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Marciano

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▲ Simpatizantes del ultraderechista José Antonio Kast celebran su victoria en las elecciones presidenciales.Foto Xinhua
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odría decirse que Marciano, la nueva novela de Nona Fernández (Chile, 1971), explora la vida de Mauricio Hernández Norambuena, el comandante Ramiro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, una organización revolucionaria fundada en 1983 cuyo objetivo era derrocar al dictador Augusto Pinochet. Pero decir eso, aunque verdadero, sería quedarse muy corto.

La escritora visitó al exguerrillero en una cárcel de alta seguridad durante cuatro años, a veces hasta dos veces por mes, y sostuvo con él una serie de conversaciones que constituyen la semilla de este libro que no deja de cuestionarse, antes que todo, si su mera existencia es posible. ¿Podemos, en realidad, contar la vida de alguien? O, como el mismo Mauricio apunta en su primera intervención, “¿Tiene forma la vida? ¿Cabe en una ventana?”. Estamos, pues, ante una interrogante y un enredijo, el que forman las subjetividades y anhelos trenzados de quien escribe y de quien cuenta. Estamos ante un libro a dos.

En una estructura flexible, con puntos de vista que se acomodan a los ritmos cambiantes del flujo memorioso, Marciano nos acerca a esos años insurrectos en que hombres y mujeres muy jóvenes se entregaron en cuerpo y alma a una causa colectiva, sin la promesa de satisfacciones inmediatas. Evitando cualquier tipo de estereotipo edulcorado (hasta el final Nona sostiene una posición crítica frente a los secuestros que llevó a cabo la organización para hacerse de fondos, por ejemplo), la escritora se vale de al menos tres estrategias que merecen atención cuando, para escribir libros propios, se recurre al recuerdo y la experiencia de otros (¿y cuándo no se recurre a materiales ajenos para escribir libros propios?).

Está, por una parte, la pregunta a la vez formal y ética acerca de la pertinencia de “contarlo todo”. Escribe Nona citando a Mauricio: “Y es que no siempre el recuerdo es bueno. Creo que hay un límite en eso. No podemos escudriñarlo todo. Hay pedazos de memoria que está bien que se pierdan para que no sigan incomodando para siempre”.

Y luego, en otra sección, a través de la voz de la hermana de Rodrigo, un guerrillero asesinado en Queñes: “No voy a comentarte lo que dicen los reportes de la autopsia”. Este titubeo que resiste el morbo, la revictimización y el asomo de la pornoviolencia nos obliga a considerar los límites de nuestras incursiones en las experiencias de otros, independientemente de las intenciones.

No sólo la memoria es inexacta, moldeada a menudo por las ansias del presente, sino que el archivo es, por naturaleza, incompleto. ¿Y qué se hace cuando se queda uno ahí, al borde del abismo, agarrado apenas de la esquina de un documento o en las afueras de una conversación cerrada ya? La crítica norteamericana Saydia Hartman acuñó el término “fabulación crítica” para describir al ejercicio de la imaginación que, apegado a la labor investigativa, se lanza a crear desde ese hilo del que uno pende cuando desaparecen los papeles o se suprime la memoria personal y/o colectiva. En este sentido, asegura Marciano: “Las respuestas que no tiene el recuerdo las tiene la imaginación”. Pero tanto Mauricio como Nona arriesgan más: “O más que la imaginación, el deseo”.

Así al tratar de recordar esa última noche que pasó con un camarada muy querido, una escena que insiste en escaparse de su memoria, Mauricio se desprende de la imaginación y se agarra del deseo para decir: “Aunque me acuerde poco, deseo muchas cosas para esa noche que tuvimos… deseo leerle algo. Deseo hacerlo despacito, a un volumen bajo, porque deseo que cuando los primeros rayos del sol entren desde el bosque por la ventana, y su cuerpo empiece a deshacerse con el chillido de los pájaros en el claroscuro, mi lectura lo acune, lo abrace, lo acompañe, le haga más fácil, por lo menos esta vez, el tránsito a la muerte”.

La memoria no sólo es humana. En Marciano, el paisaje y los escombros recuerdan. Es en la voz de Carla, la hermana del guerrillero asesinado cerca de Queñes, que esta vibración memoriosa de la materia surge con una fuerza descomunal. Ella se ha empeñado en poner su pie sobre las veredas que recorrió su hermano justo antes del crimen. En una prosa vuelta carne, detallista hasta el extremo, Carla describe cómo el dolor le va inundando el cuerpo centímetro a centímetro, y cómo atraviesa la piel y habita sus huesos hasta confundirse con sus fluidos y sus moléculas. “Y lo único que pude hacer en este sitio abandonado, tan abandonado como estaba yo desde la muerte de mi hermano, fue llorar ese dolor sin conseguir con esto liberarme de él…Todo ese dolor que las ruinas siguen hospedando”.

Tal como lo anuncia el epígrafe de Ursula K. Le Guin, a Nona Fernández le gustan las novelas porque contienen personas, no héroes. Mauricio y sus camaradas, jóvenes todos, son personas complejas, contradictorias, llenas de claroscuros. Y así arriban hoy a un Chile que parece empeñado en traer de regreso a las fuerzas autoritarias contra las que lucharon. Tal vez Mauricio tiene razón cuando dice que “exigirle a los más jóvenes la misma pasión mística que tuvimos nosotros, no está bien. Otros tiempos. Otra generación”.

Tal vez no.

* Ganadora del Premio Pulitzer 2024. Autora del libro El invencible verano de Liliana