Sábado 6 de septiembre de 2025, p. a12
El mundo mejoró hace medio siglo con la aparición de una forma musical que cambió la vida de generaciones enteras: el sistema tintinábuli, invención de Arvo Pärt. Desde entonces, legiones de jóvenes buscan con entusiasmo todo aquello que ha escrito y escribe quien es considerado el compositor viviente más importante en el orbe.
El sitio web Bachtrack, que enlista lo que sucede en el mundo de la música de concierto y es el referente por antonomasia, ubica año con año a Arvo Pärt como el compositor vivo más interpretado en salas de conciertos, seguido a veces por John Williams, el autor de la música de la saga La guerra de las galaxias, y en otros años por Steve Reich y Philip Glass.
El mundo puede estar pudriéndose, pero existe una música que dota de luz, reconforta y da esperanza a la humanidad: la música tintinábuli de Arvo Pärt.
Este 11 de septiembre, Arvo cumple 90 años y el mundo se regocija.
Distintas actividades se han anunciado, entre ellas, como evento central, un gran festival en Pärnu, centro vacacional estonio en la costa del mar Báltico donde Arvo pasó momentos muy felices en su infancia con su familia y sus amigos, entre quienes se encuentra el director de orquesta estonio Neeme Järvi, quien recuerda al niño y luego joven Arvo vistiendo siempre ropa de mezclilla y una gorra de beisbol.
Hay otra imagen de infancia y juventud de Arvo: con esa vestimenta que alternaba con pantalones de pana, montado en su bicicleta daba vueltas en el pequeño parque central de Tallin, poblado donde pasó sus primeros años de vida Arvo.
Mientras daba vueltas en bici, Arvo escuchaba las sinfonías de Beethoven y la música de Johann Sebastian Bach que el ayuntamiento hacía sonar en el parque, a través de altavoces ubicados en lo alto de los postes del alumbrado.
El festival para celebrar los 90 años de Arvo comprende varios conciertos, el principal de ellos dirigido por su amigo de infancia Paavo Järvi, hijo de Nemee Järvi, con un conjunto de obras que se publicó en Spotify ayer y es el nuevo disco de Arvo Pärt.
En este disco, Paavo Järvi dirige a la Estonian Festival Orchestra. Las obras que contiene sonarán en vivo durante cuatro conciertos, mientras Kristjan Järvi, su hermano, dirigirá dos días después un programa especial titulado Pärt in Mirror, en clara alusión a una de las obras tintinábuli más importantes de Arvo, titulada Spiegel im Spiegel (Espejo frente al espejo).
El nuevo disco de Arvo Pärt, entonces, reúne 10 partituras representativas del estilo tintinábuli que inventó: un sistema algorítmico cuyo objetivo es la reducción total y la organización más estricta de los recursos musicales. Lo ha dicho así Arvo: “son matemáticas puras”.
Como sabemos, las matemáticas son la estructura de toda música. El ejemplo más importante en la historia es la música de Johann Sebastian Bach, que es lo mismo que decir: la perfección.
La música de Bach reproduce la matemática natural de la naturaleza. Al escuchar sus obras, vemos con claridad, porque es una música sinestésica natural, la estructura de las hojas de los árboles, la arquitectura asombrosa de esos árboles, la traducción en matemáticas del flujo de un arroyo (Bach, en alemán, significa arroyo), la luz del atardecer.
Arvo Pärt ha estado siempre consciente de eso. Tengo la fortuna de conocerlo en persona y me concedió una de las pocas entrevistas que ha otorgado. En esas pláticas me ha explicado la influencia en su música de la obra de Bach, en especial su clara vocación matemática.
El periodo creativo inicial de Arvo Pärt se inscribe en el dodecafonismo, sistema musical que inventó Arnold Schönberg con bases estrictamente matemáticas, en especial el uso del algoritmo como elemento de estructura, repetición y construcción.
Luego de un largo periodo de retiro de la composición, Arvo se convirtió al cristianismo ortodoxo ruso en 1972 y se entregó por completo al estudio de diferentes tradiciones de la música sacra, entre ellas el canto gregoriano, la polifonía de la Escuela de Notre Dame y la polifonía renacentista.

Al final de ese periodo, en 1976, compuso un conjunto de obras en las que puso en práctica un nuevo sistema de composición al que nombró tintinábuli, denominación latina para las campanas de mano utilizadas por los monjes medievales para llamar al trabajo y a la oración. Este sistema consiste en acompañar una melodía principal con una voz tintinabular que únicamente emplea notas pertenecientes a un acorde de tríada. Es una técnica para la estructuración de tonos en lo que las voces se conectan según un conjunto de estrictas reglas contrapuntísticas.
Los componentes principales de la textura consisten en la voz melódica, construida racionalmente y mayormente escalar, y la voz tintinábuli, esculpida sobre una tríada central. Representa una novedosa unidad de contrapunto, armonía y forma en la música donde la simplicidad de los parámetros auditivos, así como la claridad y la rigurosidad de la música, se fusionan con la programación numérica del material musical.
El objetivo es lograr lo esencial. Arvo Pärt me lo explicó así: “Es la huida a la pobreza voluntaria”. Las partituras de Arvo tienen muy pocas notas, suficientes para comprender el mundo. Es un ascetismo sonoro ligado a la tradición filosófica y teológica de la fe ortodoxa. Es una nueva comprensión de la simplicidad. El uso de pocas notas, acordes que parecen repetirse. Y el efecto es hipnótico, como cuando nos concentramos en el campo para observar cómo fluye un río, o bien cómo se mueven las olas del mar.
Me dijo Arvo cuando visitó México, hace algunos años: “Mi música nace de las verdades inmutables y en espejo de la inconmensurable serenidad que imparte un paisaje de montañas”.
Añadió: “Se resuelve de un modo que resulta infinito en el tiempo, pero fuera del flujo del infinito. Hube de dibujar esta música gentilmente fuera del silencio y del vacío”.
Las de Arvo Pärt son obras esencialmente no discursivas que despliegan procesos que se originan y extinguen con la naturalidad de una reacción química. No es subjetiva ni retórica, como lo son casi todas las obras del romanticismo y posromanticismo. El ejemplo máximo son las sinfonías de Gustav Mahler, tan afectadas, tan retóricas, tan llenas de efectos emocionales y estrambóticos.
A la fecha, hay orquestas, o bien atrilistas, a quienes les cuesta mucho trabajo interpretar a Arvo Pärt porque está hecha de música muy lenta, de notas muy largas, pero sobre todo sin efectos emocionales o discursivos. Desconcierta mucho a los músicos tan acostumbrados a los efectos dinámicos (la intensidad) y agógicos (los tempi) de la música romántica.
Es una música extraordinariamente estática. Que aspira al silencio como la expresión máxima de lo humano. Su efecto es inmediato: el oyente entra de inmediato en un estado de serenidad, de armonía. Sonríe en su interior. Es también una música con efectos digamos sicodélicos; no en balde en una época, sobre todo cuando se estrenaron sus primeras obras tintinábuli, hubo quienes la compararon con la música de Pink Floyd.
En el orden estrictamente matemático de los manuscritos de Arvo Pärt pude observar un detalle que me conmovió profundamente: la mañana en que nos encerramos para realizar la entrevista, Arvo abrazaba una partitura que escribió en México: Virgencita, dedicada a la Virgen de Guadalupe, y que estrenó en Guanajuato.
Es una obra tintinábuli, con su estricto ordenamiento en tríadas y lo que observé en el legajo de partituras que abrazaba con fervor, es que la nota principal de cada frase, Arvo la señalaba con una flor, que dibujaba en la partitura.
Celebremos el cumpleaños 90 del compositor vivo más importante del orbe. Escuchemos su música y cada vez que nuestro oído identifique cada nota importante en cada frase, recojamos esa flor y lancémosla al viento en dirección a Estonia, donde en este momento Arvo la cacha, la aproxima a su pecho, la abraza.
Y nos sonríe.