Punto de no retorno
erá posible que Estados Unidos se aproxime rápidamente a un punto en el que no haya un retorno al diálogo civilizado debido a la violencia política que inunda buena parte de la nación? Desafortunadamente esa parece ser la conclusión a la que muchos desde diferentes tribunas de opinión han llegado. La clase política, la empresarial, la periodística y la sociedad en general han manifestado un pesimismo no visto desde hace años, sobre un fenómeno que parece asentarse cada vez con más fuerza en la vida cotidiana de millones. Desde el intento de asesinar al entonces candidato a la presidencia, Donald Trump, hasta el homicidio la semana pasada de Charlie Kirk, uno de los más destacados pregoneros de la derecha, el panorama se ha tornado sombrío. Hace sólo unas semanas en el estado de Minnesota una representante demócrata y su esposo fueron asesinados por un individuo que confesó su odio por las posiciones políticas de sus víctimas. Las amenazas de muerte en contra de gobernadores, legisladores y funcionarios del gobierno, lo mismo de derecha que de izquierda, conforman un panorama alarmante de violencia en el que el crimen ha arrebatado el lugar al diálogo, medio civilizado, para deslinar diferencias políticas e ideológicas.
Señalar culpables no resuel-ve un problema que se ha engendradoa partir de declaraciones en las que la diatriba, el odio y la sed de venganza ganan inexorablemente terreno. La condena del crimen en voz de varios líderes de ambos partidos pudiera ser la oportunidad de romper el ciclo de “ojo por ojo y diente por diente” y de combatir la violencia con violencia. No ayudan declaraciones incendiarias culpando del crimen a la “izquierda radical” por parte de quienes debieran llamar a la cordura y la sensatez en estos momentos. Tampoco ayudó exonerar a quienes protagonizaron una intentona de golpe de Estado en la que murieron varios de los servidores públicos que evitaron que el Capitolio fuera allanado por una horda de salvajes. En este sentido, debiera ser ejemplo para quienes aspiran a rescatar la democracia de la violencia y transgresión de las leyes la sentencia a 28 años de prisión al expresidente brasileño Jair Bolsonaro, quien en su delirante actitud no reconoció haber perdido la relección y protagonizó un golpe de Estado.
Una declaración de juicios sumarios y venganza, desde la más alta tribuna de la nación más poderosa del planeta, no es precisamente el mejor camino para disolver diferencias, apaciguar los ánimos y promover el diálogo. De seguir así, acabaremos por darle la razón al inefable señor Musk sobre la nece-sidad de abandonar este planeta para mudarnos a Marte, o esperar a que el “huevo de la serpiente” empolle nuevamente.