Opinión
Ver día anteriorMiércoles 9 de julio de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Ética y doble cara
C

on énfasis reciente, la oposición al gobierno y a su partido, Morena, trata o induce asuntos de ética en la discusión abierta. Una materia que, durante los muchos años hegemónicos, estuvo ausente de la polémica pública. Cuarenta años de neoliberalismo tecnocrático hicieron de las conductas, dentro de la rectitud, una anormalidad social. El llamado pragmatismo se fincó en la urgencia de la eficacia, había desterrado del vocabulario cotidiano tópicos como lo bueno, la decencia, lo malo. Había que ser práctico, implicando por ello alejarse de temas filosóficos, incluso de aquellos de cariz ideológico.

Esa postura se dejaba a personas o grupos académicos, religiosos, fuera de la toma de decisiones, concentrados en el deber ser del accionar general o de negocios incluso. Las realidades del poder imponían rigores prácticos y atenciones de inmediato tratamiento. Lo demás, debía ser relegado para los tiempos calmos de ociosos o inocentes.

Las conductas apegadas a la ética tampoco son, en verdad, del interés opositor. Usan su tratamiento como vehículo circunstancial o de combate para la defensa de sus posiciones partidistas o de intereses. En especial dirigen y montan su aplicación, como arma contra la presidenta Claudia Sheinbaum. Sostienen, muy a la ligera y presumiendo voces internas en su oficina, que, cuando menos, ella bascula entre dos universos de dichos, programas o actitudes. Uno de ellos retórico y propagandístico, dirigido hacia el exterior. El otro, el válido, de uso interno en la toma de decisiones. Ambos conviven diariamente y al parecer, no chocan entre sí. Ejemplifican con cualquier asunto que se analice o decida en la diaria exposición. Trátese de un alegato de soberanía y no subordinación ante el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, o también la aceptación y acomodo a las presiones del acontecer que, por lo demás, se vienen sucediendo con frecuencia inaudita. Y ahí recargan su peso crítico opositor, en esa sencilla duplicidad, sostenida sin rigor alguno. Lo cierto es que tal dicotomía no es correcta. Sostener defensas soberanas, en este tiempo de injerencias autoritarias, es de validez indudable. Y, al mismo tiempo, ajustar posturas, adecuadas a la realidad operativa y circunstancial, es obligado dentro del diario quehacer. Una combinación de sutiles, diplomáticas pero firmes variaciones. La pretensión opositora de minar la congruencia presidencial, como demuestra la realidad, no les ha funcionado.

Otro de los recursos, implicados en la crítica trae a colación viejos y tontos alegatos. Se usaron con referencias al ser comunista. Esto implicaba, con escasa profundidad en los planteamientos, una conveniente dualidad con la pobreza o, al menos con estricta austeridad. Costumbres tamizadas de lujos o frivolidad quedaban sujetas al reproche o el desprecio. Tales usos, vueltos a usar ahora, intentan situar, peyorativamente, a la izquierda, es decir, a Morena. Un enfoque, por decir lo menos, pueril y tonto.

Hay, sin embargo, otro tipo de armas que pueden ser más eficaces por ilustradas. Sin que esto quiera decir que, usando dichos argumentos, realmente se penetre en lo sustantivo del acontecer nacional. Los alegatos se enfocan desde conceptos nodales, tales como la democracia, populismo o justicia social y minorías. Parte indicativa de esta manera de criticar –al gobierno o a su partido y dirigentes– parte de situar a los votos como calificador de legitimidad que, en efecto, lo son. Pero, en un acercamiento lateral, puesto que no pueden restarle, tal cualidad legítima, a las votaciones habidas, se usa entonces una categoría sui generis: mayorías relativas, agregándole el calificativo de dictadura. Esto para sostener que son, esas mismas mayorías relativas, las que permiten, al ser mal usadas, controles totalitarios o, cuando menos, autoritarios.

Y así desgranan derivadas que llegan hasta la pretensión de impedir el sano desenvolvimiento de la pluralidad democrática. Es decir, la Presidenta y Morena, con sus reformas, en especial la electoral que se cocina, avanzará en el despojo de las minorías. Su indeseable contraparte será, alegan, la manipulada formación de sus mayorías relativas. Lo que atisban a futuro es un Estado totalitario, fincado en la dictadura de tan espurias mayorías, las cuales logran con el creciente asistencialismo. Terminan, críticos opositores, con frases para el firmamento: dictadura blanda del proletariado.

Con tales planteamientos, la opinocracia concluye que los morenos, usando el respaldo de los de abajo, están finiquitando los contrapesos. Asunto que no logran, puesto que la plutocracia, ahora reforzada, la ven como su potencial aliada. La clase realmente afectada es la media que informa la pluralidad. Un craso error que les saldrá caro. Este engranaje argumentativo no se sostiene y, por eso, la fidelidad de los de abajo continúa, pues saben de la importancia que tienen para el gobierno. Uno que les pertenece y atiende.