Opinión
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El buen fin
N

o; no se trata de esa fraudulenta faramalla ultra capitalista de ventas tramposas y compras inútiles que nos endilgan periódicamente como un distractor más. Se trata de que el pasado fue un buen fin de semana musical, con dos buenos conciertos en sábado y domingo en la Sala Nezahualcóyotl.

En el primero, se presentó la Filarmónica de la UNAM bajo la batuta huésped de la inglesa Catherine Larsen-Maguire con un espléndido programa Álvarez-Shostakovich. Primero, Metal de tréboles de Javier Álvarez, para cuarteto de percusiones y orquesta; claro, con Tambuco como solistas. De interés inicial, la distribución espacial del arsenal de percusiones en el escenario; protagonistas, dos marimbas; cómplices principales, steel-drums de la tradición caribeña. Como siempre en Álvarez, se trata de una obra a la vez inteligente y expresiva, que inicia en el ámbito de una sinuosa cadencia tropical de delicada orquestación. Después, el infaltable espíritu telúrico, terrenal, tan propio de su música, con diversos estados de ánimo, pulsos, acentos, con una rica alternancia entre lo lírico y lo expansivo, todo ello muy bien matizado por los solistas. Y, a la vez, nada de concesiones populacheras o anecdóticas en esta música exuberante y expertamente escrita. Dos episodios muy especiales: uno, el color combinado de steel-drums con vibráfono más pinceladas de arpa y metales con sordina; otro, una rica y rasposa descarga a cuatro güiros. Sobra decir que este pulido y resonante Metal de tréboles de Javier Álvarez fue interpretado por Tambuco con la excelencia, habilidad y precisión de siempre. Y que me perdone el benévolo espíritu de Don Zeferino, pero el bello arreglo de La Llorona para dos marimbas, ocho manos y diez baquetas que regaló Tambuco se oye mejor en las marimbas de concierto que en las tradicionales.

Después, una potente y bien calibrada ejecución de la Décima sinfonía de Dmitri Shostakovich, en la que Catherine Larsen-Maguire obtuvo (como en la obra de Álvarez) un buen rendimiento de la OFUNAM; entre otros aciertos, no le tembló la batuta para conducir el segundo movimiento de la obra (que es un amargo retrato de Stalin) con el núcleo rudo y los bordes ásperos que la pieza demanda.

Al día siguiente, la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata, dirigida por José Areán, propuso y realizó un programa igualmente atractivo. Los primeros fuegos de artificio de la tarde, en el Primer concierto para violoncello de Shostakovich, con la francesa Marie Ythier como solista. Un inicio seguro y convincente (de la solista y la orquesta) permitieron construir adecuadamente a partir de ahí; la versión de ambas, más hacia lo mesurado que hacia la intensidad dramática de otras ejecuciones, privilegiando la claridad y la solidez sobre la aspereza sonora y expresiva. En este contexto resultaron estimables el fraseo y la articulación de Marie Ythier, beneficiados por un acompañamiento generoso (tocar y dejar tocar) pero nunca tímido de José Areán. A destacar: la delicadeza y precisión del pasaje para el violoncello en armónicos con acompañamiento de celesta, y el buen ensamble (técnico y expresivo) entre la cadenza del tercer movimiento y la materia estructural del inicio del cuarto. A notar en esta buena orquesta juvenil, una sección de cornos segura, sin miedo, y de buena potencia y color. Para concluir, el siempre bienvenido recordatorio de que Eduardo Mata fue, también, compositor. El vehículo: su Segunda sinfonía, Romántica, impecable ejercicio de estilo producto del Taller de Composición de Carlos Chávez que es, estrictamente, una perfecta glosa de Brahms. Tradicional en su estructura y expresión, esta sinfonía de Mata es cien por ciento brahmsiana (con pinceladas fugaces de Schumann) en sus gestos, su estilo e, incluso, en detalles puntuales de orquestación. Areán y la OJUEM asumieron bien lo que de decimonónico tiene esa partitura y la interpretaron con todas las de la ley… la ley romántica. Notable, el flujo del bucólico segundo movimiento con su episodio central appassionato; notable también el haber asumido un enfoque bruckneriano en el Scherzo, considerando que ni Brahms quería a Bruckner, ni Mata se sentía cómodo con las sinfonías de Bruckner. Director y orquesta lograron una muy auténtica versión de esta aproximación de Mata a Brahms, un tanto menos adusta y severa que el modelo original.