n las últimas semanas se han definido un grupo de condiciones para un nuevo orden económico global que, por el momento, no han recibido suficiente atención ante un cúmulo de noticias que en muchos casos no permiten comprender sus implicaciones a mediano y largo plazos. Sus repercusiones son muy significativas también para América Latina y el Caribe (ALC) y México, como veremos abajo.
El planteamiento de Jamieson Greer, representante de Comercio de Estados Unidos, del 7 de agosto en el New York Times ( NYT) es contundente. Estados Unidos está reformando el orden global existente e imperante desde 1944. Los fundamentos de este orden económico internacional (conocido como de Bre-tton Woods) fueron la reciprocidad entre las naciones, el concepto de “nación más favorecida” y diversas instituciones, particularmente la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Greer reitera en varias ocasiones que este orden global no ha favorecido a EU (aunque fue la nación que impuso las nuevas reglas e instituciones) “nosotros subordinamos nuestros imperativos económicos y de seguridad nacional”, Estados Unidos ha “pagado” por este sistema global y otras naciones (particularmente China, Vietnam y México) se han beneficiado a costa del país. Estados Unidos pone en marcha “acciones de emergencia” para reindustrializar su aparato productivo y “balancear” sus relaciones económicas: el resto de los países pagarán diversos tipos de aranceles (“un arancel es un formidable garrote”) y EU exigirá el desmantelamiento de sus barreras arancelarias y no arancelarias a las exportaciones estadunidenses.
Desde esta perspectiva, en tan sólo 130 días las “Rondas de Trump” han instaurado los cimientos del nuevo orden económico global, destacando los acuerdos con la Unión Europea realizados en Turnberry a finales de julio de 2025: la UE aceptó aranceles generales de 15 por ciento, otros sectoriales de 50 por ciento para acero, aluminio y cobre, así como compras de energía por 750 mil millones de dólares e inversiones en Estados Unidos por otros 600 mil millones de dólares. Las medidas anteriores con el objetivo de revertir décadas de pérdidas en el sector manufacturero (empleos e inversiones) y reducir o compensar el déficit comercial de EU.
Como resultado, la propuesta estadunidense fija al menos cuatro elementos básicos de su propuesto orden económico global: 1. Importaciones de países que pagarán aranceles entre 10 y 25 por ciento, mientras las exportaciones de EU no pagarán arancel. 2. Países a los que EU impondrá aranceles más altos (por ejemplo, 50 por ciento para Brasil e India) 3. Aranceles sectoriales adicionales sobre autos, acero, aluminio y cobre, así como probablemente sobre semiconductores y productos farmacéuticos y 4. Sanciones vía aranceles a países (y sectores) para castigar a países (o recompensar a otros), también a grupos de países como ha amenazado Trump al BRICS.
La propuesta implica una “constante dinámica” de negociación de EU hacia terceros países en la cual la OMC y los acuerdos a mediano y largo plazos no son relevantes, a diferencia del orden global con acuerdos a largo plazo en la OMC, entre otras instituciones, las cuales, desde esta perspectiva, pierden su funcionalidad.
¿Qué implicaciones tienen estas decisiones por parte de Estados Unidos?
Por un lado, no contemplan las negociaciones (en curso) con China; a diferencia de los acuerdos de Bretton Woods, bajo la indiscutida hegemonía de EU, en la actualidad la “competencia sistémica entre potencias” cuestiona las medidas unilaterales de EU ante la creciente presencia global de China. La relación de Washington con China y de esta nación con el resto del mundo serán al menos tan relevantes como las medidas unilaterales de EU. Como hemos examinado a detalle en esta columna, el proyecto de “globalización con características chinas” es diametralmente opuesto al aquí expuesto por Estados Unidos. La competencia e incluso el liderazgo tecnológico y comercial de China pudieran generar una “fortaleza estadunidense” en creciente declive económico y cuyas medidas arriba expuestas fueran menores en el tiempo.
El impacto en la propia economía estadunidense pudiera ser significativo. Es cuestionable que los compromisos de inversión en su territorio efectivamente se realicen, además del efecto de los aranceles (instituciones como el Yale Budget Lab estima que los aranceles en promedio de 18.6 por ciento serán los más altos desde 1933 y tendrán un costo de 2 mil 700 dólares por hogar estadunidense). Ante estos altos gravámenes ¿las empresas multinacionales de EU y de otros países efectivamente harán retroactivas las masivas cadenas globales que han generado en otros países durante varias décadas?
Las consecuencias para terceros países, incluidos ALC y México, serán drásticas. No sólo por la explícita intención de terminar con las instituciones del “antiguo orden económico global”, haciendo referencia a México como uno de los “ganadores”, sino también por el objetivo de llevar a cabo continuas renegociaciones a corto plazo: acuerdos comerciales están para ser redefinidos ante las propias prioridades de Trump. Para países como México (y Canadá), ante su alta dependencia exportadora hacia EU, la situación es frágil y comprometida. No sólo porque en la práctica el T-MEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, negociado en 2020 bajo la primera presidencia de Trump) en la práctica ya no existe ante las medidas comerciales unilaterales, sino porque además seguramente será profundamente reformulado en 2026 (bajo la nueva racionalidad arriba expuesta). Seguramente los negociadores internacionales del gobierno actual de México ya tienen plena conciencia de estos retos, aunque pareciera ser que organismos empresariales y otros sectores todavía no han percibido estos “cambios tectónicos” en el nuevo orden económico internacional propuesto por EU y sus implicaciones en México.
¿Será?
* Profesor del Posgrado en Economía y coordinador del Centro de Estudios China-México de la UNAM