a quinta edición del Riviera Maya Film Festival –RMFF, para los cuates– tuvo más que sus dosis de problemas para realizarse. Como suele suceder, los cambios en el poder –en este caso la gubernatura de Quintana Roo– han obligado a un replanteamiento. El festival no sólo se retrasó un par de meses –su fecha original era a mediados de abril–, sino sufrió recortes en su presupuesto. Lo de siempre, vaya.
Bajo la perseverante dirección de Paula Chaurand, el festival pudo hacerse de la mejor manera posible, aunque sacrificando algunas secciones (el Riviera Lab, por ejemplo, que rindió tan buenos resultados en ediciones anteriores). Así, se mantuvo el espíritu original que es el de mostrar una variedad de películas que muy probablemente no tendrán su estreno comercial en nuestras pantallas. Un ejemplo claro de ello fue la exhibición de Un arrullo para el penoso misterio, del filipino Lav Díaz, con ocho horas de duración nomás. Previamente exhibida –y premiada– en la Berlinale, la épica histórica quizá sólo vuelva a ser proyectada en la Cineteca. (No sé si alguien tuvo el valor de soplársela completa. Yo me asomé a un par de horas para saciar mi curiosidad).
Desde luego, la sección central del RMFF es la llamada Plataforma Mexicana, donde esta vez compitieron 13 largometrajes, entre ficciones y documentales, a ser calificados por un jurado oficial y un jurado joven. Al margen de las decisiones de ambos, uno encontró dos títulos en especial satisfactorios. El primero, Epitafio, de Rubén Imaz y Yulene Olaizola, recibió al menos una mención del jurado oficial que prefirió el documental La balada del Oppenheimer Park, de Juan Manuel Sepúlveda, para su premio principal.
Basada en las crónicas de Diego de Ordaz, un capitán en la expedición de Hernán Cortés, Epitafio es una lograda recreación histórica sobre tres soldados españoles, comandados por De Ordaz, a quienes Cortés ordenó la misión de explorar el Popocatépetl con fines estratégicos. La película simplemente describe el difícil ascenso de los personajes hasta la cima. Pero lo hace con un notable sentido de la atmósfera y la aventura, apoyado en el sólido trabajo fotográfico de Emiliano Fernández, quien practica el alpinismo. Sin el discurso antihispano que suelen adoptar las muy contadas películas mexicanas sobre la Conquista –aquí el trato con los indígenas es sumamente respetuoso– el tercer trabajo de Imaz, cuarto de Olaizola, representa el afortunado regreso de ambos hacia un cine de mayor voluntad narrativa.
La otra ficción nacional sobresaliente en el RMFF fue Maquinaria panamericana, de Joaquín del Paso, previamente premiada en los festivales de Guadalajara y Durango (en cambio, aquí no fue valorada por un jurado mayoritariamente extranjero). Quizá el ser mexicano ayuda a apreciar los logros de esta original propuesta que enfoca los esfuerzos de los trabajadores de una fábrica por mantener el statu quo, a pesar de que ha muerto el dueño. Encerrados de manera voluntaria en ese entorno, los trabajadores pronto ceden al desmadre y al caos. Con el empleo verosímil de un reparto básicamente desconocido –sólo se reconoce a Javier Zaragoza, como el contador que lidera a sus compañeros—Del Paso no pierde el pulso de una narrativa que podría haberse salido de tono. La película es, además, una rareza, pues combina el potencial de una película comercial con la postura del cine de autor.
Esperemos que los nuevos mandos estatales entiendan el valor cultural del RMFF, festival que ha sabido mantener su propia personali- dad desde el principio, registrando un aumento en el interés de un público local, que asiste en números considerables a las funciones gratuitas, aun tratándose de un cine nada convencional.
Asimismo, es de desear que la sexta edición vuelva a su calendario de abril…y que los cortos publicitarios de los patrocinadores, previos a cada función, no duren tanto como para desalentar al espectador.
Twitter: @walyder