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Drones rusos sobre Polonia: dos planos
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n la madrugada del miércoles 10 de septiembre, 19 drones rusos, durante una ola de ataques a la vecina Ucrania, entraron al espacio aéreo polaco, con uno de los aparatos cayendo hasta 257 kilómetros dentro del país. La violación forzó el cierre de cuatro aeropuertos y la puesta en alerta de los sistemas de defensa aérea de la OTAN con los sistemas Patriot alemanes, los cazas F-16 polacos, F-35 holandeses y un avión de vigilancia AWACS italiano involucrados en la operación de intercepción en la cual “tres o cuatro drones” −según las autoridades− han sido derribados, algo que supuso −como no se cansaban de subrayar a su vez las agencias europeas− “la primera vez que la alianza tuvo que disparar sobre su territorio desde el inicio de la guerra en Ucrania [en febrero de 2022]” (t.ly/nypfp).

Si bien no es la primera ocasión que los drones rusos cruzan hasta Polonia −por ejemplo, el mes pasado uno explotó poco después de pasar la frontera−, esta vez, la escala de la incursión (“19 errores durante toda una noche no es un error”) indica que no se ha tratado de un accidente parecido.

Y dado que, como pronto se comprobó, todos han sido señuelos desarmados −los Gerberas, similares a los Geran-2 (Shahed), pero más económicos y sin ojiva (t.ly/erYHG)−, utilizados por Rusia sobre todo en misiones de distracción y a fin de saturar las defensas aéreas de Ucrania, y que dichos drones no iban dirigidos a ningún objetivo específico, todo el incidente y sus motivaciones deberían considerarse al menos en dos planos: uno militar y otro político.

Primero, la incursión fue un intento por parte de Moscú de poner a prueba las capacidades y los tiempos de respuesta de la OTAN a una escala mayor, “pero sin provocar una guerra abierta” (t.ly/UgTgJ). A pesar de que los oficiales de la OTAN y los políticos polacos se han congratulado, esta reacción ha sido muy deficiente. Sólo una pequeña porción de los aparatos fue derribada ( circa de 20 por ciento), mientras por ejemplo la misma noche, la fuerza aérea ucrania informó haber eliminado 93 por ciento de los drones en su territorio (386 de 415). Encima, una casa “destruida por un dron ruso” fue en realidad… destruida por un misil de un F-16 polaco ( sic). Pero dado que el resultado ahora será no menor, sino mayor presencia de la OTAN en Polonia (ya anunciada), y que ya se anunció también que el ejército se capacitará con sus contrapartes ucranios en tareas de intercepción, las ganancias de Rusia de este “test” en este plano son ambiguas.

Segundo, de allí, el objetivo más importante de la incursión parece haber sido poner a prueba la voluntad política del “Occidente colectivo” en seguir manteniendo su apoyo a Kiev “en un momento en que los aliados europeos ya no confían en el respaldo estadunidense” después de haber sido ignorados por Trump que −muy en contra de ellos (t.ly/P_TBo)− optó por negociar directamente con Putin. Y es Trump −que, de hecho, le restó la importancia a todo el incidente (t.ly/HkN_p)−, que parece haber sido la principal “audiencia” de este ejercicio.

En este sentido, no es una casualidad que la incursión en Polonia formó parte de la escalada de ataques rusos con drones a Ucrania después de la fallida cumbre en Alaska, que no arrojó ningunos resultados y que a su vez se entendía mejor como una distracción que Trump montó para desviar la atención de sus problemas en la política interna (t.ly/VNUBh). Era otro modo de presionar a Estados Unidos a salirse del conflicto y a desalentar a los países europeos que llaman a “redoblar el apoyo a Ucrania” (t.ly/baShk), pero de los que ninguno en realidad −como en un momento de sinceridad días después de la incursión en Polonia remarcó el canciller polaco (y para su propia y aparente tristeza…)− está dispuesto a entrar en una guerra abierta con Rusia (t.ly/9e-Ku). Aunque fuera sólo por esta admisión, el ataque, visto en este plano desde Moscú, pudo haber valido la pena.

De manera sintomática, toda la guerra en Ucrania se entiende mejor también en un plano dual como, sin que esto sea una contradicción, una “guerra proxy” de la OTAN en contra de Rusia (desencadenada por un lado por la expansión de la alianza al este y por otro por el afán “secreto” del cambio de régimen en el Kremlin) y a la vez una guerra de defensa nacional en contra de la agresión del imperialismo ruso.

Pero como bien ha observado Volodymyr Ishchenko, es una guerra proxy “rara”: una de la que hoy el socio más grande de la OTAN (Estados Unidos) se quiere salir, en la que los ciudadanos ucranios no están muy comprometidos con la defensa de su nación y en la que los objetivos del imperialismo ruso no están del todo claros −¿la “inminente invasión” de toda Europa de la que no se cansan de advertirnos las élites europeístas?− y que en cambio parece regirse más por los impulsos internos de su nacionalismo que por los objetivos imperialistas (t.ly/4RjQF).

Y es de hecho justo en el nacionalismo (estéril y performativo) donde −incapaces de inspirar a sus ciudadanos en el concepto de la “guerra proxy” y reacios a mandarlos a una guerra real− los políticos polacos, de modo “espejo” al nacionalismo ruso, juegan este conflicto.

Como el primer ministro liberal Donald Tusk −impopular y que traicionó todas sus promesas de campaña de 2023 (t.ly/FpGC0)−, que después de haber anunciado histéricamente que el ataque de los drones rusos “trajo a Polonia más cerca de un conflicto militar desde la Segunda Guerra” ( sic), lo aprovechó, muy al estilo de Trump respecto a lo de Alaska, como una distracción de sus problemas internos. Para jugar la carta nacionalista y −al fomentar más paranoia antirrusa (t.ly/GQQsn)−, cerrar las filas bajo la bandera del “frente unido liberal-iliberal contra Moscú” con el presidente ultraconservador con el cual está enemistado (Karol Nawrocki) y volverse aún más indistinguible de la propia extrema derecha.