e dónde viene tanta inseguridad, incluso en sitios que habían sido tradicionalmente pacíficos? En primer lugar, debemos considerar que los fenómenos sociales no surgen de la noche a la mañana. Normalmente emergen de la conjunción de circunstancias diversas, previsibles o no, y a veces poco perceptibles, que se han ido entramando con el tiempo.
Es evidente que la compleja, y hoy muy insegura y crítica situación que prevalece en el centro de Michoacán tiene un historial que, al parecer, se agravó al finalizar la primera década de este milenio cuando bandas de delincuentes agarraron vuelo a la sombra del gobierno federal proyectado sobre el estatal.
Ayudó, es cierto, la prosperidad del cultivo de productos tales como el aguacate, cuyo mercado estadunidense generó muy buenos dividendos, pero también despertó el interés de criminales oriundos de tales parajes y también de muchos otros. No son ajenos, por caso, naturales del sur de Jalisco, antaño muy pacíficos, ya impuestos en el ir y venir hacia la frontera y buenas conexiones “del otro lado”.
Tiene que ver, pues, en el fomento de tal actividad lícita e ilícita, el entusiasmo por el aguacate, entre otros, que se ha ido despertando en los paladares estadunidenses en los quinquenios recientes, especialmente para sumarse a los paladares que concurren a los estadios de su futbol.
Los dineros que circulan con tal motivo son muchos y muy atractivos, de manera que el control de dicho tráfago resulta sumamente difícil.
En consecuencia, debe tenerse presente que no resulta fácil poner orden en la producción y manejo pecuniario de esa importante región michoacana. Pero ello no significa que no debería ser motivo de una urgente operación oficial y muy bien estructurada.
Lo cierto es que el tema de Michoacán hace tiempo que es noticia importante de México y, por un motivo o por otro, se ha ido abordando con ligereza y de una manera fragmentada, en vez de abarcarlo en toda su complejidad.
En este sentido, hay que repudiar a comentaristas baratos que simplifican sobremanera la problemática michoacana y culpan, haciendo gala de estulticia endémica en muchos casos con dos actitudes bastardas: simplificando en exceso el problema y culpando de un fenómeno ya añejo a la Presidenta de la República, exigiéndole además acciones simplistas e inútiles.
Hay que revisar el proceso desde que Felipe Calderón Hinojosa, amo y señor en buena medida de esa región, fue Presidente de la República y, casualmente, comenzó el pingüe negocio… No es una tarea fácil pero es necesario ir al fondo del problema y abarcarlo en toda su extensión, para solventarlo. Al parecer, con esa idea es congruente la respuesta presidencial a la muerte del presidente municipal de Uruapan, cuya explicación está muy lejos de entender el atentado mismo perpetrado por un muchachito de 17 años.
No es con acciones simples, como propone la derecha mexicana, a cuya sombra creció el problema, hay que ir de verdad a la raíz.
El asesinato de Carlos Manzo Rodríguez, que no es por cierto el único, sino la “punta del iceberg”, si se pretende que no sea en vano, no debería hacer que el dolor nos inutilice minimizando las cosas.
Ojalá que su viuda y sucesora vea las cosas con la amplitud necesaria. El mejor homenaje a la memoria de su marido es proceder a desarmar la compleja estructura criminal que ya lleva prácticamente dos décadas campeando en esas tierras michoacanas, que no merecen tener que vivir en tales circunstancias.











