecho saber al propio Volodymir Zelensky.

Resulta obligado preguntarse, entonces, si la información comentada es un simple globo sonda –práctica habitual entre los hacedores de política exterior estadunidense– y, en caso de ser cierta, qué propósitos podría tener, fuera de incrementar el riesgo, de suyo elevado, de iniciar una tercera guerra mundial. La respuesta bien podría provenir de donde han provenido casi siempre las iniciativas belicistas de Estados Unidos: de su propio complejo militar industrial, siempre ávido de crear y de expandir mercados para sus productos de destrucción y muerte.

Si Biden ha decidido complacer la avidez de ganancias de ese sector, estaría rubricando su despedida de la presidencia con un crimen de escala global. Cabe esperar, por el bien de toda la comunidad internacional, que se trate de una información falsa.