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Ataque al Poder Legislativo
L

o que presenciamos en la Comisión Permanente del Poder Legislativo no fue trifulca, finta de boxeo, combate ni “pinches empujones”, como calificó el episodio un comentarista tan sesgado como ligero de palabras. Se trató de un ataque a la institución del Congreso de la Unión, responsable de atender las funciones del Poder Legislativo durante la recesión de ambas cámaras, encarnada en el senador Gerardo Fernández Noroña, titular de la presidencia de esa comisión.

Era previsible que la prensa corporativa, usualmente paraguas de delincuentes ultrarricos, clérigos pederastas y políticos corruptos, minimizara o deformara el ataque protagonizado por un grupo de individuos (diputados unos y otros simples porros, todos en calidad de rufianes) encabezado por Alejandro Moreno Cárdenas, el presidente del PRI. Pero no por previsible hay que dejar pasar sus omisiones, excesos y embustes. En un sector de la ciudadanía persiste la ingenuidad o la convicción manipulada que se deja llevar por eso que en uno de sus acertados juicios ha señalado Julio Hernández: asistimos a un momento donde el cinismo y la desvergüenza nos quieren convencer de que aquello que percibimos directamente con nuestros sentidos no es la realidad. La realidad, nos dicen sus malévolos intérpretes, es lo que ellos afirman. Y es éste el caso.

En el colmo del enrevesamiento, Moreno Cárdenas acusó a Fernández Noroña de haberlo agredido. La perversión trumpista halla sin duda sus cajas de resonancia en los mexicanos que reverencian el poder de Washington y piden expresa y públicamente que haga efectivos sus afanes intervencionistas: victimizarse y acusar a sus víctimas de victimarios. Y para refrendar esta actitud, el priísta Rubén Moreira afirmó sin pestañear que ellos jamás perdonarían a quienes los llaman traidores. La traición a la patria no es condenable en quienes la perpetran; condenable es el que señala a sus perpetradores.

No fue suficiente, como vimos en la apertura del periodo ordinario de sesiones. Los priístas, con la complicidad del PAN, vandalizaron estentóreamente el recinto deliberativo de la Cámara de Diputados.

Se discute a favor y en contra del de-safuero de Moreno Cárdenas (y también de Lilly Téllez por el delito de traición a la patria). No se requiere discurrir demasiado para adelantar que si el ataque al Poder Legislativo por parte del primero y de los actos de traición a la patria por parte de ambos quedan impunes, sus acciones y las de quienes los acompañan y/o se hacen eco de ellas, la institucionalidad y la integridad soberana del país se verán seriamente comprometidas frente a los afanes imperialistas de Estados Unidos en el intento de concretar un mayor intervencionismo en la vida pública de México e incluso de realizar una posible invasión militar.

Ese es un aspecto del ataque al Poder Legislativo de los mencionados legisladores del PRI y de los actos de traición a la patria, tanto de Moreno, presidente de este partido, como de Téllez, miembro del PAN. Hay otro aspecto de mayor complejidad y raigambre.

Durante largas décadas, el parlamento en México estuvo lejos de funcionar cabalmente como el órgano colectivo de la representación política. Hoy algunas de sus inercias se mantienen presentes.

En el Centro de Estudios Parlamentarios de la universidad pública de Nuevo León, suelo preguntar a los estudiantes que se adscriben a esta unidad académica para cumplir con su servicio social si alguna vez han participado en una asamblea. En 20 años al frente de esta dependencia, no han llegado a 10 los que han respondido positivamente.

En todos los partidos, como se puede observar, no hay debate sobre temas y decisiones cruciales. Y esto es así porque no se convoca a la o las asambleas de la militancia para tal propósito. Si en las organizaciones partidarias la asamblea deliberativa no es el centro de una gestión democrática, poco puede esperarse que ésta sea la manera natural y permanente de funcionar de otras instituciones de la vida social.

Con frecuencia se rechaza el asambleísmo para justificar la ausencia de deliberación y toma de decisiones de la colectividad a partir de la asamblea. Pero la humanidad no conoce otra forma inclusiva de abordar problemas comunes para buscarles solución con la participación de todos los afectados por los acuerdos consensuados en la asamblea.

La asamblea es escuela en la medida que su eje es el diálogo. Un diálogo que requiere de reglas aceptadas por todos para que los problemas puedan ser visualizados y comprendidos con claridad, asumidos y expresados con libertad y decidida su posible solución con respeto a quienes formaron la mayoría en cuanto al método para conseguirla.

Los integrantes de la minoría que hoy violentan con agresiones físicas y estridencia la vida parlamentaria del país no hacen sino mostrar explícitamente su proyecto desestabilizador como la única vía de regresar al poder. La mayoría no debe esperar a que haya sangre (lo que algunos le reprochan a Fernández Noroña por no haberse liado a golpes en una franca reyerta con su agresor). Apegada a la legalidad, está obligada a buscar el modo de contenerla.

Una de las puertas por donde acecha el intervencionismo es la incapacidad del gobierno para controlar la violencia. Por ello, la oposición no sólo la evita, sino que la potencia. Según Juan Linz, esta es una de las causas por las que se destruye un gobierno democrático.