l 2025 será recordado en los anales de la política exterior como el año en que el multilateralismo tradicional cedió su lugar a una diplomacia transaccional de suma cero. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en enero pasado no sólo alteró la política interna de Estados Unidos, sino que reconfiguró el equilibrio de poder global a través de un bilateralismo agresivo. La experiencia de haber vivido un Trump presidente en 2016 no ha bastado para que este 2025 se haya sentido como un siglo distinto en materia geopolítica.
Tres sucesos definieron el mapa de poder en 2025. Primero, la “paz con alfileres”, tomando el término prestado a la crisis de 1994-1995: bajo presión de Washington, el conflicto en Ucrania entró en una fase de congelamiento táctico. Aunque los combates de alta intensidad disminuyeron, la soberanía de Kiev quedó en vilo, creando un nuevo telón de acero tecnológico y comercial entre Rusia y la OTAN. Segundo, el colapso del régimen sirio: la sorpresiva caída de Bashar al-Assad a manos de facciones rebeldes reordenó el tablero en Medio Oriente, obligando a potencias como Irán y Rusia a replegarse, mientras Turquía y los estados del Golfo emergieron como los nuevos árbitros regionales. Tercera, la carrera por la “soberanía en IA”: 2025 fue el año de la Guerra de los Chips 2.0. Estados Unidos endureció los bloqueos tecnológicos a China, obligando a terceros países a elegir bando en la cadena de suministro de inteligencia artificial. La economía global en 2025 mostró una resiliencia frágil. A pesar de las amenazas de aranceles generalizados, el crecimiento mundial cerró en 3.2 por ciento. No obstante, esta cifra oculta una divergencia profunda: mientras Estados Unidos se apalancó en el auge de la productividad por IA, Europa coqueteó con el estancamiento debido a los altos costos energéticos y una base industrial erosionada. Para México, 2025 ha sido un año de aprendizaje para la nueva administración federal y de reto permanente a la paciencia y a la serenidad, de cara a la administración Trump. En este sentido, si una imagen se quedará grabada en millones de mexicanos, y probablemente trascienda generaciones, es la crueldad y el terror comunicacional del ICE contra los connacionales que viven y trabajan en Estados Unidos.
Una estrategia de comunicación que tiene dos audiencias: la interna, el votante duro de Trump, que aplaude y celebra la mano dura contra los migrantes, y los propios mexicanos en Estados Unidos, que ven en cada redada en un Home Depot, en cada detención afuera de una escuela, la historia que podrían vivir a manos del ICE.
2025 nos ha abierto una ventana al futuro: esta paradoja en la que la aceleración tecnológica sin precedentes se da en medio de instituciones políticas –la democracia liberal incluida– que crujen y se cimbran. Por eso, el próximo año no veremos el regreso a la globalización abierta que tanto se promovió en los años 80 y 90, sino la consolidación de la “globalización de cuates” y los riesgos por una burbuja económica generada por la IA y, en cierta medida, por el mundo cripto.
Tres elementos económicos que habrá que añadir: el ajuste monetario. Se espera que la Reserva Federal estabilice las tasas en un rango de 3 a 3.25 por ciento, buscando un aterrizaje suave. Segundo, la presión fiscal en países emergentes: el incremento paulatino del gasto público está llegando a un límite. La historia económica muestra que los caminos son pocos y nada fáciles: o se gasta menos o se recauda más. Está claro que con la reforma fiscal que intrínsecamente implicó la reforma judicial, la apuesta es por el segundo camino. Tercero, el factor “Mundial”: la Copa del Mundo 2026 servirá de barómetro para el T-MEC. Más allá del deporte, será la prueba de fuego para la integración logística y migratoria de América del Norte en un entorno de retórica proteccionista. Veremos cómo se comportan nuestros coanfitriones cuando todo el mundo esté observando.
El 2026 exigirá a los países, empresas y personas una capacidad de adaptación brutal. El orden basado en reglas ha muerto. En su lugar ha nacido un sistema basado en intereses y alianzas específicas. Los ganadores de 2026 no serán quienes más produzcan, sino quienes mejor gestionen sus dependencias en un mundo que ha decidido fragmentarse para, supuestamente, protegerse.












