Julio Frenk: inteligente dedicación a la salud basada en la evidencia. Merecida designación del Consejo Universitario de la UNAM como maestro emérito.
el mensaje en Palacio Nacional a la entrega del informe de labores al Congreso de la Unión; de la curiosa, más que impostada, ceremonia de entrega de bastones “de mando” a nuevos integrantes del Poder Judicial a su toma de protesta en el Senado, inició septiembre, el mes de nuestros rituales. Ya no es el mes patrio que encendía ánimos infantiles y curiosidades históricas, sino una temporada de voluntarismo rayano en lo irracional y la mayor falta de respeto a nuestra historia conocida y bautizada como “patria”.
El mensaje de la Presidenta, como era de esperar, destacó con amplitud sus logros: “Hoy vengo a rendir cuentas, no con palabras vacías, sino con resultados”, dijo, y agregó: “Damos continuidad (…) (a) la gran hazaña del presidente López Obrador, que no sólo separó el poder político del poder económico, sino que, con un nuevo proyecto de justicia social, sacó de la pobreza a más de 13.5 millones de personas.
“De 2018 a 2024, la población en pobreza pasó de representar 41.9 de la población a 29.5 por ciento, el nivel más bajo desde hace por lo menos 40 años. La desigualdad también se redujo significativamente (…) colocando a México como el segundo país con menor desigualdad de América, después de Canadá” (https://www.gob.mx/presidencia/arti culos/version-estenografica-primer- informe-de-gobierno-de-la-presidenta- claudia-sheinbaum-pardo-palacio -nacional).
Habrá tiempo y hay talento bastante para no sólo revisar las cifras ofrecidas, sino evaluar la propuesta de ingresos y egresos de la Federación 2026, que el 8 de septiembre presentará la Secretaría de Hacienda ante el Congreso de la Unión. En especial, si tal propuesta garantiza eso que la Presidenta llama “nuevo modelo económico que garantiza la estabilidad macroeconómica, pero impulsa la prosperidad compartida”.
Hasta dónde puede México avanzar en pos de tan poderosas metas por el camino trazado hoy por el poder es cosa de analizar, apretar la vista sobre escenarios y proyecciones y, quizás, sobre todo, abrir la cancha del Estado a las críticas y reflexiones más variadas. Sin este proceso, no puede haber proyecto nacional, ni siquiera acción conjunta en favor de los más débiles y vulnerados.
La magnitud de esta tarea implicaría necesariamente realizar una reforma fiscal hacendaria que toque al corazón mismo del Estado; de no ocurrir esto, el “nuevo modelo” seguirá basado en la austeridad, las eufemísticamente llamadas reasignaciones y las mejoras prácticas en la recaudación. Respetables opciones, pero insuficientes para los objetivos señalados.
Si la “noche negra neoliberal”, como se apuntó el lunes, quedó en el pasado, no es posible entender la negativa a fortalecer fiscalmente al Estado. Como se dijo: “Sin un papel activo del Estado orientado a la justicia social, la concentración de la riqueza sólo profundiza la desigualdad”.
Cumplir con el mandato constitucional de garantizar los derechos sociales obliga a tener los ingresos suficientes para la salud, la educación y otros fines esenciales. De lo contrario, la atención y prevención médica, la seguridad social para cada vez más mexicanos y la educación seguirán deteriorándose, precarizándose, configurando un lastre y, lo peor, empujando hacia abajo estas y otras beneméritas instituciones, motivo de nuestro orgullo por muchos años.
No debería seguir siendo parte de la lista de pendientes la necesidad de dar al Estado capacidades de autorreproducción financiera mediante la realización de una reforma fiscal redistributiva. Hacerlo implica convicción patriótica y compromiso para acuerdos políticos grandes, capacidad de persuasión y de convencimiento al conjunto de fuerzas sociales poderosas y representativas de que tal reforma es imprescindible. Las élites de todo tipo deberán estar incluidas, pero los grupos gobernantes o aspirantes a serlo deben asumir que dicha reforma tendrá que ser obra colectiva.
Mes patrio que se va. Para mantenerlo entre nosotros es preciso restablecer, mediante la convocatoria a un gran pacto, un acuerdo nacional sustentado en la convicción de que sin un Estado fuerte y con capacidad articuladora de gran espectro no habrá proyecto alguno, mucho menos nacional e histórico.