n unas horas, Joe Biden y Donald Trump estarán ante la encrucijada de su destino personal y deberán tomar decisiones políticas en las que arrastrarán a millones de estadunidenses. Después del resultado del conteo de votos, cualquiera de los dos puede optar por impugnar las elecciones si el voto no le favoreciera, pero en el caso de Trump esto es más real porque su postura ha sido la de no reconocer la posibilidad de una derrota.
Ambos candidatos representan a la élite del poder económico y político; industriales, inversionistas de las grandes bolsas y consorcios banqueros, al capital de las tecnologías de la era digital, y de la gran industria farmacéutica, élite dividida ante el presente referéndum. Una parte de ella es proclive a radicalizarse hacia tácticas fascistas contra demandas populares.
Hace cuatro años, los medios vendieron la imagen de Trump como la de un personaje venido de fuera de los círculos políticos tradicionales para desplazar a los desprestigiados políticos profesionales. No fue lo único que le ayudó. Cambridge Analytica, la empresa inglesa de tecnología digital que antes había experimentado en las elecciones para influir en el voto que llevó el Brexit al Reino Unido, se pegó a la campaña de Donald Trump.
En Estados Unidos, Cambridge, mediante convenio con Facebook, pudo utilizar 50 millones de perfiles de personas votantes inscritos en la red social, y realizó el primer experimento digital para influir masivamente en el electorado estadunidense previamente segmentado de acuerdo con sus perfiles sicológicos y políticos, a través de bombardeos de mensajes definidos algorítmicamente. Si Rusia jugó allí un papel o no, es cosa que no pudo dilucidarse antes de la renuncia, en 2019, del fiscal especial Robert Mueller, encargado de las investigaciones.
En tanto, Mark Zuckerberg a duras penas pudo salir del escándalo en el que se vio envuelto Facebook, por una acción ilegal que le costó millones de dólares.
Por supuesto, lo que más ayudó a Donald Trump contra Hillary Clinton, su contrincante de hace cuatro años, fue el fracaso de las expectativas económicas creadas por los ocho años de Obama que terminaron en fracaso, y aunque el electorado le otorgó el voto mayoritario por escaso margen, no vio en el discurso de Hillary una salida decisiva a su situación. A pesar de que ésta ganó el recuento del voto universal, el triunfo se lo llevó Trump porque concentró su esfuerzo en los distritos que proporcionan mayor número de delegados al Colegio Electoral, verdadero elector del sistema de Estados Unidos.
Este procedimiento ha cambiado poco, porque la contabilidad de 50 millones de votos emitidos previamente enfrentará a republicanos y demócratas en un conteo de voto por voto y casilla por casilla, que sin una diferencia bien marcada en los números, a su vez podría llegar a la Suprema Corte de Justicia, donde los republicanos tienen mano, eso a pesar de que probablemente Trump y Biden no resistirán la tentación de proclamarse ganadores la misma noche del martes 3 de noviembre.
Si las maniobras de los republicanos son exitosas y logran la presidencia sin contar con la mayoría de votos certificados legalmente, Estados Unidos estaría en medio de una especie de golpe electoral desde la derecha más radical, que de consolidarse, inevitablemente conduciría a un golpe de Estado, lo cual llevaría a la cancelación de leyes fundamentales de esa nación, y terminaría por movilizar a los grupos sociales de anglosajones, y el resto de grupos étnicos entre quienes estarían los latinos, (mexicanos y demás nacionalidades latinoamericanas) negros e indígenas.
La nueva situación abre una coyuntura muy amplia, pero toma a los movimientos populares estadunidenses inactivos y dispersos, tal y como se reafirma con las declaraciones de la líder de The Rising Majority, Ash-Lee Woodard, en magnífica entrevista para este diario, https://www.jornada.com.mx/2020/10/30/mundo/024n1mun#texto.
La razón de este desinterés reside en la casi nula representación que tienen las demandas de los movimientos populares en la campaña de los demócratas, cuya nomenclatura decidió volver a descarrilar como hace cuatro años al precandidato Bernie Sanders a través de maniobras antidemocráticas, único dirigente con arrastre popular entre jóvenes y votantes de las clases medias y pobres.
Pero no hay duda; si el golpe electoral logra encumbrarse, la co-yuntura se abriría más e incluso con riesgos mayores, la posibilidad de incluir demandas y proyectos populares a la contienda, podría acrecentarse favorablemente.
* Investigador de El Colegio de Sonora