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¿La fiesta en paz?

Sobre Eugenio Noel, imaginativo, talentoso y enterado antitaurino

P

ara ser antitaurino hay que saber de toros, no sólo tener fobias y preferencias. En una edición del portal Opinión y Toros encuentro un artículo del sociólogo e investigador español Lázaro Echegaray, autor entre otros del interesante libro Sociotauromaquia Teoría social del toreo, editado en 2005 por Egartorre Libros.

En ese artículo Echegaray dice: “En el Madrid de los Austrias, entre vasos de cazalla, los bohemios se quejaban. Andaba entre ellos un tal Eugenio Noel, que como dijo el poeta, presidía la tertulia del hambre hecha alegría. Escritor y viajero incansable; toda España y buena parte de América tenían cabida en su mochila y en sus cuadernos de notas se amontonaban las críticas a una España negra y pegajosa”... Echegaray lo omite, pero Eugenio Noel es el seudónimo de Eugenio Muñoz Díaz (Madrid, 1885-Barcelona, 1936), quien estuvo en México a mediados de los años veinte.

“Quiso Noel convertirse en el apóstol del antitaurinismo y llegó a ser, quizás, uno de los primeros escritores que hizo bandera de ello. Recorría el país de punta a punta, conferenciando contra el toreo y el flamenco, exigiendo su eliminación en pos del desarrollo, queriendo ver en el toreo la esencia de todos los males que asolaban a España. Para Noel el toreo era el atraso, el atavismo del rito arcaico y una especie de opio del pueblo que impedía iniciar una revolución industrial o un regeneracionismo; era imposible que España mirara hacia adelante mientras se siguiera endiosando a los toreros, mientras se continuara viendo la oportunidad de triunfar en el riesgo que supone enfrentarse a las astas de un toro. Aunque la lucha contra el toreo y flamenco fue constante en toda su obra, destacan en ese aspecto Escenas y andanzas de la campaña antiflamenca y Señoritos, chulos, fenómenos, gitanos y flamencos, también Las capeas, Nervios de la raza, Cornúpetos y bestiarios, El flamenquismo y las corridas de toros, El picador y su mujercita, Escritos antitaurinos… y algunos más.

“Buscó y encontró dinero en Andalucía (el necesario para vivir pues la pobreza fue compañera inseparable en el viaje eterno de Noel) oficiando como conferenciante. Tras una de sus charlas en el Círculo Mercantil de Córdoba, El Guerra consiguió que 200 amigos suyos se dieran de baja del citado círculo y en consecuencia hubo de dimitir la junta directiva. La crítica de Noel era dura y continua.

“El toreo fue para Noel una constante en su escritura, denuncia perpetua de su pluma, obsesión casi enfermiza que le llevaba a caer en todo aquello que criticaba. Pues si para él el arte de Cúchares era el mal principal del pueblo, el único entretenimiento de una sociedad vacía, conversación interminable de una nación subdesarrollada, tampoco él podía evadirse de su efecto, también él, como ibérico que era, vivía obsesionado por su efecto.

“Fue antropólogo y escritor costumbrista, bohemio viajero y observador incansable, curioso de los lugares del hampa y de la vida de los desfavorecidos, aficionado a la juerga con señoritos, putas y flamencos, residente entre los gitanos, notario de todo ello. Quizás nos extrañe que de flamenco y toros supiera como nadie el señor Noel, aunque los criticara, que una cosa no quita a la otra. El cante lo conocía por sus estancias entre los gitanos. El toreo, porque aunque poca gente lo sepa, Noel fue novillero en las plazas de la pena negra, allá en su más lejana juventud. Fue cuando quiso que la gente le mirara ‘como los ángeles deben mirar a Dios’ y para ello no encontró más salida que probar suerte ante el toro. ¿Miedos? Los pasó todos. Murió pobre de dinero pero rico de producción literaria. Murió en la más grande de las miserias, como él creía que morían los genios en este país, excepto si eran toreros…”, concluye Echegaray.