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Ver día anteriorSábado 31 de octubre de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Movimientos sísmicos
B

olivia y Chile, en sus más recientes expresiones, son la respuesta a un síndrome que recorre varias regiones del mundo. También lo es lo que está ocurriendo en Estados Unidos y que desembocará en las elecciones del próximo martes 3 de noviembre.

Narrativas. El síndrome se refiere, desde luego, al malestar frente a la democracia en sus muy diversas expresiones y aún, en algunas narrativas, al total rechazo –llamándole soberanismo o iliberalismo. Se trata de las tensiones entre democracia y liberalismo.

En algunos ámbitos esta tensión se expresa con algunos rasgos: una marcada xenofobia y una predisposición a destruir reglas, instituciones y formas de convivencia que son consideradas como obstáculos a los cambios que se pregonan. Estas narrativas arriban a su eclosión cuando convergen con dos rasgos adicionales: una profunda crisis social –expresada en anomías, polarización, profunda desigualdad– y un amplio descrédito de los mecanismos tradicionales de intermediación política.

Bolivia. Bolivia pasó a liderar por seis años la tasa de crecimiento económico en Sudamérica con un promedio de 5 por ciento entre 2006 y 2018, pese al entorno internacional desfavorable. Bolivia presentaba en 2018 la tasa de desempleo más baja de la región, con una considerable reducción del coeficiente de Gini a 0.46 y también encabezando la reducción de la tasa de pobreza extrema, que en 2018 llegó a sólo 15 por ciento, el salario mínimo nacional en 2019 alcanzó 305 dólares, superando a varios países de la región. Como lo señala el editorial de La Jornada del 20 de octubre: “En las elecciones presidenciales realizadas el domingo pasado en Bolivia, Luis Arce, del Movimiento al Socialismo (MAS) del ex presidente Evo Morales, derrotó de manera contundente a los aspirantes de la derecha que respaldaron el golpe de Estado de noviembre de 2019 e instauraron un efímero régimen de facto en ese país sudamericano”.

Chile. Hace un año en sus reflexiones sobre las movilizaciones chilenas, el agudo analista Martín Hopenhayn subrayaba que el origen de aquéllas estaba en la dicotomía entre un Chile que presumía el PIB per cápita más alto de la región, el índice más bajo de pobreza, y una amplia expansión del crédito para el consumo; frente a la brutal desigualdad en Chile: en 2017, el uno por ciento más rico detentaba 26.5 por ciento de la riqueza, mientras que el 50 por ciento más pobre accedía a 2 por ciento de la riqueza. A ello añadía Hopenhayn, los increíbles errores estratégicos y tácticos de las élite políticas y económicas. Pero quizás lo más significativo ha sido una encuesta publicada por El Mercurio a principios de octubre de este año, a personajes de la élite chilena, que consideraban que 57 por ciento de los chilenos eran clase media frente a 20 por ciento en la realidad; que el sector acomodado representaba 18 por ciento de la población frente a lo que es cierto, el 3 por ciento, y que 25 por ciento era clase baja frente al auténtico 77 por ciento.

Este desacople entre élites y realidad –generalizado en muchos países del mundo– es un factor más que se añadió al factor clave: las grandes movilizaciones de los ciudadanos encabezadas por un gran número de mujeres. De ellas es el triunfo. Aun falta mucho, pero quién les quita lo bailado.

Estados Unidos. Muchos deseamos que el 3 de noviembre ocurra otro movimiento sísmico acicateado por las movilizaciones de Black Live Matters y de una amplia, plural y multiforme movilización de ciudadanos hartos de las mentiras, la corrupción y la falta de una mínima decencia del patán que deambula en la Casa Blanca.

Trump es el síndrome de una sistemática campaña de las élites económicas y políticas estadunidenses que, por décadas, han tenido por propósito confeso la destrucción de una democracia desfigurada por el dinero, con desfases institucionales y asediada, pero democracia al fin.

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