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Tequileros iletrados y transas
L

lama la atención sobremanera que en las festividades recientes organizadas por los tequileros para honrarse a sí mismos, hayan festinado a más no poder haber roto el récord mundial al reunir alrededor de tres millares y medio de diferentes botellas de la famosa y mexicanísima bebida y se hayan reiterado unos a otros la enorme importancia de la industria. Ello sucedió en un magnífico edificio que hace las veces de su “templo mayor”.

Sin embargo, es de llamar la atención la ausencia de libros y revistas. Reunir lo que se ha publicado sobre la dichosa bebida, su producción, sus características y, ¿por qué no?, sus problemas, es algo que no se les ha ocurrido a quienes están convirtiendo al tequila, más que nada, en un motivo de culto.

Ello es una razón para referir lo poquiteros que son nuestros empresarios. Recientemente salió en los periódicos locales el dato que no sorprendió a nadie: los negocios de jaliscienses resultan ser en su mayoría pequeños: de 10 o 15 empleados… Los que trascienden ese límite, con muy pocas excepciones, adolecen de presencia de forasteros y, cada vez más, de extranjeros.

Tal es el caso de la industria del tequila que ha crecido sobremanera en los últimos 30 años, en la medida que se ha extranjerizado también.

“Haiga sido como haiga sido”, tal como lo proclamó el primer gobernador panista que padeció Jalisco, la exportación ha crecido sobremanera y, especialmente el tequila que ha cruzado el Atlántico resulta ser en términos generales de buena calidad. No así el que pasa a granel a Estados Unidos, donde se embotella con nombres de allá y, por fortuna, casi no regresa a México.

Ayudaron a este despegue, entre otras cosas, las buenas manos en que estuvo durante muchos años el Consejo Regulador del Tequila; no es el caso de las actuales, que gozan en su currículum haber destruido en tiempo récord una de las empresas zapateras más importantes de América.

Para hablar con detalle de las trapacerías de muchos tequileros se requiere de un espacio mucho mayor que para hacerlo de los tequileros probos, que también los hay. Incluso, se ha dado el caso de que para conservar su producción según los cánones tradicionales, uno de los tequilas de mayor calidad se ha visto obligado a quitar la palabra “tequila” de sus etiquetas… Curiosamente ¡casi nadie se ha dado cuenta!

Un síntoma de la calidad de la mayor parte de tales industriales es que, en las actividades que se organizan para honrarse a ellos mismos, nunca se hace referencia a su bibliografía, aunque ésta resulte muy escasa. Pero es el caso de que hay una revista sobre el tema que aparece regularmente, y en fechas recientes han aparecido sendos libros sobre el tequila por cuenta de editoriales de mucho prestigio nacional e internacional: uno, más breve, es de Miguel A. Porrúa y el otro, de mayor tamaño, fue editado ni más ni menos que por El Colegio de México, una de las instituciones académicas de más prestigio en América y en todo el mundo de habla española.

Es curioso, pero los dirigentes actuales del Consejo Regulador del Tequila y de la Cámara Nacional de dicha industria no parecen ni siquiera darse por enterados y, claro, al celebrarse con tanto bombo y platillo el “Día del tequila”, el pasado 24 del mes de julio, ni las narices asomaron tales libros.

Debemos suponer que los actuales capos de la industria, de la cámara y del otrora eficiente Consejo Regulador, ni de casualidad se dejen ver en alguna de las muchas librerías que hay en la ciudad, cuantimenos por las mayores de que goza la Ciudad de México, donde tales libros están a la venta. Ya no digamos que se les haya ocurrido organizar una presentación de éstas para alimentar el conocimiento adecuado de la historia de dicha industria y evitar así que se digan tantas tonterías.

La ignorancia, incluso de muchos tequileros, de la historia del tequila da lugar a que ni siquiera se sepa que dicha palabra viene de te(tl): piedra, de quili(tl): hierbas, y lan: lugar.

Lo que dicen algunos de que significa “lugar donde se trabaja” es una verdadera idiotez. Los topónimos se refieren a las características naturales de los lugares… no a las cualidades o defectos de sus habitantes.