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Los peligrosos años 20
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ay paralelismos históricos que parecen forzados, y otros que son inevitables. Así se escuchó el discurso del vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, en Alemania, en el que advirtió a Europa que el enemigo no es Rusia ni mucho menos China, sino “el enemigo interno”, refiriéndose a los inmigrantes. No se quedó en esa frase, Vance también defendió el derecho de los partidos de ultraderecha a ocupar espacios de representación y condenó que se les censurara. Como si la sombra del nazismo se hubiera difuminado con los años. Como si no fuera Múnich, precisamente Múnich, la que hace un siglo preveía el surgimiento de un movimiento político que le habló a los alemanes humillados en el Tratado de Versalles y les presentó una nueva causa en común: el enemigo interno.

Una sucesión de casualidades deja de serlo. El saludo fascista de Musk, el discurso venenoso de Vance, el nuevo saludo fascista de Steve Bannon, apenas hace unos días, y la retórica de sociedades idílicas (y blancas) siendo atacadas por el inmigrante latino o africano, se están colocando en el centro de la agenda global. La ultraderecha avanza. Quien no quiera verlo se está perdiendo de los nuevos y peligrosos años 20 del siglo XXI.

¿Qué implicó entonces y qué implica ahora? Hace un siglo llevó al mundo a la peor catástrofe conocida y al intento sistemático de la aniquilación del pueblo judío europeo. Hoy implica el endurecimiento de los gobiernos frente a quienes, movidos por una necesidad económica o de fuga ante la violencia buscan llegar a Europa o a Estados Unidos. Implica un retroceso en materia de derechos sociales, que nos regresa a los 50.

Lo verdaderamente alarmante es que, con banderas y disfraces distintos, el fascismo, el racismo, la intolerancia racial o religiosa, jamás se han ido. Leyes y gobiernos los mantuvieron a raya por muchos años, latentes; y hoy, movidos por una insatisfacción sistemática con la democracia, los gobernantes han vuelto a permitir socialmente, porque cuando un presidente tan poderoso como Donald Trump se rodea de personas que sólo saben esgrimir esta retórica, el efecto es brutal para el resto de la sociedad. El líder actúa como una lupa que magnifica ese racismo latente en buena parte de una sociedad que se cansó de la esperanza y hoy abraza el odio, como única emoción política válida. Esa es la clave de nuestro tiempo: a los pueblos los está moviendo el odio, y el discurso del “enemigo interno” toca deliberadamente esa fibra.

Esta realidad no es problema de los estadunidenses o europeos. Es también problema nuestro porque son millones de mexicanos en Estados Unidos los que hoy viven con más miedo, con más zozobra y angustia, que hace un año. Son millones de familias que no saben si volverán a verse por la noche por miedo a las deportaciones, que además se han vuelto un terrible espectáculo propagandístico; la criminalización del migrante como herramienta utilitaria del odio y el racismo.

Las implicaciones económicas y culturales están aún por verse. En los años 20 del siglo pasado fue Europa la principal víctima de los movimientos autoritarios de ultraderecha. Hoy el fenómeno es global. Conceptos como la cooperación, el multilateralismo, la ONU como mecanismo de solución a los conflictos parecen condenados a un pasado que no sabíamos tan frágil. Hoy la ONU es sustituida por Arabia Saudita como anfitrión, el multilateralismo encuentra en las democracias europeas su último y cansado reducto, y la cooperación cede terreno todos los días a las amenazas comerciales, guerras arancelarias y un nuevo intento de aplastar y subyugar a los países en desventaja.

Los 20, el periodo de entreguerras del siglo XX, fue el laboratorio sociológico de lo que pasaría en los años 30 y 40. Hoy estamos en ese mismo escenario: la historia se hace ante nuestros ojos, y tristemente, no es la que nos gustaría heredar a nuestros hijos.