staba cantado que ocurriría y ocurrió. Este pasado jueves, el Parlamento Europeo vio cómo, por primera vez, la derecha tradicional se aliaba con los grupos a su diestra para aprobar una ley, fumándose cual habano la mayoría de conservadores, liberales y socialdemócratas que hizo presidenta a una de las suyas, Ursula von der Leyen.
En el afán de bautizarlo todo, en la corte bruselense ya se habla del fin de la “mayoría Ursula” y del inicio de la “mayoría Meloni”, en referencia a la primera ministra italiana, puente entre los conservadores tradicionales y la extrema derecha, a la que ella pertenece, por mucho que el ejercicio del poder haya limado aristas en su discurso. También podría llamarse “mayoría Weber”, en referencia al líder del Partido Popular Europeo (PPE), principal valedor de la confluencia de las derechas en Europa. Correligionario y a la vez rival de Von der Leyen, Manfred Weber no olvida que los socialdemócratas (españoles) y los liberales (franceses) frenaron su candidatura a la presidencia de la Comisión en 2019. De la combinación entre el poder y el rencor nunca salió nada bueno.
La ley, que versa sobre la simplificación burocrática de varios procedimientos de la Unión Europea, es lo de menos. Lo que cuenta es que, teniendo encima de la mesa una solución de compromiso para votar con sus socios habituales, el PPE ha preferido escenificar el fin de un cortafuegos democrático a la extrema derecha que llevaba tiempo gripado. Otro hito más en el que situar el principio del fin, cuando de aquí a unas décadas nuestra descendencia nos pregunte cómo ocurrió lo que está por venir.
Pero por supuesto, la avería viene de lejos. Para cuando el italiano Nicola Procaccini, del partido de Meloni, además de copresidente de los Conservadores y Reformistas Europeos –grupo que incluye a varios partidos de extrema derecha–, se congratula por el primer triunfo de la “centroderecha” en el Parlamento Europeo, se han quemado ya muchas etapas. Es decir, para cuando un partido heredero directo del neofascismo se sitúa a sí mismo en el centro sin que a nadie le chirríe, es que se han derribado ya muchos muros.
¿En qué momento se jodió esto? En esta columna venimos intentando dar algunas respuestas. Una que apenas hemos tocado es la colaboración necesaria, a menudo inconsciente y siempre irresponsable, de la derecha tradicional. Ocurrió en el primer tercio del siglo XX en Europa, y ahora no está siendo diferente. Votar de la mano apenas es una de las estaciones finales del viaje. Este tren tiene otras muchas paradas.
El miedo y los nervios de los propios conservadores explican también parte del recorrido. No hacen falta grandes resultados electorales –éstos llegan más tarde–, bastan unas cuantas encuestas augurando un crecimiento importante de la extrema derecha para que en los despachos de la derecha de bien empiecen a crecer las neuras. Y la ansiedad no ayuda a tomar buenas decisiones.
Propongo un pequeño caso de estudio. No tiene ninguna particularidad, pero sirve para entender el mecanismo que ha funcionado ya en muchos lugares. En el País Vasco, la policía autonómica (Ertzaintza) se ha convertido en la primera del Estado español en informar sobre el lugar de nacimiento de los detenidos e investigados, algo que hasta ahora se evitaba con el buen criterio de que sólo ayuda a alimentar prejuicios ya extendidos y estigmatizar a la población migrante. La demanda de publicar la información era del PP y, sobre todo, de Vox, y los responsables del departamento vasco de Seguridad la han justificado con una frase clarificadora: “Es mejor facilitar los datos con transparencia que estar peleándonos con la extrema derecha”.
Comprar el marco de la extrema derecha, renunciar a pelearse con ella y proporcionarle el combustible para que siga alimentando la hoguera de las bajas pasiones que alumbra su auge. ¿Qué puede salir mal?
Los datos se publicaron por primera vez este mismo jueves, el mismo día en que las derechas votaban de la mano en Bruselas, y como cabía esperar, reflejan mayor proporción de detenidos entre la población nacida en el extranjero que entre la nacida en el propio País Vasco. Oh, sorpresa, la gente en situaciones vitales más complicadas roba más que la que disfruta de situación más estable. Ya puestos, podrían también ofrecer los datos sobre la renta y el patrimonio de los detenidos, a ver si va a resultar que robar tiene más que ver con ser pobre que con ser extranjero.
Los datos, cruzando el número de detenidos y de investigados, también reflejan los sesgos de la actuación policial –un magrebí tiene el doble de posibilidades de ser detenido–, pero esto no interesa a nadie. A lo que ha venido la extrema es a llenar horas y horas de redes sociales con gráficos sobre la delincuencia de los migrantes. De ahí saltarán a los medios tradicionales, las tertulias y los parlamentos. Y luego nos sorprenderemos cuando las encuestas anuncien su crecimiento. Y la derecha de bien volverá a ponerse nerviosa y el circuito volverá a ponerse en marcha, sólo que a escala cada vez mayor.











