os que inventaron un horóscopo para leer la historia con generaciones en vez de signos zodiacales, Neil Howe y William Strauss, se conocieron en los años 70 en Washington, DC. Ambos estuvieron a cargo de una investigación del gobierno sobre los estragos de la guerra de Vietnam entre los muy jóvenes veteranos y, luego, dentro del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales (CSIS, el mismo que visitó en su gira del adiós quien fuera presidente del INE mexicano) financiado por Exxon, Chevron y General Motors, asegurándose de que el senador para el que ambos trabajaban, Charles Percy, pasara exensiones de impuestos para las petroleras y automotrices. Su teoría sobre las generaciones, publicada en 1991, es un divertimento más que historia verificable. Como en los horóscopos, toman ciertos rasgos de cada una y definen que la Historia se mueve con base en ciertos estados de ánimo o temperamentos que tienen ciclos inevitables, determinados por el año de nacimiento.
Sin actores políticos, ideales, prácticas, las sociedades obedecen a una moda que puede predecirse sólo seleccionando ciertos aspectos en retrospectiva. Según esto, si alguien nació en 1960 es un baby boomer y es espiritual, reflexivo, austero y sabio y “será respetado como anciano”. Pero si otro nació 12 meses después, en 1961, ya es alienado, competitivo, pragmático, y será abandonado cuando envejezca.
El problema es cuando este entretenimiento pretende volverse profecía política y rasgo de identidad para los aludidos. Cuando Howe y Strauss fundan su empresa, LifeCourse Associates, lo que procuran es vender una idea de manejo de personal en las empresas basado en que los trabajadores crean que tienen cierta identidad por el sólo hecho de haber nacido en un año y no en otro. El uso de la teoría generacional es para quebrar los lazos de solidaridad entre trabajadores contra el patrón, borrar el debate sobre la desigualdad, y las preguntas sobre el dominio de los multibillonarios. Sus clientes fueron Ford, Nike, Hewlett-Packard y Kraft Nabisco.
Pero tal parece que desde que el ex asesor de Donald Trump, Steve Bannon, y su red de conspiranoicos llamada QAnon, empezaron a usar esa teoría como arma política, el discurso generacional trató de borrar el de las clases sociales, los sujetos políticos, el debate público, los ideales, las emociones colectivas y las políticas públicas. Si los años de nacimiento generan, quién sabe cómo, ciertos giros de la historia que son inevitables, entonces justifican también cualquier acción o dicho. La verdad ya es irrelevante. Generan, al mismo tiempo, una visión resignada y apocalíptica de nuestro actuar en la historia porque, si Nixon y Kennedy eran de la generación de “héroes”, entonces da igual por cuál votaras. Porque, hay que decirlo, este divertimento transformado en oráculo de la destrucción por Bannon está basado en cierta historia mediática y blanca de Estados Unidos, aunque morónicamente se reividiquen la etiqueta de “generación Z” en Nepal o Perú, o en el PRI y el PAN. El motor oculto de la historia sería el simple paso de una generación a otra y sus ciclos cada 80 años, divididos en cuatro cada uno (primavera, verano, otoño e invierno), y no las elecciones, las ideas, la izquierda y la derecha, los planes, la voluntad política y los accidentes. Howe y Strauss se niegan a atestiguar que nuestras diferencias políticas tienen más peso que cualquier diferencia generacional. Es justo lo que tratan de borrar o de darle la vuelta. En algún momento incluso redactaron un manifiesto para la generación X, que se autodefiniera como “post-partidos”. No pegó.
Pero lo que finalmente interesó de este dueto republicano fue la idea de volver a la Segunda Guerra Mundial, ese momento único del dominio y orgullo estadunidenses. Howe y Strauss profetizaron en un libro de 1997 que en 2004 vendría una guerra que eliminaría el orden internacional y su generación “heroica” serían los milennials, nacidos entre 1982 y 2000, que harían Grande a America, Otra Vez. No ocurrió y los milennials son, como todas las generaciones, diversos en clases sociales, comunidades y géneros, pero sobre todo, en la historia de sus países. Sin embargo, la idea de los ciclos de 80 años y cuatro estaciones –como las del clima– en cada uno se popularizó tanto que “El invierno viene”, la frase que se repite en Juego de Tronos, es un guiño literario a la teoría del dueto republicano.
Al fallar los milennials en su papel astrológico, siguen los de la generación Z, que serían los que nacieron en la crisis que no ocurrió en 2004 y que, por ello, fueron sobreprotegidos y tienen problemas mentales. Así dice la teoría. Ellos, ahora sí, serán los que reconstruyan “América” cuando la crisis termine en 2030. Como en toda profecía apocalíptica, no importa que no suceda; se van recorriendo las fechas. Así, se pone la crisis financiera de 2008 o la pandemia de 2020 como inicios alternativos.
Los que han retomado la identidad apolítica de una “generación Z” con más entusiasmo, han sido los jóvenes de Nepal, quienes tiraron una democracia de apenas 17 años, tras una monarquía corrupta de dos siglos y medio. Lo que acabaron pidiendo, tras incendiar el Palacio, el Congreso, y la sede del Partido Comunista, y asesinar a la esposa de un ex primer ministro, fue el retorno a la monarquía cuyos miembros habían sido asesinados en grupo por uno de los herederos que, después, se suicidó. Nepal acabó en tal crisis que terminó por “elegir” como primera ministra a una interina, no por medio de una elección legítima, sino por una plataforma de juegos de video, Discord. Participaron 10 mil personas cuando los votantes en Nepal son más de 11 millones de ciudadanos.
A veces, las profecías apocalípticas las cumplen sus propias víctimas.











