on el genocidio por hambre, intencionado, sistemático y bien organizado contra las niñas y niños gazatíes, el Estado de Israel ha pegado duro en todo el mundo, ha borrado fronteras y unificado ánimos. Los ánimos de los gobernantes de más de 100 países, pero también y, sobre todo, el horror de quienes en algún momento, hoy o no hace mucho, hemos sido o querido ser padres y madres. Frente a nuestra impotencia están como testigos mudos de la crueldad extrema pequeñas y pequeños completamente indefensos, totalmente inocentes, y además con Israel, que nos condena a todos en el mundo a verlos morir de hambre. Por si fuera necesario decirlo, todo esto comprueba profundamente que ya no es posible seguir manteniendo relaciones diplomáticas con ese país y seguir conversando como si nada enormemente cruel estuviera haciendo. Recientemente, incluso, la oficina de la presidencia de la República hizo llegar a este diario una imagen donde la mandataria Claudia Sheinbaum amorosamente abraza a su pequeño nieto, imagen que en el contexto de barbarie resume la poderosa razón de fondo por la que pueden generarse la valentía, la determinación y solidaridad necesarias para que en esta hora oscura un Estado como el mexicano sea directo y contundente en favor también de los niños y niñas palestinas que hoy mueren sin razón y sin esperanza. Es hoy uno de esos momentos en que las emociones más básicas se convierten en la más alta expresión de la política.
Cuando en 1935, Narciso Bassols, en representación de México se plantó apasionado frente a la entonces debilitada Sociedad de Naciones en Ginebra, lo hizo no para hacer respetar principios bonitos hechos para evitar el compromiso, sino para defender a un pueblo inocente considerado pobre y atrasado. Y al hacerlo explicó por qué Etiopía –pequeño país en el extremo del Cuerno de África– le importaba tanto a México, y por qué ahora le debería importar con la misma profunda determinación la suerte de los palestinos. Decía Bassols que el pueblo de México, integrado en fuerte proporción por pueblos
, que hoy llamamos originarios y mestizos, “a quienes mantuvo… en un régimen la servidumbre durante siglos, ha tenido en su historia de vida independiente duros ejemplos de lo que significan las invasiones conquistadoras del imperialismo.” Por tanto, agrega, el respeto a la independencia y al territorio de un país es elemento orgánico de nuestra sensibilidad y exigencia fundamental de todo nuestro pueblo
(Recurso-Memorica)1 porque Mussolini quería reducir ese país a una colonia. No mucho después, con Cárdenas, México defiende y acoge a los republicanos, comunistas, judíos y otros inmigrantes, declara la guerra a los regímenes fascistas de Italia y Alemania, y después, pese a Estados Unidos, defiende a Cuba, aísla a Franco, condena el Holocausto, rompe relaciones con el régimen militar en Chile y establece así claramente una postura que honra sus propias luchas.
Sin embargo, ahora México calla. No se atreve a mencionar la palabra genocidio y no exige, como otros, que se apliquen las normas internacionales y no quiere romper relaciones. Prefiere callar o refugiarse en un futuro inalcanzable: la creación de dos estados. Y al silencio de los funcionarios se unen también los espacios de un pensamiento que debería ser libre, el de las universidades, y la presidencia –ese ámbito que fue el centro de esa historia llena de heroísmo y esperanza a la que se refería Bassols– no guía a la reconstrucción de esa historia. Por eso, aceptar la muerte de niños por hambre en Gaza derrota nuestra historia. Es normalizar en el peor momento la negación y el imperio de la lógica de la muerte, y eso invade rincones inesperados.
La semana pasada un profesor murió del corazón en un pasillo cercano a la rectoría de la UAM-Xochimilco. Arturo Camilo Escobar, inmigrante, es recordado por sus estudiantes como dedicado y buen maestro. Esto dio pie a que se reviviera la demanda sindical de diseñar una política de atención a la salud a las y los trabajadores de mayor edad. Y, apenas a unos pasos del lugar donde cayó el académico, la respuesta de una alta autoridad –que se menciona como candidata a rectora en Xochimilco– fue tajante: No podemos obligar a ningún profesor a que se jubile, puede seguir chupando sangre a la universidad
. Se convierte así a la institución en la víctima de una nube de pequeños mamíferos voladores chupadores y, por ende, vuelve a las autoridades en valerosas cazadoras de irregularidades.
Sin embargo, su postura es contradictoria. Por un lado se insiste en que todos trabajen para lograr puntos, pero a continuación se les critica porque con eso ganan más y no quieren irse, y hasta se creó una especie de Salón de la Fama con las fotos de todos los profesores distinguidos
, entre otras cosas, por su extraordinaria producción de puntos, y se les premia con relojes y más dinero. Como Yates decía: las cosas se desmoronan; el centro ya no sostiene.
* UAM-X
1 https://memoricamexico.gob.mx/swb/memorica/cedula?oid=onxuxh)b7tz86xotcvr