raíz de mi artículo del lunes pasado sobre los efectos de los huracanes Betsy y Katrina en Estados Unidos, el comportamiento de los funcionarios públicos ante la tragedia y su relación con las graves alteraciones que en el vecino país registran sus ecosistemas básicos (como pantanos y otros humedales), el doctor Horacio de la Cueva y otros especialistas en temas marinos me señalan la urgencia de que entre México y Estados Unidos haya una efectiva colaboración en el tema ambiental. Muy concretamente, para conservar los ecosistemas del Golfo de México y garantizar el bienestar humano. Y además, evitar la ocupación caótica de las áreas costeras por las actividades económicas y los centros urbanos. Hoy no existe, pese a tantas promesas de los funcionarios.
Refieren, por ejemplo, el caso de los humedales, que constituyen la protección natural más efectiva contra los huracanes y regular la circulación del agua hacia el mar. Y que, por muy sofisticadas que fueran las obras de ingeniería del hombre, el poder del agua y el viento las dejarían inservibles. También citan la urgencia de restaurar en lo posible las zonas de humedales, como las de Tabasco, y complementar lo anterior con una verdadera política de planificación urbana, agrícola y de conservación. Estos asuntos no figuran en las políticas binacionales sobre el medio ambiente.
En cuanto a Estados Unidos, el doctor David Phillips insiste en la urgencia de restaurar la salud ambiental de la cuenca y el delta del río Misisipi, pues padece una contaminación extrema. Es la cloaca mayor de su país. Aunque después de Katrina las instancias oficiales prometieron hacerlo, no cumplieron. En cambio, se han dedicado a proteger los intereses de los grupos que se enriquecen especulando con la tierra, la construcción de áreas residenciales en sitios frágiles y la extracción desmedida de petróleo y gas. En resumen, advierte el doctor Phillips, luego de Katrina continuó la ocupación irresponsable del territorio y la destrucción de ecosistemas. Incluso, se redujo el presupuesto para reforzar las defensas de Nueva Orleans ante posibles inundaciones.
Los especialistas de México y del vecino país llevan décadas alertando sobre la necesidad de reforzar los sistemas de prevención de desastres. En México, es notable la reducción de los recursos dedicados a dicha tarea. Y el mejor ejemplo es el sexenio 2018-2024, el del primer piso de la Cuarta Transformación del país: el Centro Nacional para la Prevención de Desastres tuvo el primer año 23 por ciento menos presupuesto respecto a 2018. Un año después fue de 31 por ciento. Igual ocurrió en los demás años del gobierno de López Obrador. De los recortes no se escapó ni el Servicio Meteorológico Nacional, encargado de monitorear y alertar sobre fenómenos climáticos. En contraste, se incrementó notablemente la ocupación anárquica de la franja litoral sin considerar los efectos ya visibles que en ella ocasiona el cambio climático.
En cuanto a Estados Unidos, después de Katrina, el Congreso optó por fortalecer la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (Fema). Recibió más fondos y facultades para responder con mayor rapidez a desastres mayores. Y el Congreso exigió que el líder de dicha dependencia fuera un experto en desastres. Pero ahora, el actual administrador de Fema es David Richardson. Lo designó Trump pese a carecer de experiencia en la gestión de emergencias. Antes trabajaba en el Departamento de Seguridad Nacional, en la sección dedicada a armas de destrucción masiva.
Otra de las acciones negativas de la administración Trump es reducirle importancia a Fema, al recortar miles de millones de dólares de los programas de preparación y respuesta para desastres. Y despedir a cientos de trabajadores de dicha dependencia. Incluso, habla de eliminar la agencia, por innecesaria. Dice que la responsabilidad en lo que se refiere a los desastres naturales corresponde a los estados, no al gobierno federal. Ignora que los desastres no tienen fronteras políticas ni geográficas.
Así las cosas, malos tiempos esperan a la agenda binacional referida al medio ambiente y a la conservación de los recursos naturales. Y en muy buena parte debido al actual ocupante de la Casa Blanca: un negacionista del cambio climático, que volvió a retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París.