Opinión
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No sólo de pan

De acciones, pero, ¿de qué acciones?

E

n nuestra entrega anterior empezamos por afirmar que deberíamos asegurar nuestra viabilidad productiva para el desarrollo autogenerado reivindicando nuestros propios conocimientos ancestrales, cuyos residuos están en cada vez menos conciencias, pero todavía suficientes para volver a levantar al país con nuestros recursos materiales e inmateriales, como son los conocimientos milenarios que impresionaron a los invasores hispanos de origen campesino, pero fueron despreciados por los mandamases que impusieron las técnicas europeas y, en particular, las relacionadas con la agricultura de los cereales de la familia triticum y del ganado vacuno…

El problema es que el tipo de agricultura adoptado por los invasores, perpetuado hasta la fecha, ha revelado su principal característica en el deterioro irreductible de la producción originaria, llevando a la desertificación (cuyo proceso continúa) y empobrecimiento de la población, desde entonces llamada “mexicana”, mientras, si el sustento tradicional de los pobladores originarios respondía a las características naturales de su territorio, el destierro del uso racional del suelo (que nos empobreció cada vez más y hasta la fecha), pero sobre todo minó la población natural en número de individuos, la salud de la gente del campo se deterioró (hasta la fecha) y perecieron pueblos enteros por falta de su alimentación tradicional, completa y sustentable, en tanto algunos dedicaron su fuerza a la producción de mercancías (fuera de su alcance adquisitivo) y otros emigraron a Estados Unidos.

Por su parte, los sucesivos mandamases españoles, criollos, mestizos hispanizados… y otros extranjeros que vinieron a asentarse en nuestro territorio, desviaron la flecha de la balanza del desarrollo hacia la meta de los países industrializados, sin ocuparse de la supervivencia del pueblo con base en la autosuficiencia alimenticia y cultural, con excedentes para reavivar los mercados regionales… En cambio, no sólo en productos para satisfacer sus necesidades vitales y materiales, sino además, las necesidades de un autodesarrollo inteligente y autogenerado… Lo que sigue atorado hasta hoy en el siglo XXI…

Estas aseveraciones pueden probarse con infinidad de ejemplos, pero en estas breves líneas no haremos sino insistir en la superioridad demostrada por una capacidad tecnológica de satisfacer las necesidades humanas de las generaciones habidas en al menos 8 mil años, contra la capacidad tecnológica de destrucción habida en un par de milenios recientes.

Lástima, sin embargo, que entre las excepciones no esté la milpa, pues se le encajonó en una concepción de atraso que no puede compararse, y mucho menos superar, los conocimientos agrícolas importados por los ibéricos.

En pocas palabras, no se han superado los prejuicios e ignorancia respecto de los policultivos prehispánicos de América, y de los asiáticos, africanos y australianos, cuyas virtudes fueron descalificadas por los representantes de la cultura occidental, cuya superioridad tecnológica dio a sus creadores ventaja en la fuerza de destrucción, pero no en la producción de bienes útiles para la humanidad y su desarrollo afín a los valores humanos.

Deseamos fuertemente que la presidenta Claudia Sheinbaum acepte escuchar un planteamiento para la recuperación de la soberanía alimentaria con excedentes para el comercio interno y una recuperación del orgullo del saber por y para el pueblo.