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Qatar, Trump y Venezuela
E

n la consecución de sus objetivos geoestratégicos mutuos y personales, Donald Trump (China, BRICS, Venezuela, Brasil) y Benjamín Netanyahu (genocidio y limpieza étnica en Gaza, Gran Israel) encarnan al policía bueno y al policía malo. Ambos cometen perfidia (un crimen de guerra), pero mientras Trump finge negociar y atrae a la mesa de negociación al adversario como estrategia de distracción, Netanyahu se encarga de destruirlo con premeditación, alevosía y ventaja. Un patrón ya documentado en la guerra de los 12 días, cuando Washington y Teherán mantenían contactos preliminares sobre un posible nuevo acuerdo nuclear, y EU e Israel atacaron a Irán. Ahora, con el ataque contra miembros de la delegación negociadora de Hamas en Doha, Qatar, el 9 de septiembre, ambos dinamitaron las hilachas de diplomacia que quedaban. El impacto simbólico es profundo. La mesa de negociación político-diplomática, tradicionalmente un espacio protegido de los ataques militares, ya no es garantía de nada. Peor: se ha convertido en una trampa para eliminar al enemigo. Quedó claro y lo ratificó Netanyahu al decir que los negociadores de Hamas son un objetivo militar.

De paso, la neutralidad y la soberanía nominales del Estado mediador, Qatar, socio estratégico de Washington que alberga la base aérea de Al Udeid, sede del cuartel general del Mando Central (Uscentcom) del Pentágono y el mayor enclave militar en la región, han sido vulneradas. El bombardeo de los cazas F-15 y F-35 israelíes contó con información de inteligencia y el apoyo de controladores de EU que desactivaron los sistemas de defensa aérea de última generación de Qatar, antes y durante el ataque.

El primer ministro catarí calificó la agresión como “terrorismo de Estado”. Pero el mensaje es inequívoco: el paraguas de la defensa colectiva voló por los aires; los procesos de normalización basados en principios de equilibrio, mutua legalidad y cooperación militar entre EU y las monarquías del Golfo (Qatar, Arabia Saudita, Emiratos y Bahréin), están regidos por una subordinación propia de protectorados y giran en función de las prioridades bélicas de Israel como portaviones terrestre de Washington en Medio Oriente. Según señaló un editorial de The Guardian, “para Trump parece que no hay verdaderas líneas rojas cuando se trata del gobierno extremista de Israel”.

Como antes en el caso de Irán, priman el chantaje, la fuerza bruta y la capacidad de imponer hechos consumados. La negociación no se concibe ya como un límite a la violencia, sino como un escenario subordinado a ella. El intento de asesinato de los negociadores de Hamas marca un punto de inflexión. En términos sistémicos, ese cambio remata los fundamentos del viejo orden internacional. Sumados el genocidio y la limpieza étnica en Gaza, el derecho internacional ha terminado de fenecer.

Moraleja: la seguridad no depende de terceros. Los estados se enfrentan a una disyuntiva binaria: aceptar el vasallaje, o como hizo Irán, construir su propia capacidad de disuasión y formas de resistencia que le permitan preservar un mínimo de autonomía y soberanía.

Eso nos lleva al despliegue militar de EU en el Caribe, cuyo objetivo central es un cambio de régimen en Venezuela y su petróleo. Como señuelo, Trump sigue fantaseando con el uso promiscuo de la fuerza militar contra el tráfico de drogas, que es un delito, no un acto de guerra. Por eso, su equipo fabricó la forzada asimilación de los cárteles de la droga con el terrorismo, reditando la vieja matriz utilizada en 1985, con fines injerencistas, por el ex embajador de EU en Colombia Lewis Tambs: la narcoguerrilla, que pocos años después devino, oportunamente, en narcoterrorismo.

En el marco de la renovada política de máxima presión impulsada por el secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional, Marco Rubio, EU busca provocar un incidente o falso positivo, como pretexto para justificar una escalada de agresiones militares contra Venezuela. Un libreto conocido, entre cuyos precedentes están el incidente del Golfo de Tonkín en 1964, cuando el gobierno de Lyndon Johnson arguyó ataques del Vietcong contra el destructor USS Maddox como excusa para intervenir en la guerra de Vietnam, y la falsa narrativa de la administración Bush Jr. sobre las “armas de destrucción masiva” de Sadam Hussein para intervenir en Irak en 2003.

La puesta en escena de la narcolancha en el Caribe, seguida el viernes 12 del ilegal y hostil abordaje de una embarcación atunera con nueve pescadores, por marines del destructor USS Jason Dunham (DDG-109), equipado con misiles crucero mientras operaba en aguas de la Zona Económica Exclusiva venezolana, podría marcar el inicio de la nueva fase de una guerra no convencional, multidimensional y más “cinética”, bajo el viejo ropaje de la “seguridad hemisférica”. Esa estrategia combina provocaciones y operaciones sicológicas con campañas de intoxicación mediática y narrativas criminales que utilizan al mítico cártel de Los Soles y al extinto Tren de Aragua, con la finalidad de manufacturar a Venezuela como un narco-Estado que “amenaza” la seguridad continental, y justificar así una escalada militarista e incluso la intervención directa del Pentágono.

Una variable es fabricar un escenario tipo Libia, mediante un levantamiento opositor interno que cuente con apoyo aéreo y misilístico de las fuerzas de EU desplegadas en el Caribe.