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Ver día anteriorLunes 8 de septiembre de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Israel y la guerra
L

a “franja” de que tanto escuchamos y leemos desde hace ya un buen tiempo, todos los días, debe su nombre a la Ciudad de Gaza; investigando un poco y recordando clases y lecturas de historia, confirmo que se trata de una zona que todo el tiempo o al menos con mucha frecuencia se encuentra envuelta en conflictos, guerras, desplazamientos y es objetos de envidias y codicia de otros pueblos vecinos o no tanto.

Siempre está en conflicto; disputas entre potencias extranjeras que pretenden su control, invasiones de estados imperialistas; egipcios, otomanos, cruzados que fueron a liberar Jerusalén en la Edad Media, Napoleón que cruzó la franja o “zanja” como también se le conoce; británicos en la Primera Guerra Mundial; el azote posterior de la “Guerra de los Seis Días” presiones y combates en la Segunda Guerra Mundial y ahora en nuestros días, ambición de los judíos y su estado de Israel que avanza para adueñarse del territorio de la franja semidesértica pero también de la ciudad.

Conocer esas noticias, saber de tantos atropellos contra niños, mujeres y enfermos por parte de los israelitas al tratar de adueñarse de la franja traen a mi memoria lecturas juveniles que estuvieron de moda allá por los años 50 del siglo pasado. Esa literatura, atribuía a los judíos prepotencia, ambición, codicia y un plan para controlar el mundo.

Estaban entonces de moda esas lecturas y esa manera de interpretar la historia; se comentaba en muchos círculos y capillitas de crédulos y convencían a los no muy informados jóvenes de entonces, que nos dejábamos envolver fácilmente por esas teorías extravagantes según las cuales todas las desgracias y males que acontecían en todo el mundo y desde luego en Latinoamérica, eran atribuidas a “las tres jotas: judíos, jotos y jesuitas”. Era absurdo, pero en amplios sectores de la sociedad corrían esas simplistas explicaciones de lo que entonces pasaba. Durante la década de los 50 estaba yo ávido de novedades, de misterios por descubrir y de explicaciones que aceptaba sin mucho análisis.

Pero como dice un poema “el tiempo pasa y el mundo rueda”, por esos años entre adolescencia y juventud comulgué con ruedas de molino. Todo empezó por que escuchamos a un locutor con ínfulas de sabiondo, vecino de mi barrio. Varios muchachos de la palomilla lo teníamos como muy informado y lo admirábamos por que hablaba por radio con su voz lenta y engolada. Nos decía y le creíamos que había una gran conspiración muy poderosa que poco a poco se iba apoderando de todos los gobiernos del mundo y que contaba para ello con una organización secreta que se extendía lo mismo en, Europa que en América.

Ahora me rio de esa idea atropellada, pero entonces creíamos en la gran conspiración, en la supuesta aprobación de unos “protocolos de los sabios de Sion”, en un plan que iba a ejecutarse cumplidamente en todo el mundo; aceptábamos que eran judíos los gobernantes de los más poderosos países del mundo, lo mismo en donde prevalecía el capitalismo que en donde los socialistas gobernaban, lo mismo en el Kremlin que en la Casa Blanca, tanto en América como en Inglaterra, en Francia y en general en todas partes.

Circulaban entonces unos libros que daban la razón a nuestro amigo locutor: El judío internacional escrito o atribuido a Henry Ford el poderoso empresario que vendía automóviles en todo el mundo con la marca de su apellido. Conocer esos secretos nos hacía sentirnos importantes; nuestra misión era salvar al mundo y leíamos también Los protocolos de los sabios de Sion de no recuerdo qué autor y otros libracos por el estilo.

Pero a la larga prevaleció la cordura y la verdad se abrió paso; bastó que un sacerdote jesuita que daba ejercicios espirituales a jóvenes en una iglesia de su orden en la calle de Enrico Martínez, nos explicara mejor la historia reciente y nos ayudara a interpretar los tiempos que corrían para que abriéramos los ojos y comprendiéramos la magnitud de la engañifa en que habíamos caído; por ese tiempo también empecé a leer a Chésterton y a Maritain y se amplió el campo de mi información y convicciones.

Merece que la remembranza de aquella aventura “intelectual” de mi adolescencia se extienda a dar crédito al que lo merece, el sacerdote jesuita que con sabiduría y paciencia nos abrió los ojos, era don Joaquín Cardoso S.J., brillante orador sagrado y autor de varias docenas de libros entre los que recuerdo Los mártires mexicanos, Cuatrocientos novelistas bajo el prisma del dogma y la moral y Los héroes de la virtud.

Ahora que los belicosos judíos están dando tanto de qué hablar, ahora que el mundo es testigos de tantos atropellos y que para muchos se trata de un verdadero genocidio, me uno al “ya basta” que abrió La Jornada para colaborar por la terminación de la guerra y esbozo una sonrisa, por lo que estoy pensando de lo que me convencía cuando empecé a tener inquietudes intelectuales y políticas.