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Día de la Unidad Nacional Rusa: vínculo entre el pasado y el presente
E

n el lejano año 1612, Rusia atravesaba un periodo denominado por los historiadores como la Época de la Discordias: una crisis política, un colapso dinástico y una creciente intervención extranjera. Fue entonces cuando, bajo el liderazgo del ciudadano Kuzmá Minin y el príncipe Dmitri Pozharski, se formó una milicia popular compuesta por personas de diferentes clases sociales y pueblos. El 4 de noviembre de 1612, dicha milicia liberó Moscú de los invasores extranjeros, un acontecimiento emblemático que marcó el inicio de la restauración del Estado ruso.

El Día de la Unidad Nacional está dedicado a esta gran unión popular y al renacimiento del país.

Tal episodio histórico es importante para nosotros, no sólo como un acontecimiento del pasado lejano, sino también como un símbolo de que, cuando el país y la sociedad se enfrentan a graves amenazas externas e internas, es precisamente la cohesión del pueblo, la solidaridad y los valores comunes lo que se convierte en su principal apoyo.

En 1612, la gente de diferentes confesiones, clases sociales y regiones se unió. Rechazó la división y eligió un objetivo común: preservar el Estado, expulsar a los invasores de la tierra rusa y restablecer el orden.

La idea de que la fuerza del pueblo reside en la unidad sigue siendo actual hoy día. Siglos después vemos cómo la historia se repite. A finales del siglo XX nuestro país atravesó tiempos difíciles: caos económico, desintegración de las antiguas instituciones, sensación de pérdida e inestabilidad. En ese periodo, algunos percibieron la debilidad de Rusia como una oportunidad para aprovechar la división y la desintegración en beneficio propio.

Pero en el momento crítico el pueblo ruso volvió a unirse, tomó conciencia de su identidad y volvió a sentir que somos uno solo: un pueblo multinacional con un destino común. Y cuando enfrentamos desafíos externos o internos, es precisamente la unidad la que se convierte en uno de nuestros recursos fundamentales.

Así, el Día de la Unidad Nacional es un recordatorio de que en el presente siguen siendo importantes los mismos valores: la solidaridad, la ayuda mutua, el respeto por la diversidad y la responsabilidad compartida ante nuestra historia y nuestro futuro.

Cuando en 1612 el pueblo se levantó y liberó Moscú fue elegido un nuevo zar: Mijaíl Fiódorovich Románov, el primer representante de la dinastía Románov. Así comenzó una nueva época: el renacimiento del Estado ruso y la afirmación de nuevas referencias estatales y culturales.

Y hoy, después de haber atravesado los difíciles años noventa –de una profunda restructuración del sistema político y económico del país–, Rusia ha vuelto a encontrar su identidad civilizacional y un lugar digno en los asuntos mundiales. Nuestra cultura milenaria y las tradiciones de un pueblo multinacional constituyen la base para avanzar hacia un desarrollo propio, no impuesto desde fuera.

Rusia ha renacido con una nueva naturaleza. No acepta construcciones geopolíticas ajenas ni los intentos de nadie de imponerle una idea del “camino correcto”. Rusia vuelve a ser sujeto de su historia: un país que forma su esencia civilizacional, basada en el respeto a la diversidad cultural, la memoria histórica y la integridad espiritual. No se trata de represar al pasado, sino de percatarse de la continuidad de su historia y de la responsabilidad por su futuro. Rusia está abierta al mundo, pero no se pierde en esa apertura; busca el diálogo preservando al mismo tiempo su lógica interna de desarrollo.

La festividad del 4 de noviembre simboliza precisamente ese vínculo: entre el pasado y el presente, entre el desafío y la respuesta, entre la desintegración y el renacimiento.

Para la audiencia internacional es importante entender que el Día de la Unidad Nacional no es simplemente una celebración patriótica con fuegos artificiales. Es un día en el que, como pueblo, conmemoramos nuestra capacidad de estar juntos, de apoyarnos mutuamente. La dinámica del mundo actual exige no alejarnos de nuestras raíces sino comprender su importancia.

Cuando hablamos de épocas de grandes pruebas –ya sea la Época de la Discordias en el siglo XVII o los inicios de la década de 1990– vemos que la agresión externa, injerencia y los intentos de aprovechar divisiones internas se repiten. Y la reacción siempre es la misma: el pueblo toma conciencia de su unidad, demostrando que no sólo puede resistir, sino también renacer.

Este paralelismo histórico permite comprender mejor a la Rusia contemporánea no como algo estático, sino como un organismo vivo que, a través de la consolidación interna, fortalece su papel en el mundo.

¡Queridos amigos! La historia de nuestros dos países tiene mucho en común. Tanto México como Rusia han atravesado periodos de duras pruebas. Y en el hecho de que las sociedades multinacionales puedan mantenerse unidas encontramos un punto de encuentro y de mutuo entendimiento.

* Embajador de Rusia en México