u más hondo recuerdo: la calle, escenario arenoso de la niñez en su natal Alvarado, Veracruz. Estar y no en tierra firme. “He pasado por la vida un poco inconscientemente: buscando con los ojos tapados, sabiendo que estaba pero sin saber dónde”.
Crucé a nado lagunas de demente,
me crie a punta de sones y de rezos,
mirando vida sólo en los reflejos.
Sones, versos y cantos tradicionales alimentaron su sensibilidad. A los 9 años, llegó con su familia a la colonia Country Club, en la Ciudad de México. Del escaso recuerdo del padre, don Manuel, hay uno entrañable siendo adolescente: el regalo de su primera guitarra: “Desde entonces hago canciones, con mi inseguridad para salir al mundo y platicar con los demás”. Como en otras colonias y barrios, se juntaba con jóvenes a tocar y cantar en calles o parques, pero prefería la intimidad solitaria con su guitarra y crear sus propias canciones. “Siempre he sido poco sociable. Fue más fácil hacer canciones que buscar a los demás. Llego a la canción por esa necesidad de comunicarme”.
La canción como hecho literario y también existencial. Su carácter reservado no le impidió acercarse a un extrovertido Jaime López, en la Prepa 5 de los años 70. Harto de las agresiones porriles de la época, un día entró, como buscando refugio, en un aula donde un grupo de teatro ensayaba.
Uno de ellos tenía una guitarra, cantaba, actuaba. Me llamó la atención. De verlo se me hizo fácil lo que hacía y no, él lo hacía parecer fácil. Verlo por primera vez en un escenario, que es su elemento; el ritual musical fue clave.
Una “amistad-taller” que germinó canciones sorprendentes y los discos Un viejo amor (1978) y Sesiones con Emilia (1980).
Al escuchar al grupo La Peña Móvil en la Arena México, le gustó su actitud y calidad musical. Siguiéndolos, llegó a La Peña del Nagual. “Siempre he sido jipi de corazón, porque así fue como me sorprendió la vida”.
Orgulloso de la sonoridad jarocha, integró rock y blues que escuchaba con Jaime y amigos de la Country Blues, así bautizada por López. Sesiones con Emilia generó críticas entre puristas del folclor, pero, sin Roberto considerarse un “animal político”, tiempo después notó que canciones como “El huerto”, “Mi libertad”, “Satisfaga sus deseos” o “Quítame tu cómic de la vista” expresaban fuertes críticas de carácter político.
Con respecto al movimiento rupestre, se consideraba silvestre: “El arte rupestre es sofisticado, yo soy mucho más silvestre. La guitarrita de palo que decía Rodrigo es un instrumento muy sofisticado, con historia cultural, tradiciones, afinaciones y maneras de tocarse”.
Roberto rescató de lo rupestre la convicción de mantenerse al margen de la industria que cobra el éxito con la pérdida de libertad creativa: “Nunca tuve aspiraciones de llegar a la gran industria; sabía que tendría que hacer otras cosas. También sabía que hay otros medios para la insistencia de ese trabajo personal”.
Indelebles en su formación: León Chávez Teixeiro, su querido Rockdrigo González, Eblen Macari, Armando Rosas, José Cruz, entre otros; admiraba su capacidad comunicativa, la precisión de su mensaje y la vigencia de su obra.
El que canta va buscando algún sediento para echarle encima su vaso vacío.
Lentejuelas (1982), Aquí (1988), Flor de poder (1991), discos que reflejan intensas búsquedas en una sensación kafkiana de incompletud, desde una modestia de ser genial sin separar los pies de la realidad. Madre Mesoamérica (2000) y Alvaraderías (2004) reflejan la madurez de estas reflexiones existenciales.
Me trataron de educar como hombrecito; no lo lograron. Madre Mesoamérica fue recuperar y entender a esas mujeres en la historia que tienen que ver con mi cultura y formación. Luego hice Alvaraderías, que es la contraparte, un disco masculino.
Después de haber nacido siendo viejo
En 2011 graba su disco Por ahora, con sabor a “nuevo son alvaradeño”.
Hasta su fallecimiento en 2021, continuó insistente y solidario. Hoy aplaudimos a su hija, Julia González Larson, joven y talentosa voz que, sugirió Rodrigo de Oyarzabal: “a los nostálgicos sin duda les recordará a la Emilia de aquellas célebres sesiones”, pero una voz nueva y particular en el cantar femenino mexicano.
Roberto González (Alvarado, Veracruz, 1952-Ciudad de México, 2021) partió con su confianza puesta en las nuevas generaciones.
Estoy en un momento de reflexión y ellos en un momento de creación, de vida, de empuje. Van bien rapidito; si quiero estar junto a ellos, tengo que apresurar el paso. Ha sido muy agradable tocar con músicos de nuevas generaciones; eso enseña cosas.
En cada actuación mostró siempre lo aprendido. Desde esta ventana nos dejó un balance de sí mismo como ser humano.
Hay una relación humana, de la que carecí durante gran parte de mi vida y en los últimos años he estado recuperando. Son reflexiones de ahora; relaciones que me ayudan a seguir aprendiendo, aunque no es fácil aprender después de viejo, pero he podido ser un poco más humano.
*Autora de Cantar de fuego











