abriel García Márquez escribió que en los tiempos del cólera no todo contagio era biológico, que también se propagaban los temores y las habladurías. En nuestros días, el miedo sigue viajando de boca en boca, pero ya no por las plazas ni los periódicos, sino por las redes. La enfermedad es otra, pero el mecanismo es el mismo: la mentira se disfraza de noticia y la desconfianza se convierte en epidemia.
Rosa estaba preparando café cuando escuchó en la radio que “los hospitales públicos están colapsados y ya no hay medicinas”. Se le heló el estómago. Padece diabetes y depende de sus pastillas para mantener el azúcar a raya. Esa tarde fue directo al centro de salud.
–¿De verdad ya no hay medicamentos? –preguntó.
La enfermera sonrió.
–No crea todo lo que dicen. Aquí los surtimos como siempre.
Pero Rosa se fue con la duda. Compró en la farmacia privada, no por necesidad, sino por miedo. Gastó la mitad de su pensión. Al día siguiente, en su barrio todos hablaban de lo mismo, que el sistema se había caído, que los doctores ya no querían trabajar, que “antes era mejor”.
La infodemia funciona así. Toma un dato, lo estira, lo tuerce y lo convierte en una verdad que asusta. Mientras tanto, el servicio sigue ahí, aunque con salas llenas de desconfianza.
Juana recibió por WhatsApp una imagen con letras rojas: “¡No te atiendas en hospitales del gobierno! Usan medicamentos vencidos”. La mandó a sus hermanas, que la renviaron a sus grupos de la iglesia.
A la semana siguiente, su hija menor tuvo fiebre alta. En lugar de ir al hospital, Juana la trató en casa con remedios. Dos días después, la niña convulsionó y terminó en urgencias. El médico le explicó que era una infección común, tratable, pero que el retraso la había complicado.
Juana lloró en silencio. “Yo sólo quería cuidarla”, dijo. Y tenía razón. No era ignorancia, era miedo.
Cuando una mentira circula sobre los servicios públicos, no sólo daña la reputación de una institución, también daña la confianza que mantiene vivo el sistema. La salud pública se construye sobre algo invisible, pero vital: la creencia de que hay alguien que cuida de todos.
La infodemia no se combate con más discursos, sino con hechos visibles. Con el médico que atiende sin mirar el reloj, la enfermera que explica con paciencia y la farmacia que entrega el medicamento sin pedir dinero. Cada acto de verdad, repetido miles de veces, va curando el daño que dejan las noticias falsas.
Rosa volvió al centro de salud dos meses después. Esta vez no por miedo, sino para su control habitual. Le dieron sus medicinas y una enfermera le explicó cómo ajustar la dosis. Juana también volvió. La niña estaba bien y el pediatra la recibió con una sonrisa.
–No crea todo lo que circula –le dijo–. Aquí curamos, no engañamos.
Ambas salieron con una receta en la mano y una certeza distinta. La confianza también se recetaba.
En los tiempos del cólera, escribía García Márquez, el amor era la fuerza que mantenía viva a la gente. En los tiempos del miedo, esa fuerza se llama confianza. Y como toda medicina, sólo funciona cuando se comparte.











