Opinión
Ver día anteriorMiércoles 30 de julio de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Un adiós con gratitud
E

n el mundo del arte hay quienes dedican la vida entera a perfeccionar su oficio. Rubén Durán Cerrato (Ciudad de México, 1958) es uno de ellos. Con más de 40 años de trabajo en la cerámica, ha creado piezas que no sólo cumplen una función, sino que también inspiran, conmueven y transmiten belleza: son auténticas obras de arte. En sus manos, el barro gira en el torno, se templa al calor del horno y se transforma en una pieza única. Desde joven lo sedujeron la textura y la maleabilidad de este material milenario; con el tiempo, el oficio se volvió vocación y destino.

La danza moderna, el diseño y la pintura formaban parte en el paisaje cotidiano en su familia; esos lenguajes tempranos sentaron las bases de su formación artística. Su primer contacto con la cerámica ocurrió a los 6 años de edad, en el taller de Hugo Velázquez –amigo cercano de la familia y pionero del s toneware en México–. Allí descubrió el olor del barro húmedo, el rumor del torno y el fuego del horno: ese universo sensorial que lo marcaría para siempre. Más tarde, en la escuela primaria Manuel Bartolomé Cossío –de experiencia educativa activa y autogestiva– tomó clases de cerámica con Raúl Kamffer. En la secundaria continuó su formación con el artista chileno Oswaldo Barra, antiguo colaborador de Diego Rivera, quien le enseñó a trabajar con disciplina y precisión. Su formación profesional como ceramista se consolidó en los talleres de Marco Kamffer y Alejandro Velasco, donde compartió aprendizajes con Alejandro Díaz de Cossío y Martín Coronel.

En 1984, Rubén Durán se integró al colectivo H2O –como la fórmula del agua, pero rebautizado con ironía como Haltos con H y Ornos sin H–, bajo la coordinación del artista Felipe Ehrenberg. Durante seis años recorrió el país como parte de este proyecto, impartiendo talleres de comunicación que abarcaban desde la elaboración editorial con mimeógrafo y la creación de carteles con esténciles y aerosol hasta la pintura mural comunitaria. Utilizaba técnicas accesibles y directas en una amplia variedad de contextos: desde niños del DIF y maestros jubilados hasta comunidades rurales y zonas en situación de emergencia, como los campamentos de damnificados tras el terremoto de 1985 y la explosión de San Juanico. Aquellos años no sólo ampliaron su dominio técnico, sino que también le dieron la confianza para trabajar con grupos diversos. Para Rubén Durán, enseñar no es una tarea menor, sino que es una extensión natural de su impulso creador.

Después de dos años de autoexilio en Honduras –donde acompañó a su madre en sus últimos días de vida–, regresó a la Ciudad de México con el apoyo de su amigo Lorenzo Rossi y pronto se instaló en Valle de Bravo, donde colaboró con el maestro oaxaqueño Arnulfo Mendoza, conocido como el Maestro Zaachila, quien le compartió los secretos del torno de rueda y la sabiduría que se transmite con las manos.

Tiempo después, el pintor Arturo Rodríguez Döring, director de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda entre 1998 y 2004, lo invitó a integrarse como profesor. En ese momento, la cerámica no formaba parte del plan de estudios y el taller contaba con pocos alumnos, en parte por el conflicto histórico entre arte y artesanía. Para Durán, la cerámica es escultura, pintura y también grabado. Con el tiempo, el taller que impulsó fue cobrando fuerza hasta convertirse en un espacio fértil de producción y creatividad. Gracias a su persistencia, logró que la asignatura se reconociera como materia curricular y hoy tiene gran aceptación entre los estudiantes.

Después de casi tres décadas de entrega y trabajo en La Esmeralda, Rubén Durán considera que ha llegado el momento de cerrar un ciclo como docente y maestro del taller de cerámica. “Es tiempo del relevo y el cambio generacional”, afirma con serenidad. Veintiséis años de docencia concluyen con la satisfacción de haber formado a generaciones de estudiantes que encontraron en la cerámica una vocación y, en muchos casos, el impulso para crear sus propios talleres, semillas que seguirán dando fruto.

Como le comentó su colega, la artista Mónica Castillo: “para jubilarse hay que gozar de buena salud y tener buenos proyectos”. Rubén se despide con la salud intacta y nuevos proyectos por delante. Seguramente regresará a sus orígenes, a fundar un nuevo taller y a seguir compartiendo su pasión con otros como él.

Las piezas de cerámica de Rubén Durán son una síntesis viva de tradición e innovación. Utiliza técnicas ancestrales para crear formas y diseños que son, al mismo tiempo, modernos y atemporales. Cada una es una celebración de la naturaleza y de la belleza de la tierra: piezas únicas que reflejan su personalidad y una visión profunda de la vida de un artista.