Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 29 de septiembre de 2002
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Política
Rolando Cordera Campos

De marchas triunfales a victorias pírricas

Una vez que el presidente Fox declaró ante el mundo que lo chantajeaban los líderes del sindicato petrolero, cambió el juego del poder. Para bien del Presidente, por lo pronto, pero para mal del país, a un cierto plazo, si a este cambio de juego no le sigue otro que no puede depender de la voluntad o los sentimientos presidenciales.

Las treguas priístas y los triunfos inmediatos del gobierno indican que la coyuntura no es ya la de la huelga en Pemex, pero lo que se pone en cuestión es el futuro de la política democrática. Los pescadores siguen en pos de ganancias fáciles, ahora detrás del Presidente acosado, pero lo que está por delante de todos son tiempos difíciles y así hay que verlos. La conjunción de los astros del plebiscito con que sueñan López Obrador y seguidores, puede volverse realidad ominosa para quienes desde los partidos y fuera de ellos imaginan que la crisis de hoy podría dar lugar a un despeje promisorio mañana. La moneda se ha puesto en el aire y las tentaciones autoritarias aumentan con los días.

Empecemos por la economía de todos tan temida. En ese frente no hay futuro, sino un presente continuo en el que la esperanza languidece y la vida se agrava. La nueva economía no pudo con la vieja y lo que Estados Unidos parece afrontar es un curioso horizonte de crecimiento rampante que no encuentra relevo en Europa y Japón. Con guerra y sin ella, el mundo se adentra en panoramas confusos para los que no hay recetas, salvo las que repite el antiguo mago de la finanza internacional para quien no hay otra ruta del mercado más libre que se pueda. Al volver a su fe juvenil abrevada en las enseñanzas delirantes de Ayn Rand, Greenspan no hace sino dar cuenta de la dificultad canija en que se metió el mundo del fin de la historia, una vez que los mitos de la exuberancia mercantil quedaron en la cuneta.

Al decidir seguir sin chistar la suerte del principal, a México no le queda más que esperar; y a los dichos del secretario de Economía sobre el cambio de giro hacia el mercado interno o los blindajes agrícolas, no les resta sino engrosar el diccionario de los malos chistes de la política económica. Lo que hace la mano tiene que hacerlo el de atrás, y la mano la tienen Guillermo Ortiz y Francisco Gil Díaz.

Pero es la política y no la economía la que lleva el mando, aunque para muchos el problema sea la falta de este último. Es notable cómo los consejeros del príncipe se las arreglan para aparecer y reaparecer todos los días, al amparo de la revolución mediática que cree encabezar el gobierno de la República. Sin acuerdos claros, enfilados a lograr el máximo de transparencia posible en una política que nunca ha tenido vocación para ello, todo quedará en ruido y confusión, y los vacíos de poder serán llenados por la eficacia del transformismo.

Recomendarle firmeza y temple al Presidente en sus vencidas con los líderes sindicales, para al mismo tiempo intentar maquillar a lo peor del corporativismo mafioso y negociante o, por otro lado, insistir en la venta de Pemex, no es una defensa de la democracia, sino tratar de sacar raja de lo que queda de un régimen al que de esa manera sólo se le extiende la vida. Esa es, aunque sibilina, otra forma de chantaje.

El gobierno y los partidos no tienen enfrente la amenaza de una huelga cuya legalidad no está en cuestión, sino la perspectiva de que después de la tormenta y el temor estimulados desde casi todos los frentes de la comunicación de masas, seguirán unas masas insatisfechas e inseguras, pasmadas ante tanto acomodo y reacomodo en las cúpulas sin que para ellas quede algún consuelo.

La victoria de Pemex, como se la empieza a ver, debería servir para aclarar panoramas y definir posiciones. Los cruzados del nuevo régimen deberían arriesgar en serio y proponer al país un proyecto claro del rumbo que quieren seguir. Sin duda, una piedra angular de esta definición tiene que ser la de la empresa petrolera que no ceja de dar ganancias y asegurar la marcha del Estado; la otra es la de un pacto social que no puede quedarse en el intercambio de desafueros... o de prisioneros.

La marcha triunfal debería dar paso a un compromiso explícito con la política democrática, la que hacen los partidos y se condensa en el Congreso. Esta es la transparencia que el desarrollo posible exige y la única que puede salir al paso de la decepción silenciosa que puede llevar el año entrante no a una victoria de las fuerzas del bien, sino a la soledad de la abstención que nadie, salvo el peje volador que gobierna por aquí, puede reclamar como fuente de legitimidad para mandar o desmandarse. Así empieza la semana del cambio de juego. 

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