Editorial
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Israel extiende el terror
E

l bebé Abdel-Rahman Abu El-Jedian, de 10 meses, se convirtió esta semana en el primer caso confirmado de poliomielitis en la franja de Gaza en 25 años. El brote de esta enfermedad incurable que provoca parálisis permanente e incluso la muerte es una tragedia anunciada desde que Israel comenzó a destruir de manera sistemática todos los hospitales del enclave palestino y a masacrar al personal de salud.

Ya desatada la catástrofe, Tel Aviv accedió a una serie de breves treguas humanitarias para permitir la vacunación de unos 640 mil niños, buena parte de los cuales ya podrían estar contagiados. Más que un gesto humanitario, el permiso para que la Organización Mundial de la Salud (OMS) vacune a los infantes parece una broma macabra, pues los niños podrían morir bajo las bombas, las balas o los buldózeres horas después de ser inoculados.

No conforme con el exterminio de los palestinos apiñados en Gaza, en las semanas recientes Israel extendió el terror a Cisjordania, donde la población árabe sufre a diario las intimidaciones y agresiones de colonos cegados por el odio genocida, quienes son protegidos y respaldados por las fuerzas armadas.

Mientras en Gaza el número de fallecidos –sin contar a los desaparecidos– ya asciende a 40 mil 600, en Cisjordania suman al menos 637 víctimas de la violencia israelí, cuyos ataques se dirigen de manera indiscriminada hacia zonas residenciales, campos de refugiados y mezquitas.

El deseo del gobierno ultraderechista encabezado por Benjamin Netanyahu de replicar en los territorios ocupados la limpieza étnica y la destrucción total que lleva a cabo en Gaza se refleja en declaraciones como las del canciller Israel Katz, quien se mostró a favor de una evacuación temporal del mismo modo que en el enclave.

Con este eufemismo se refiere al hecho de que 90 por ciento de los edificios de Gaza han sido arrasados y dañados, y 100 por ciento de los habitantes han tenido que abandonar sus hogares en el desesperado intento de huir de las bombas. Hay personas que se han desplazado hasta 11 veces por la siniestra práctica israelí de declarar segura una zona, bombardearla, hacer que los pobladores se muevan a una nueva locación y, de nuevo, dirigir ahí sus explosivos.

Occidente ha reaccionado a este horror con una combinación de titubeos y abierta complicidad con Tel Aviv, con ejemplos tan vergonzosos como el de Reino Unido, que no sólo no condena los excesos israelíes, sino que refuerza su persecución contra simpatizantes de los palestinos. Washington, con la doble cara que caracteriza su política exterior, insta a proteger a los civiles y dice rechazar en principio los desplazamientos masivos, pero los justifica en el contexto de operaciones antiterroristas sensibles y continúa el envío de armas de alto poder a Israel.

El alto representante de la Unión Europea (UE) en política exterior, Josep Borrell, ha usado un tono firme al ordenar el inicio del proceso técnico para preparar sanciones contra ministros israelíes por sus acciones y declaraciones extremistas, pero hasta ahora todo ha quedado en retórica.

Ante este panorama, cabe saludar la condena emitida por la Secretaría de Relaciones Exteriores a las incursiones del ejército israelí en el norte de Cisjordania y sus campos de refugiados, que han dejado múltiples víctimas mortales y dañado infraestructura esencial, pero está claro que la comunidad internacional debe hacer mucho más para poner freno a la barbarie que padecen los palestinos bajo la potencia ocupante de sus tierras.