ay secuencias que resumen épocas. El pasado 31 de agosto, mientras la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, aterrizaba de emergencia en Plovdiv (Bulgaria) tras ver saboteado el sistema GPS del avión en el que viajaba, los presidentes de Rusia e India, Vladimir Putin y Narendra Modi, aterrizaban con los sistemas de navegación intactos en Tianjin, donde fueron recibidos con todos los honores por su homólogo chino, Xi Jinping. Mientras Europa revolotea a la deriva, el eje del mundo se mueve a Asia.
Sin restar importancia al supuesto sabotaje, cabe señalar que el GPS de Von der Leyen lleva tiempo averiado. Un verano desastroso la ha dejado al borde del precipicio, hasta el punto de que ya se han puesto a circular varios globos sonda sobre un posible relevo. La última palabra, probablemente, la tenga el canciller alemán, Friedrich Merz, que estaría sopesando presentarla para el cargo –más simbólico que ejecutivo– de presidenta de su país. Una elegante forma de quitarse de en medio a una líder que no da más de sí, si alguna vez dio algo, y a la que sus propios aliados conservadores empiezan a ver como un lastre.
Los tropezones han sido incontables. En política interna, ha traicionado una y otra vez a la mayoría que le permitió ser relegida como presidenta de la Comisión (socialdemócratas, liberales y verdes, principalmente), para arrimarse a la extrema derecha. En ese camino, ha aislado al resto de comisarios (secretarios del Gobierno europeo), relegándolos a poco más que figurantes y ha dado la vuelta a su programa de gobierno como a un calcetín. Hace cinco años había que combatir la crisis climática, ahora hay que armarse a toda costa.
En política exterior, el unilateral cierre de filas de Von der Leyen con Israel durante el genocidio de Gaza ha levantado ampollas. Primero, porque ha asumido un protagonismo en política exterior que no le corresponde, y segundo, porque su defensa del sionismo –que bebe de la atormentada relación de Alemania con Israel– es un insulto para miles de europeos.
La puntilla, decíamos, ha llegado este verano, con el humillante acuerdo firmado con Donald Trump. Europa se ve obligada a aceptar aranceles generales de 15 por ciento no recíprocos, a gastar 750.000 dólares en semiconductotres, gas, petróleo y energía nuclear estadunidenses y a invertir otros 600.000 dólares en el país. No es un acuerdo, es un contrato de servidumbre que, además, no sirve para evitar la guerra, porque no hace sino alimentar la lógica intimidatoria de Trump. No sólo es un acuerdo injusto, es que sobre todo es profundamente estúpido.
“¿Hasta qué punto aceptaremos nosotros, ciudadanos de la Unión Europea, la sumisión?”, se ha preguntado el ex comisario europeo de Mercado Interior y Digital Thierry Breton, quien pone como contraejemplo a México y Canadá, que tras aguantar algo más el pulso y encarar las negociaciones con mayor determinación, han logrado mejores condiciones que los europeos. “Digámoslo claramente: otro camino que no sea la sumisión era posible”, añadió en un reciente artículo. El malestar es generalizado.
En este contexto está adquiriendo voz propia Mario Draghi, ex presidente del Banco Central Europeo (BCE) y ex primer ministro de Italia. Se deja ver y, sobre todo, escuchar. Y muchos de quienes lo escuchan lo querrían ver en el trono de Bruselas. El suspiro de un establishment que anhela una Europa con voz propia, pero sin apenas cambiar las reglas de juego, se escucha en todo el continente.
Discreto pero vanidoso, Draghi se deja querer y eleva el tono contra la administración Von der Leyen, por cuyo encargo hace un año elaboró un extenso informe para reindustrializar y relanzar la Unión Europea. El italiano le acaba de afear a la cara haber ignorado el fondo del informe, que considera que la UE se ha enterado tarde y mal de que el mundo está cambiado. Como receta, defiende inversiones masivas y emisión de deuda comunitaria, todo un anatema para la ortodoxia europea –es decir, alemana–.
Es una música que suena bien, pero la partitura esconde giros peligrosos, como mayores desregulaciones y menores objetivos climáticos. ¿Es Draghi lo que necesita la Unión Europea? Es difícil descifrar el hermetismo del italiano, pragmático y flexible durante su carrera profesional. El defensor de cierto intervencionismo durante la crisis del euro fue previamente el principal responsable de las grandes privatizaciones italianas en los años 90, en pleno auge del neoliberalismo. Una máxima de Reinhold Niebuhr le acompaña, según confesión propia: “Deme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el coraje para cambiar las cosas que puedo cambiar, y la sabiduría para entender la diferencia”.
Draghi es el señor del whatever it takes, la frase con la que, desde el BCE, dio a entender a los mercados que no iban a dejar caer el euro y la UE en plena crisis de la Eurozona, en 2012. El aura de salvador lo acompaña y Bruselas necesita la salvación. Draghi es quizá lo que esta Unión Europea necesita para sobrevivir. Otra cuestión es si esta Unión Europea es la que el continente necesita.