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El desalojo del Refugio Franciscano y el maltrato animal
A

bsurdo mundo el nuestro, que necesita leyes para aceptar la realidad: los animales sienten, son “seres sintientes”.

Nadie lo dudaba: en los incendios huyen del fuego y durante las inundaciones se refugian; chillan, aúllan, braman, si se les hiere. Claro que sienten, pero se les consideraba legalmente “objetos semovientes”; es decir, que se mueven por sí mismos.

Pero sintientes y todo, al parecer se les sigue considerando como objetos. La madrugada del pasado 10 de diciembre desalojaron con una orden judicial el Refugio Franciscano, ese albergue legendario ubicado en la salida a Toluca. Allí viven mil 200 perros y una treintena de gatos que, aunque sientan y sean seres vivos, fueron separados de sus humanos que los cuidan y alimentan.

El Refugio Franciscano apoyado por Carlos Monsiváis, se fundó en 1977, hace 48 años, y desde entonces ha sido hogar para unos 25 mil seres sintientes. Ahí llegan los sin casa, los que echaron a la calle gente que no siente, los que acompañaron a los devotos peregrinos guadalupanos en sus largas travesías, los llamados perros peregrinos que, al regresar, sus amos en transporte y no a pie, como llegaron, los pierden o los abandonan a su suerte.

Quien promovió el desalojo fue otra fundación, la Fundación Antonio Haghenbeck. Según la Agencia de Atención Animal, organismo descentralizado que ha mantenido pláticas con las partes en litigio, “los animales no serán retirados, sino que sólo se cambia la administración del terreno”.

El abogado del Refugio Franciscano, Fernando Pérez Correa, informa que más que administrar el terreno con los perros, pretenden construir un desarrollo inmobiliario, un BGrand en ese paraje que es zona natural protegida.

Si es así, ¿qué será de los seres sintientes que cobija el Refugio Franciscano?

La fundación Haghenbeck ha manifestado que los perros y gatos encontrados en el albergue ahora estarán a su cuidado. Dicen haber iniciado un censo para su atención médica y que su personal se encargará de su alimentación, limpieza, recreación y rehabilitación, “para que estén en perfecto estado, antes de encontrarles un hogar para el resto de sus vidas, y, si no, se quedarán con nosotros hasta el fin de sus días”.

Al parecer los seres sintientes volverán a ser “objetos semovientes”, muebles con movimiento autónomo, con un nuevo dueño. Naturalmente, los nuevos administradores no estarán obligados legalmente a cumplir con sus promesas. Ni a cumplirlas en el lugar en el que se encuentran.

Hace 35 millones de años, los perros, que antes eran lobos, ayudaron a los hombres a cruzar el estrecho de Bering. Cazaron con ellos y ellos los defendieron de otras bestias. Hoy nos siguen acompañando. Cuidan a nuestras familias, nos ayudan a encontrar sobrevivientes en los escombros que dejan los sismos o la guerra, pastorean nuestro ganado, conducen a los invidentes, detectan explosivos, droga y nos acompañan en largas travesías, como la peregrinación guadalupana, y los seguimos maltratando.

México es el país con más abandono de perros en América Latina. De los 23 millones que se calculan en el país, 70 por ciento se encuentran en situación de calle.

Aunque la reforma política de diciembre de 2024 incorporó la prohibición de maltrato animal, éste continúa.

Ojalá el desalojo del Refugio Franciscano no se convierta en un nuevo capítulo de esa cultura que ve en las mascotas un accesorio desechable. Qué mal que una fundación ataque a otra cuando ambas buscan el bienestar animal. Por lo pronto, los seres sintientes del Refugio Franciscano ya perdieron a sus humanos con los que establecieron lazos, pues les proveyeron techo, comida, salud, cuidados. Los sintieron suyos y ya no están.