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La crisis global de alimentos
C

omo lo hemos señalado en anteriores entregas, las cifras sobre el hambre y la mal nutrición según la FAO dejan de 700 a 800 millones de personas con hambre y más de mil millones con problemas de obesidad y sobrepeso (https://www.fao.org/publications/fao-flagship-publications/the-state-of-food-security-and-nutrition-in-the-world/en)

Hoy, sin embargo, contamos con una nueva estadística, el Informe Mundial sobre las Crisis Alimentarias publicado anualmente con información del Food Security Information Network, ambas iniciativas promovidas por la Unión Europea.

Entre las conclusiones de ese informe publicado en mayo de 2025, destacan las siguientes: En 2024, más de 295 millones de personas de 53 países y territorios padecieron hambre aguda, lo que supone un aumento de casi 14 millones con respecto a 2023, mientras el número de personas que enfrentaron hambre catastrófica llegará a la cifra más alta registrada desde que este consorcio comenzó su seguimiento en 2016, alcanzando 1.9 millones (https://www.fightfoodcrises.net/who-we-are).

A pesar de proponer soluciones sostenibles, ninguno de estos reportes de instituciones internacionales abordan con detalle los sistemas de producción, circulación, transformación y consumo, el metabolismo alimentario, es decir son acríticos y superficiales.

Consideramos que existen cuatro temas mayores que explican la crisis global de alimentos. El primero tiene que ver con la justicia agraria. Aunque existen estudios de escala nacional, el único recurso de carácter global es el que proporciona la FAO década tras década desde 1950. Su último reporte es de 2014 y analiza 570 millones de unidades productivas. Afortunadamente, como lo señalamos en un ensayo anterior, existe un detallado análisis de la estructura agraria a la escala global efectuado por Sarah K. Lowder y colegas (2016, 2019 y 2021), que proporciona datos sobre 11 tamaños de propiedad desde una hasta mil hectáreas.

El panorama que revela ese estudio es el de una tremenda injusticia agraria: mientras los productores tradicionales con una a 20 hectáreas representan 96 por ciento y sólo detentan 26 por ciento de la propiedad, el 4 por ciento restante, que son los medianos y grandes propietarios modernos (la mayoría con entre 100 y más de mil hectáreas), poseen 74 por ciento de las tierras agrícolas y ganaderas.

El segundo factor es la deformación del sistema global de alimentos, un tema que rara vez se toma en cuenta. De acuerdo a Richtie y Roser (2019), del total de la superficie agropecuaria del mundo, 80 por ciento está dirigida a producir carne y lácteos y sólo 20 por ciento es para alimentos vegetales, de los cuales solamente un tercio son alimentos frescos para el consumo humano.

El tercer factor está en relación con el comercio mundial de alimentos, el cual ha aumentado considerablemente en los últimos 40 años. Ello ha provocado un uso excesivo de energía, el incremento en el uso de agroquímicos para preservar los alimentos mientras viajan, y su consecuente impacto sobre el calentamiento global (crisis climática).

Finalmente el último tema es el de los costos energéticos. Dado que es imposible producir alimentos en propiedades mayores a 20 hectáreas sin el uso de maquinaria y de insumos industriales (fertilizantes sintéticos, herbicidas, pesticidas, tractores, implementos eléctricos, semillas y forrajes) las cantidades de energía invertida en los tres cuartos de las unidades de producción de alimentos es descomunal. A lo anterior hay que agregar los balances negativos entre energía invertida y energía obtenida en los sistemas agroindustriales, y el proyectado agotamiento en dos o tres décadas de los combustibles fósiles (petróleo primero y gas después).