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Aprender a morir

¿De quién es la vida?

D

iversas reacciones con motivo del fallecimiento, el 4 de septiembre, de la experimentada alpinista rusa Natalia Nagovitsyna, de 48 años, quien al sufrir la fractura de una pierna quedó varada a 7 mil metros de altura mientras descendía luego de conquistar la cima del pico Pobeda, en la república asiática de Kirguistán. Según autoridades y equipos de rescate, las condiciones climáticas extremas, la dificultad técnica del terreno y la insuficiencia de recursos imposibilitaron volver a acceder a la tienda donde Natalia permanecía.

Esas reacciones aumentaron cuando se informó que en 2021 Sergei, esposo de Natalia, había sufrido un infarto cerebral y fallecido al bajar de la montaña Khan Tengri y, en el colmo de los infortunios, un día después del accidente de Natalia, el italiano Luca Sinigaglia y un alpinista alemán llegaron a la tienda de campaña de Nagovitsyna, le proporcionaron una bolsa de dormir, comida y un cartucho de gas. Sin embargo, la dificultad del terreno impidió cualquier intento de rescatarla y durante el descenso Sinigaglia murió a causa de una tormenta, mientras su compañero lograba sobrevivir.

No todo fueron frustraciones y muerte. Según esto, la escaladora recién fallecida venía de conquistar, aunque todavía no oficialmente, El Desafío Leopardo de las Nieves, prestigiado premio ruso de alpinismo que consiste en ascender los cinco “sietemiles” o picos más altos de la antigua Unión Soviética en Asia Central. Por lo mismo, hay que preguntarnos siempre: ¿de quién es la vida? No sólo de quien la posee, sino de aquellos que tienen la capacidad de desafiarla.

Afortunadamente para Nagovitsyna y miles individuos como ella, la vida no se reduce a ser lógica, práctica y más o menos segura. Y aunque algunos gobiernos como progres ya han comenzado a prohibir prácticas cruentas con animales no humanos, aún les falta prohibir charros, jinetes de jaripeo, espeleólogos, ciclistas, buzos, paracaidistas, esquiadores, pilotos, canoístas y escaladores, incluido el escalofriante solo integral, sin cuerdas ni equipo, en irreverente y solitario diálogo con elevadas paredes.

Natalia, impulsada por ese algo desconocido, esperó a ser rescatada y finalmente morir con el íntimo consuelo de haber asumido su congruencia ante la vida. La mágica sobre la lógica de la existencia humana, o la disposición a asumir su final de aquellos espíritus verdaderamente libres e intrépidos.