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La otra gentrificación, el Centro Histórico de la CDMX
L

a gentrificación en la Ciudad de México nos remite principalmente a las colonias Condesa y Roma, lugares de moda cuyas viviendas y comercios registran un aumento de habitantes y transeúntes provenientes de otras zonas de alto nivel adquisitivo, muchos de ellos extranjeros que, en respuesta a la oferta y demanda de espacios, pagan altas rentas y costosos productos, fenómeno que encarece la vida y obliga a familias asentadas durante décadas en estas colonias a desplazarse debido, principalmente, a los altos e inalcanzables costos de la vida.

Si bien el fenómeno de la gentrificación no es nuevo, durante los últimos años se ha visto acelerado debido a nuevos modelos laborales, por ejemplo el que adoptan los llamados nómadas digitales, personas cuya labor profesional no requiere de su presencia física en el lugar en el que se ubica la empresa en la que laboran, por lo que cuentan con la posibilidad de asentarse prácticamente donde les plazca, siempre y cuando cuenten con conexión a Internet.

México, por donde se vea, es un paraíso para ciudadanos de otras naciones que encuentran en la nuestra no sólo condiciones climáticas mucho más favorables que en Chicago, Denver, Berlín o Vancouver, sino también costos considerablemente menores a los que tendrían que pagar en sus lugares de origen.

Con el sueldo que percibe en Estados Unidos un gestor de comunidades en Internet, o community manager, como se les dice pochamente, difícilmente podría tener el mismo nivel de vida en Nueva York que en México. Aquí le alcanza para lo que allá no, incluyendo un mayor espacio de vivienda, la posibilidad de comer con mayor frecuencia en restaurantes y brindar en bares y centros nocturnos, o escaparse a algún destino de fin de semana. Lujos que en otros países no podría costear.

Los modelos de renta de vivienda por aplicación sin un término de tiempo forzoso entre arrendador e inquilino, la alta demanda de los mismos y con ello el encarecimiento de la vida, ha desplazado a habitantes de varias colonias. Quienes rentaban no cuentan hoy con los recursos para pagar el incremento del costo de la renta. Los dueños de departamentos o vecindades no pudieron resistir las ofertas de desarrolladores de espacios que remodelaron para rentar a través de aplicaciones como Airbnb, y se han visto desplazados.

Pero lo que sucede en las colonias Roma y Condesa es tan sólo una pequeña parte de la gentrificación en la Ciudad de México. En el Centro Histórico se padece, desde hace años, una gentrificación comercial que ha desplazado a miles de comerciantes que dejaron sus negocios ante la proliferación de locales administrados principalmente por grandes capitales provenientes de Asia.

Antiguos cafés, zapaterías, tiendas de bordados y sastrerías, dulcerías, talabarterías y cafés han sido más que desplazados aniquilados por grandes bodegas que almacenan productos chinos, muchos de ellos contrabando, que inundan las calles a precios bajos con los que los productos nacionales no pueden competir, y que al venderse de manera informal representan una competencia desleal a los comercios que operan de manera formal.

El dinero que la venta de estos productos genera no se reinvierte en México. Buena parte de las ganancias no pagan impuestos y se envían a Asia. Un alto porcentaje de los trabajadores encargados de almacenar o vender los productos que llegan por millones a nuestro país trabajan sin seguridad y al margen de derechos laborales, no cuentan con prestaciones de ley, y laboran en condiciones precarias.

Más allá de satanizar a personas u organizaciones que llegan a nuestra ciudad a cambiar el modelo urbano a través del desequilibrio que sus operaciones económicas causan en nuestras colonias, la responsabilidad para atender el fenómeno se encuentra en las autoridades que deben, por un lado aprovechar las ventajas económicas que la gentrificación puede generar a favor de la ciudad y adoptar políticas redistributivas que beneficien a los vecinos y al propio gobierno, y poner en marcha programas sociales que impulsen actividades que eviten la especulación inmobiliaria y el desarrollo económico descontrolado que erosiona al tejido social urbano.

La gentrificación no es un extranjero que desayuna en una terraza mientras trabaja en su dispositivo móvil, ni solamente un fenómeno que impacta a la vivienda, sino también al comercio. Sólo el ordenamiento y las políticas sociales pueden mitigar sus devastadoras consecuencias, y aprovechar para el bien común la derrama económica que genera.