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Las aventuras de Steven Brown
N

ació en Chicago en 1952, pero no por culpa suya. De niño, antes de la primera corrección de rumbo cuando se mudó a California, Steven Brown descubrió su fascinación por los metales de la banda escolar. El saxofón y el clarinete serán en adelante la extensión material de su cuerpo musical. En Chicago es testigo del apogeo radical de los Panteras Negras. En un cruce muy seventies entre jazz, sicodelia tardía, punk, spoken word, plástica y artes escénicas de vanguardia, cargados de intención política no necesariamente explícita, funda la banda Tuxedomoon en 1977 en San Francisco, al asociarse con el violinista y compositor Blaine L. Reininger (Pueblo, Colorado, 1953) y sumar a Peter Principle Dechert en el bajo. Desde el principio, la música de Steven ha sido “post” todo: postrock, postpunk, postmoderna, postcabaret, postfolk, postclásica. Parafraseando a Johnny Carter en “El perseguidor”, de Cortázar, todo eso ya lo tocó mañana. Desire (1981) todavía sabe a futuro.

Tuxedomoon se traslada a Europa, suma la trompeta de Luc Van Lieshout y amplía su horizonte al domiciliarse en Rotterdam y Bruselas. La escena neogótica acoge a la propositiva banda. En 1982 reciben un encargo de Maurice Béjart para la coreografía de Divine. Blaine y Steven inician pronto sus carreras solistas, aunque con la reiterada cercanía de los tuxedos y la producción de alemán Nikolas Klau. El personaje de Joe Boy nace en Bruselas en 1981. En 1984, Steven lanza Music for Solo Piano. Otro subproducto tuxedo será la recopilación Subway to Cathedral (1999).

La paleta musical de Steven incluye a Stravinsky, cierto Debussy y Weill, es afín a Brian Eno, David Bowie, King Crimson, John Cage y Miles Davis, se come el jazz con todo y huesos y no dice “no” a los desafíos. En Europa inicia su relación con el cine, como actor primero (Jean Gina B., de Pierre De Clercq y Jean-Pol Ferbus, 1984) y luego compositor. Su nombre puede asociarse con Hal Ashby, Wim Wenders y David Lynch. En la senda de Bernard Herrmann, Enio Morricone y Michael Nyman crea un estilo propio en materia de bandas sonoras.

Para que todo amarre aún le falta su nueva domiciliación desde 1994. Entre ires y venires con sus colegas de Tuxedomoon, en la Ciudad de México y luego en Oaxaca emprende varias de sus mejores y más trascendentes aventuras. De la asociación con Juan Manuel Aguilera (La Barranca, Jaguares) durante un cruce chilango con el Odio Fonki de Jaime López, nace otro de sus grandes proyectos, Nine Rain, y agudiza su ferviente mexicanización. Se hace zapatista (lo conocí en los Diálogos de San Andrés en 1995), aprende náhuatl y lo incluye en dos álbumes indispensables: Nine Rain (1996) y Rain of Fire (2000, grabado en Cuba), fundidos en 2004 como Mexico Woke Up. Con Aguilera, los tuxedos y el jaranero Alejandro Herrera samplea al subcomandante Marcos por afinidad política y razones musicales (“su voz suena muy bien musicalmente”, me dijo un día a pregunta expresa; lo mismo ha dicho Manu Chao).

No pierde el tiempo. Se interesa en la herbolaria prehispánica, actúa en Salón México (José Luis García Agraz, 1996), “trae” a Joe Boy en 1997 y establece en Oaxaca la residencia más larga de su vida. Por entonces me invitó a leer mis poemas en un olvidado espectáculo solista en el auditorio del Centro Nacional de las Artes, el mejor show de mi vida, tan ayuna de experiencias escénicas.

Oaxaca es su nueva Bruselas. Alcanza la plenitud musical con ingredientes mexicanos, tanto musicales como políticos. No es ajeno a la revuelta popular oaxaqueña de 2006, ni a la protesta por Atenco. En las afueras de la antigua Antequera se embarca en una complicada colaboración con jóvenes mixes egresados del conservatorio indígena de Tlahuitoltepec, produce a la Banda Regional Mixe (BRM) en Tsäpxuxpë (2011) y forma el formidable quinteto Ensamble Kafka, con Julio García (otro colaborador frecuente), Onésimo García, Facundo Vargas y Juanito Gutiérrez. Al tiempo desarrolla varias partituras cinematográficas con Alberto Cortés, Albino Álvarez, Gustavo Mora, Luisa Riley y John Dickie. Su grupo Cinema Domingo Orchestra colabora con los mismísimos Serguei Eisenstein (¡Que viva México!) y Fritz Lang (Destino) en sendas excursiones de ultratumba pero en vivo. Junto a Reininger, el cómplice más recurrente, compone la delicada partitura de cámara Monte Albán, en 2016, y “Quetzalcóatl entra en Bruselas”, en referencia al tremendo cuadro de James Ensor, sugiriendo la síntesis definitiva de su gran circo vital.

Como productor, amigo, colaborador o mero guía, se vinculó enseguida con la escena de los años 90: Maldita Vecindad, Jaguares, Santa Sabina y muchos otros. Su impacto en México resulta de largo aliento, y sigue irradiando desde su casa estudio en San Pedro Ixtlahuaca, de donde salió El hombre invisible en 2022.

Ahora anda celebrando sus 30 años en el país de la mano de su banda por fin homónima, el cóver de Panic in Detroit y la participación de la audaz cantante y performancera Sarmen Almond. En fin, el incansable Steven, siempre el mismo, cambia todo el tiempo. Somos afortunados de tenerlo en México.