Fragilidad
a pandemia nos recordó la fragilidad humana. De la noche a la mañana la gente percibió un peligro de muerte y se encerró bajo siete candados. Pandemias, enfermedades y guerras siempre están al acecho y con este tipo de riesgos tenemos que vivir.
A otro nivel de riesgo, menos dramático pero más cotidiano, está presente la evolución cíclica de la economía. Después del auge, del crecimiento que parece sostenido, viene la crisis y generalmente nos agarra desprevenidos.
Por ahora vivimos momentos de calma. Hay indicadores que muestran estabilidad y que generan confianza. El tipo de cambio se aprecia y ya se encuentra en 18 pesos por dólar, un fenómeno poco frecuente en nuestro sistema monetario; la tasa de interés de referencia del Banco de México bajará en unos días a 7 por ciento, lo que alienta el crédito; el número de pobres baja en forma consistente, en gran parte por los programas sociales que se ampliaron a nuevos sectores de la población; el salario mínimo sube por arriba de la inflación desde hace varios años y el aumento de precios de las mercancías se mantiene por debajo de 4 por ciento anual, un nivel manejable.
Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas. La productividad se estanca y nos vuelve más vulnerables frente a nuestros socios comerciales; la infraestructura del país se deteriora y no hay recursos suficientes para mejorarla; la energía se convierte en un cuello de botella, con inversiones en la industria petrolera que no rinden frutos adecuados; la inversión, tanto pública como privada, se mantiene en espera de las negociaciones del acuerdo con Estados Unidos y Canadá; la reforma judicial genera incertidumbre tanto en México como en el extranjero, y la deuda pública crece para hacer frente a diversos compromisos, entre los que destacan los programas sociales y el pago de intereses.
El resultado de este proceso es el bajo crecimiento del producto interno bruto a lo largo de una década, que no compensa siquiera el aumento demográfico, lo que significa que el mismo producto se distribuye entre un mayor número de personas.
La fragilidad de nuestro país está ligada a esos problemas y será difícil mantener el actual nivel de vida de la población si no hay un avance sostenido de la producción a lo largo de los próximos años.











