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Por qué hablamos de Palestina
S

e cumplen dos años de un acto terrorista que transformó los códigos políticos y las coordenadas de convivencia internacional, no tanto por el suceso en sí, qué fue cruel, criminal e inusitado, sino por la respuesta militar que suscitó y los efectos políticos que tuvo desde el primer momento. La incursión fronteriza de Hamas desde la franja de Gaza a territorio israelí sumó todas las razones y las sinrazones de Israel para aniquilar a los vecinos y adueñarse del poco territorio de la región de Palestina que no se había apropiado ya. Nunca por las buenas. Gracias al asalto de Hamas, Israel justificó la aplicación de tierra arrasada en todo Gaza, a un grado que ni Hiroshima ni Dresden, aunque reminiscente de Gernika y Lídice. Eso dejó de ser “guerra” muy pronto. Devino invasión, contra-asalto de conquista, escalada armada sin restricciones, en condiciones de absoluta desigualdad, sobre un pueblo humillado y masacrado por Israel durante 80 años. Un obsceno acto de venganza quesque bíblica.

Conocidos y lectores me siguen preguntando por qué tantos comentaristas insistimos en la visión “desde un solo lado”, sin “sopesar las razones” de la gran potencia militar, creada y legitimada por las vencedoras potencias occidentales, reconocida por la Organización de Naciones Unidas, en un acuerdo al que Alemania misma se incorporó en cuanto salió de los escombros y hoy lleva a extremos serviles. (La culpa es buen negocio.)

En estos momentos se registran atroces guerras “civiles” en Sudán y el Congo; hace no mucho, en Siria y Yemen. Genocidios. Ambos llevan el doble de muertos que Gaza. ¿Por qué no hablamos de Sudán, sino de la dichosa flotilla Sumud? ¿Por qué no mandamos una expedición a Darfur con leche en polvo, harina y agua? ¿Cuál es la necedad de entorpecer las operaciones militares de Israel en la costa de Palestina? Ah, el irritante “glamur” de Greta, la visibilidad mediática de los protagonistas, las protestas de esa izquierda que nomás sabe molestar, y en consecuencia es reprimida por igual, y gacho, en Gran Bretaña, Alemania, Italia y el Gabacho.

Aparte de la parcialidad explícita de quienes estamos en favor de los derechos y la libertad del pueblo palestino, la significación para México y América Latina de este genocidio en horario triple A no es menor, como diría Ernesto Ledesma. El militarismo israelí, sobreprotegido por Occidente, ha sido factor, actor y proveedor de guerras sucias y dictaduras en Argentina, Brasil, Guatemala. Sus armamentos, asesorías y fuerzas mercenarias estuvieron detrás de los kaibiles, de los interrogatorios en el Garage Olimpo y de los paramilitares del uribismo. Sus capitales se pasean a gusto por las torres de Panamá City.

¿Por qué nos conciernen los israelíes? Tomo la siguiente recapitulación de un post de David Pavón Cuéllar: “Porque formaron y equiparon a militares de la guerra sucia, porque les vendieron armas y los aviones Arava que se utilizaron en los vuelos de la muerte, porque desarrollaron el programa Pegasus con el que se nos ha espiado, porque han entrenado a integrantes de organizaciones criminales como Los Zetas, porque fabrican los fusiles Gavil y Tavor de los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, porque las balas israelíes matan a inocentes en México y no sólo en Gaza”.

Las guerras horribles en Sudán y el centro de África, causadas y administradas también por las potencias coloniales, son eso, guerras africanas. Salpican nuestras conciencias, pero no tenemos a los servicios secretos de Darfur o Kinshasa trabajando para gobernadores y presidentes de México. Su presencia en Chiapas después del alzamiento zapatista fue nula. No colaboraron con la guerra de baja intensidad de Zedillo y mucho menos en la guerra al narco de Felipe Calderón. No venden armas y servicios a las fuerzas armadas. En cambio la industria israelí vende bien y Mossad opera en México, en ocasiones realiza operaciones quirúrgicas para rescatar (extraer) ciudadanos israelíes en apuros, ha hecho trabajos y asesorías para el gobierno en distintas coyunturas contrainsurgentes mientras nos espía, como al resto del mundo, científica y lucrativamente.

Todo eso, antes de añadir el inmenso volumen de inversiones y negocios de los empresarios mexico-israelíes, quienes respaldan y financian el programa sionista y la expansión territorial del régimen ultraconservador y abiertamente racista de Tel Aviv. Sí, los tenemos hasta en la cocina, y más con el argüende de la globalización capitalista y el respaldo de los medios electrónicos privados. Israel y sus aliados desmantelan el derecho internacional para dejar impunes sus crímenes de guerra.

No es sólo el internacionalismo mexicano de tan noble historia lo que alimenta nuestro respaldo a Palestina (y no a Hamas, en ningún sentido, por más que los mandos israelíes machaquen con esa tarugada). Responde a una certidumbre ética y de sobrevivencia, como en un sentido nada figurado acaba de formular el Ejército Zapatista de Liberación Nacional: “Hoy es Palestina, mañana seremos nosotros y nosotras”.