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Cada vez más personal
“¡N

o me quiero ir así!” Fueron las palabras que mencionó Miguel, un compañero del pueblo zapoteco, aquel domingo de verano en la iglesia de San Pedro. Un lugar muy familiar para él, pues ha sido el centro de su resistencia migrante en Nueva York. Esa reunión fue el inicio de varias donde se abordó su situación ante la audiencia que tendrá en la Corte en diciembre próximo. Miguel enfrenta un proceso migratorio en Estados Unidos después de que en 2017 decidió no salir del país durante la primera administración de Trump; ganó su caso I-130 por un ajuste migratorio. Ahí su representación legal decidió cambiar la ruta para su regularización, mencionando el gran riesgo que representa para él regresar a México.

Miguel migró en 1996, después de un secuestro que vivió a los 13 años en su comunidad de San Pablo Güilá en Oaxaca. Ante esta situación su madre y padre decidieron que era mejor que se fuera del pueblo, pues no sabían si su vida seguía en riesgo. Tomó unas pocas pertenecías y dejó su terruño, sin saber si volvería. En Estados Unidos, la vida lo hizo mirar hacia Nueva York, después de haber estado en California. En ese lugar conoció a su esposa, Margaret, una mujer polaca que se enamoró perdidamente de él. Luego de varios años tuvieron a sus tres hijos: Kristian, Sebastián y Patricio. Al preguntarle a Miguel cómo es la vida en familia, él, tranquilamente, respondió: “en la casa se hablan cuatro idiomas; el zapoteco, polaco, inglés y español. Aunque no lo creas las y los mexicanos tenemos valores similares a los de Polonia; para nosotros la familia es muy importante, y también nuestra religión. Eso ha sido la clave de permanecer unidos”.

La muerte de su hermano Saverio, en 2020, marcó su vida en el activismo: “Todo comenzó cuando mi hermano se enfermó. Ahí que conocí al padre Fabián y poco a poco fui descubriendo su obra. Su forma de ayudar a la comunidad migrante”. Desde esa fecha Miguel ha hecho mancuerna con el padre, repartiendo comida durante la pandemia a las comunidades más vulnerables, primero en Queens y de ahí se extendió a otras partes como Manhattan y el Bronx. A pesar de que su trabajo más intenso fue durante la pandemia de covid-19, siempre ha sido un referente en su comunidad. Ha estado presente en la liberación de personas detenidas; en casos de violencias que viven las mujeres en el hogar; repartiendo mochilas para el inicio de clases y, sobre todo, ejerciendo la justicia lingüística cuando alguien de su pueblo necesita interpretación. Ante la pregunta de por qué lo hace, Miguel contestó: “sufrí mucha discriminación cuando llegué a este país. Sé lo difícil que es empezar desde abajo y por eso los ayudo”. Ahora, Miguel, junto con su familia, vive en la zona conocida de Elmhurst en Queens; su esposa trabaja en una penitenciaría estatal, mientras sus tres hijos son estrellas escolares del futbol.

A pesar de ese caminar de ayuda a los demás, la vida de Miguel corre el riesgo de cambiar, ya que en su próxima presentación en la Corte podría ser detenido por el ICE. En Federal Plaza, el lugar donde se realizará, existe mucha migración, convirtiéndose en el epicentro de las deportaciones en Nueva York. La dinámica es la siguiente: después que la o el juez cierra la sesión, agentes federales esperan a los migrantes al cruzar la puerta. Se sabe que son llevados al piso 10, donde pueden esperar hasta por tres días para ser removidos a algún centro de detención. Esto lo conoce perfectamente Miguel, pues durante meses el equipo de la iglesia de San Pedro ha acompañado a cientos de migrantes que acuden a la Corte. “Aquí se sabe cuándo se entra, pero no cuándo se saldrá”, son las palabras que menciona el padre Fabián al preguntarle de este lugar. Al interior del edificio la tensión se apodera de las personas, sumado a que en los pasillos se pueden encontrar agentes del ICE con los rostros cubiertos, incapaces de sostener la mirada. Unos dicen que es por su “seguridad”, pero me gustaría creer que es por vergüenza ante el dolor que están causando con sus acciones. Nuestra esperanza es que la historia haga justicia a las miles de familias que han sido separadas detrás de esos muros y en todo el país.

Ojalá que las lágrimas de las y los niños al ver a sus padres arrestados pasen una gran factura para esta administración. Mientras tanto, desde esta trinchera estaremos luchando por Miguel, pues cada día esta política de muerte, que nos duele hasta el alma, se convierte en un asunto más personal.

*Integrante del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan