ómo narrar el desastre? Se pregunta y nos pregunta Laura Restrepo mientras hablamos sobre el genocidio en Gaza.
Meses después nos enteramos de que encontró la forma con su nueva novela, Soy la daga y soy la herida.
Le hacía falta una nueva narrativa para marcar lo que ocurre en estos días de incendio. El genocidio en Gaza, nos dijo entonces, marca el fin de una era imperial, colonialista.
Su novela surgió de esa necesidad de registro. Pero lejos de hacerlo desde la visión de la ética cristiana o a partir de la moral capitalista y con un tono testimonial de denuncia, prefirió hacerlo desde la ficción.
En esta novela, Restrepo apela nuevamente a los mitos, a esas cartas fundacionales de la sociedad, pero a partir de la parodia, usando esa crítica que muerde la conciencia con imágenes fuertes.
Lejos de acercarse a los abusos del poder desde sus víctimas, prefirió hacerlo desde la mirada del verdugo. La novela da cuenta de cómo va evolucionando la rebeldía de ese brazo ejecutor contra su amo. Allí están, sin decirlo explícitamente, los hombres duros de nuestros días. Sin nombrarlos directamente distinguimos los perfiles del carnicero Netanyahu, Trump y su banalización del mal, los monstruos que dirigen la humanidad a la hecatombe.
Escribió en “clave de parodia” porque el género le permitió representar los excesos del mal, esa realidad tan normalizada donde nunca hay muertos suficientes. La sátira alumbra la oscuridad, quita la bruma que envuelve a los matarifes.
En esta novela de capítulos cortos, condensados por el lenguaje, Laura Restrepo disecciona las palabras para darles su justo valor, para hacerlas chillar y resplandecer. Al igual que los poetas las convierten en imágenes poderosas cargadas de significado. Apenas empieza la novela y un ambiente de imágenes, sonoridades y sentencias envuelven al lector: “¿quién mata al verdugo? Esa es la pregunta Vertiginosa”.
Abismo es un dios o una diosa parlante y danzarina que devora a las personas y busca el reflector. Tiene una legión de colaboradores: pistolocos que son los asesinos más vulgares, los verdugos medios y sus voceros. Una burocracia infernal. La guillotina, dice sin tapujos el verdugo, es “la universalización del terror burocrático, que es la forma más efectiva y vulgar del terror”.
Y los sucesores de la antigua guillotina son las bombas de fósforo blanco, las ojivas nucleares para las “fiestas abisales” que vivimos donde una roja epifanía exige la “muerte de los infieles”: los disidentes, los herejes, los rebeldes, los librepensadores, los amotinados, las brujas, los de sexualidad disonante, los locos, las adulteras, las putas, los curanderos, las hechiceras. Todos ellos montados en un patíbulo más exitoso que los Grammys y los Oscares tan televisados como el Mundial de futbol. Un “circo romano en apocalíptica versión contemporánea”.
La historia de la novela es, como decía, la rebelión del verdugo. Me da la impresión de que a la escritora le parecía que no se podía empezar a juzgar en una novela lo que está pasando en el mundo de manera tradicional.
La ferocidad contra los inmigrantes, esa capacidad de olvidar qué es la vida humana, de pasar por encima de la niñez, de los derechos humanos, de dar cero importancia a la dignidad de la gente, necesitaba plantearlo de manera distinta.
Requería de una forma diferente de contar y la encontró valiéndose de un tono similar al de la novela gráfica que su protagonista bautizó como “brutal noir”. Por supuesto, fue más allá de los modelos de la novela gráfica por esa maestría en el uso del lenguaje que tanto asombró a José Saramago; también, por no caer en la tentación del patetismo donde abrevan no pocos escritores y que tanto festejó García Márquez.
Ante la tragedia que nos infligen los monstruos de nuestros días sabe, como Poe, que el lenguaje es un arma sonora capaz de tatuarnos imágenes como hizo el poeta con sus versos a Leonore: “To friends above, from friends below”.
En Soy la daga y soy la herida Misericordia Dagger, el verdugo, y Dix danzan con el lenguaje para ofrecernos presurosos close ups de sus emociones. Dix es la atlética joven que hace al verdugo trastabillar, retroceder, desobedecer a su amo. Atravesado por la llama del amor, el metódico e inflexible Misericordia Dagger da un vuelco a su destino y al destino de los hombres.
Soy la daga y soy la herida es, me parece, la novela más arriesgada de Laura Restrepo. Lo es porque el lenguaje también es un personaje que trastoca a todos. Los mueve, los asienta, los resignifica. Es un decir que es un hacer.
Qué escritora tan viva y vertiginosa es Laura Restrepo. Ha ensanchado los registros de la literatura por caminos insospechados.












