FOTO: ARACELI HERRERA
Pierluigi Sullo* Primero de enero. El día que inagura el Año Nuevo, hace diez años, alguien, en un remoto rincón del sur de México, inauguró el nuevo siglo que debía llegar sólo seis años después. Aquel primero de enero, algunos miles de descendientes de los mayas ocuparon una ciudad, armas en mano -aunque muchos pudieron ver que algunas eran pedazos de madera pintados de negro para imitar fusiles-, y pasamontañas cubriendo el rostro. El gobierno y el Ejército Mexicano, los medios y, naturalmente, las izquierdas que habían lanzado una mirada distraída a todo esto, concluyeron rápidamente que: a) aquellos indígenas de seguro estaban siendo manipulados por alguien, pues eran incapaces por sí mismos de tal desafío al poder mexicano; b) eran guerrilleros, probablemente guevaristas, que celebraban así el fracaso definitivo de las guerrillas latinoamericanas. Los indígenas, que se audodefinían "zapatistas", iban a ser aplastados en pocos días. Su rebelión, fue la conclusión unánime, era la última del siglo que estaba por acabar. En cambio, el 12 de diciembre pasado, en una sala romana, Carta festejó a su manera los diez años de aquella insurrección que continúa, con invitados que llegaron de México, Francia e Italia. En seis intensas e interesantísimas horas, debatieron sobre la manera en que los zapatistas han cambiado el modo de pensar y de intentar la transformación social en la izquierda de todo el mundo y de Italia, naturalmente. Se discutió sobre cómo, justamente, aquella insurrección en Chiapas representó no ya el fin del novecientos, sino un anuncio de los nuevos movimientos y redes sociales que, de Seattle en adelante, han devuelto sentido a la palabra esperanza. Entre otros estuvieron Rossana Rossanda, fundadora de Il Manifesto; Fausto Bertinotti, secretario de Refundación Comunista; Marco Revelli, autor de libros escandalosos como Oltre il Novecento y La política perduta, y también Pietro Folena, de la izquierda de los Democráticos de izquierda; Yvon Le Bot, Luis Hernández Navarro, Hermann Bellinghaussen. Leyendo algunas de las invervenciones se harán una idea de las concordancias y los desacuerdos; en una palabra, de lo que Revelli llama la "fractura" entre los dos siglos, que corre también dentro de la cultura de izquierda. Están quienes otorgan gran importancia al zapatismo, y quienes tienden a verlo como una "revuelta" sin proyecto y sin "potencia" para oponerse a la potencia del liberalismo y, por lo tanto, sin futuro. Pero no es esto, o sólo esto, lo importante. El hecho es que algunas de las mejores inteligencias no conformistas de nuestro país se comprometieron gustosamente a tomar en serio la no teoría zapatista: la renuncia a la toma del poder y el repudio del papel de vanguardia, la red antes que la pirámide, la identidad cultural como medio de diálogo con quienes son diferentes a uno, el autogobierno social en lugar de la política ordenadora. Y es también importante que Carta haya podido organizar esta "cantera de ideas" gracias a la cooperación de la provincia de Roma, que se sintió provocada por la última invención: los caracoles, la junta del buen gobierno, es decir, la coordinación de los municipios autónomos; la aspiración, hecha realidad, de una nueva democracia luego de la muerte por senilidad y debilidad del sistema político nacional. Carta continuará destapando la virtual champaña del "primero de enero", con la publicación en Italia, a fines de ese mes y con una tirada ambiciosa, de 20 y 10. El fuego y la palabra, libro de Gloria Muñoz Ramírez. Un gran esfuerzo, sí, porque ésta es -al menos un poco- también nuestra fiesta. Sin zapatismo, Carta no existiría.
* Director de Carta. Este artículo
es la introducción al número especial dedicado al aniversario
zapatista, publicado el 18 de diciembre de 2003.
|
Marco Revelli
Aquel primero de enero
|