
Sábado 13 de septiembre de 2025, p. a12
He aquí una música frenética, pero mesurada; violenta, pero apacible; velocísima, pero lenta. He aquí el orden del caos, la explosión controlada, el meteoro inocuo.
La música de The Messthetics hace honor a su nombre, compuesto de dos vocablos: mess, desorden, lío, enredo, confusión, y aesthetic, todo lo relacionado con el arte y la belleza.
Bello desmadre, artístico desorden, confusión estética. Hay muchas maneras de nombrarlo en nuestro idioma.
The Messthetics fue fundado en Washington en 2016 y cuenta solamente con tres discos, los suficientes para pasar a la historia.
Es un trío que parece inofensivo, pero en cuanto empieza a sonar, rugen las panteras, barritan los elefantes, nacen flores y serpentean arroyuelos cristalinos.
El bajista, Joe Lally, parece no romper un plato, aunque hay momentos en las piezas en que es Atila, La Mole, Gengis Khan.
El baterista, Brendan Canty, parece un señor de esos que lo que más aman en la vida es preparar una carnita asada en el patio trasero de su casa y chelear con sus amigos, pero en cuanto le ponen enfrente tres tambores, emerge King Kong, salta el Hombre Araña, suspira el Minotauro en su laberinto.
El guitarrista, Anthony Pirog, se asemeja a un adolescente que patina en olas de cemento y alterna sus giros con el cumplimiento de sus deberes escolares, pero en cuanto se cuelga una guitarra Fender fabricada en 1962, tórnase tornado, tuércese tormenta, entronízase Zeus lanzando rayos y centellas desde la punta del Olimpo.
Juntos, los tres, son una orquesta sinfónica que parece estar tocando Bruckner.
Verlos en acción es todo un espectáculo. Tres tristes tigres sonando como una orquesta sinfónica. Espectacular, porque no responden a las fisonomías de músicos que hacen sonar música tan tremebunda.
Salvo el guitarrista, que usa una gorra de beis de donde salen mechas de greña, el baterista conserva su pinta de señor amante de armar asados en su jardín soleado y el bajista parece más bien un diligente agente de seguros.
Eso cuando vemos sus videos en YouTube. Cuando solamente los escuchamos en Spotify, imaginamos a musculosos greñudos de matas largas, tatuajes terroríficos, chalecos de cuero y sin camisa, botas con estoperoles y todos escupiendo el piso. Pasumecha.
Así de espectacular es el sonido de los messtéticos.
Su segundo disco es, en mi humilde opinión, el mejor, desde su título: Anthropocosmic Nest, grabado en vivo en 2018. Lo que más valoro es la ausencia de voces. Nada como el rock instrumental (Pink Floyd). Salvo The Who, Queen, Led Zeppelin, AC/DC, entre otros ejemplos, las voces solistas salen sobrando y hasta estorban.
El discurso musical de Messthetics es un manjar: escuchamos el zumbido del bajo, nos deleitamos con la técnica y la infinidad de recursos técnicos de baterista y nos asombramos frente al repertorio solista y de acompañamiento de guitarrista.
Las 11 piezas de Anthropocosmic Nest suenan bien macizas. Lo suyo es el punk bien pulidito, con goznes de jazz y mucho hard rock. Es una música monumental, narrativa, con variantes sorpresivas, suspense, imaginación. Creatividad.
Brendan Canty no necesita de la parafernalia muy usual en los bataqueros de heavy metal: pinche mil tambores, aproximadamente, y muchos platillos y tam tam y efectos muy acá. No, para Canty el canto de tambores se limita a tres de esos artefactos para que suene a tribu de pigmeos, estampida de bisontes, tropel de guerra en La Ilíada.
Un detalle de exquisitez extrema: Canty suele colgar arriba a su derecha una hermosa campana, mediana, que utiliza en momentos donde lo sublime ocurre en pleno estrépito, graznidos, rugidos, cañonazos. Ese tañido es como el toque de jengibre en la preparación de un platillo de por sí exclusivo para paladares cardenalicios.
Recomiendo el siguiente ejercicio: escuchar este disco poniendo atención a la batería y eliminando de los oídos la guitarra y la batería. Garantizo sinfonía.
Los contracantos, los silencios improbables, los batacazos consecutivos en los tres tambores, la salpimentación en los metales, el efluvio del tam tam, las frases entrecortadas. Vaya, una catedral. Como una novela de Cormac McCarthy.
Ahora, escuchemos el disco borrando de los oídos la bataca y la guitarra. He aquí otro manjar: el bajo de Joe Lally aúlla, gime, canta, teje. Rebasa la condición de sección rítmica para instalarse en plan solista, protagonizar episodios de profundidad discursiva y plantar una atmósfera estremecedora. Como El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad.
Toca el turno de borrar de los oídos bataca y bajo. Tenemos ahora una sinfonía de Dvorak, un jardín de las delicias, un chirriar de aves bajo un cielo nublado, al mismo tiempo que un pastar de ovejas en flos campi. Es como Los hermanos Karamazov, de Dostoievski.
El primer disco de estos dartañanes, titulado The Messthetics, es una hazaña experimental, un ejemplo cabal de lo intrépido, lo deslumbrante, el desafío. Un power trio con todas las de la ley.
Este álbum seminal contiene todos los ingredientes de los siguientes dos y aquí es más evidente un elemento asaz delicioso: su carácter momentáneo de rock progresivo, que nos proporciona la impresión de estar escuchando a King Crimson o a Pink Floyd o al primer Genesis.
Los momentos meditativos del disco son como un adagio de Bruckner, un lago en medio del bosque, una parvada de grullas en el horizonte.
Y enseguida, la cargada punk, las alocuciones más salvajes, veloces, atronadoras. Como lo que sigue después de un adagio de Bruckner: un scherzo.
Y todo esto nos lleva a la novedad discográfica del momento: The Messthetics and James Brandon Lewis, con innovaciones técnicas, variantes estilísticas y un sonido nuevo con la adición de un saxofonista: James Brandon Lewis.
Pese a lo que pudiera esperarse de irrupción tal, en un trío donde impera lo impetuoso, el mucho ruido y muchas nueces, pero también lo tranquilo, lo quieto, musitado, la aparición de un sax no destempla el templo, no satura el sonido, no toma un papel protagonista, como suele suceder en grupos donde hay sax.
Es en este nuevo disco donde se nota más la vocación jazzística de The Messthetics, sin dejar de lado el punk, el rock duro, las invenciones métricas imprevistas.
El desempeño de James Brandon Lewis con su sax es el ejemplo del buen demócrata: sabedor de que los messtéticos son un triunvirato donde cada una de sus partes tiene el mismo rango, similar poder, voz y voto parejo, el saxofonista le mete matemáticas al asunto y simplemente divide entre cuatro las ganancias.
He aquí tres discos de un grupo fuera de serie: The Messthetics, músicos capaces de hacer sonar la tempestad al mismo tiempo que la calma, el hilo, la aguja y el camello, el pajar y el pájaro, el mago y la chistera, el chiste y su relación con el inconsciente, la pipa y el sofá, la barba de Sigmund Freud, la calva de Jean Sibelius y toda la potencia de una sinfonía de Bruckner.
Un bello desmadre, un artístico desorden, una linda confusión estética.
Mess Aesthetic. Estética El alegre desmadrito. Hacemos cortes de pelo a la medida, manicure a manos llenas y despelusamos el ombligo.
Satisfacción garantizada.