n déjà vu. Eso es lo que estamos viviendo. Más de 20 años después de que Estados Unidos invadiera Irak bajo falsos pretextos, asistimos a la misma opereta belicista en el sur de Florida, desde donde se vuelve a maniobrar para empujar a Washington hacia un nuevo capítulo de agresión militar contra Cuba.
Durante la primavera de 2003, mientras los misiles caían sobre Bagdad, el sector ultra de la emigración cubana salió a las calles de Miami con una consigna perturbadora: Irak ahora; Cuba después
. La manifestación, celebrada en la Calle 8, no fue un acto aislado ni una expresión marginal. Representó una presión concreta hacia el gobierno de George W. Bush para extender su cruzada militar a la isla caribeña, bajo las mismas mentiras justificativas de la liberación
, el terrorismo
y las armas de destrucción masiva
que ya habían sido empleadas para iniciar la invasión a Irak.
En paralelo, centros de pensamiento como el Instituto para Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami –con vínculos estrechos con el aparato federal– recibían financiamiento para diseñar un futuro posrevolucionario en la isla. Uno de sus paneles, titulado sin rubor La transición en estados delincuentes: Irak, Palestina y Cuba
, equiparaba a la isla con teatros de guerra. El mensaje era claro: ni Cuba ni Palestina eran una excepción, sino objetivos pendientes en la estrategia de cambio de régimen
global de Washington.
Las voces más influyentes del momento tampoco ocultaban esta posibilidad. En marzo de 2003, el entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, fue interpelado en el programa Meet the Press sobre si Cuba estaba en la lista
de países a invadir. En su respuesta descartó una operación inmediata, pero dejó la puerta abierta con un inquietante a menos que posean armas de destrucción masiva
. Pocos meses después, el subsecretario de Estado John Bolton –conocido por su historial belicista– inventaba la mentira de que la nación caribeña producía armas biológicas y compartía biotecnología con estados despreciables
. La demonización estaba en marcha.
Esta narrativa, que sirvió para endurecer el bloqueo económico, limitar los viajes y las remesas, fue respaldada entonces por los congresistas cubanoestadunidenses de línea dura. Castro tiene los días contados
, dijo Mario Díaz-Balart a los periodistas en 2004, y 20 años después sigue repitiendo sin sonrojarse esa frase.
Hoy, cuando EU e Israel han escalado su ofensiva militar en Irán, la maquinaria propagandística de Miami vuelve a agitar la bandera de la intervención armada. En redes sociales, la congresista María Elvira Salazar no disimula su entusiasmo: “Así se enfrentan a los tiranos, no sólo en Irán, sino también a sátrapas en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Paz a través de la fuerza. Esa es la manera americana”. Su colega Carlos Giménez, por su parte, amenaza con tono mesiánico: Con Trump no hay cuentos, ni excusas. El tiempo se les acabó
.
Cuba es presentada nuevamente como una amenaza estratégica
, no por lo que hace, sino por con quién se relaciona. Su alianza con China, Rusia, Irán y Venezuela basta para justificar una alerta de seguridad nacional. La retórica recuerda peligrosamente al discurso del eje del mal
. La isla es convertida en enemigo operativo no por sus acciones, sino por su mera existencia geopolítica, como si la soberanía cubana fuera en sí misma una provocación.
Llevamos semanas con la angustiosa corazonada de estar viviendo un déjà vu tras otro. Trump invoca como un éxito militar estadunidense el triste recuerdo de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, donde la humanidad descubrió con horror el infierno atómico de la guerra. Los inmigrantes son cazados como bestias, igual que los comunistas y los judíos antes de la Segunda Guerra Mundial. Hay rabia y desesperación ante las imágenes de estadunidenses que defienden consignas genocidas que invitan al odio, la guerra entre hermanos y la destrucción. Y cuesta mucho creer a Trump cuando dice que las acciones bélicas en Irán terminaron, porque cuesta mucho creerle cualquier cosa.
Este clima político-mediático revela una peligrosa redición de las matrices discursivas que precedieron la catástrofe iraquí. La lógica es la misma: desinformar, aislar, demonizar, justificar sanciones y, si se alinean las circunstancias, legitimar la intervención en los oscuros lugares del planeta
.
Aunque la mentira de las armas de destrucción masiva en Irak aún retumba como un fracaso ético y político de Occidente, la ultraderecha de Florida insiste en repetir el ciclo e intenta arrastrar a EU hacia una agresión injustificable contra Cuba. Ocurre en un contexto volátil, donde lo único seguro es que la guerra de los 12 días
ha puesto al mundo peligrosamente cerca de un cataclismo de consecuencias impredecibles. Tampoco ayuda la falta de certeza acerca de lo que sucedió o no sucedió en Irán, o de lo que podría ocurrir en Medio Oriente en los próximos días. Ni hablar de que los principales agresores en este conflicto son tan sosegados como el Alka-Seltzer.