La mítica Fontana di Trevi, en Roma

n el centro histórico de Roma, cuyo acceso por estrechas calles de piedra sólo es posible a pie, se halla una de las fuentes más célebres del mundo. Su nombre alude al distrito de la capital italiana donde se encuentra.
Esta joya del barroco italiano no sólo es un símbolo de la ciudad, sino también un imán para millones de turistas que cada año acuden con un deseo y una moneda en la mano. Los que se aventuran a explorar Roma en auto se enfrentan a menudo lío para buscar estacionamiento, si lo logran, a partir de la avenida aledaña hay que caminar cerca de siete minutos.
Es imposible encontrar espacio en el intenso tráfico y las famosas motocicletas Vespa, que como avispas rondan entre los autos para hacerse un lugar.
Más que una obra de arte, la Fontana di Trevi adquirió un aura mítica gracias a la tradición de lanzar una moneda de espaldas al agua. La leyenda dice que al hacerlo el regreso a Roma está asegurado. Esta costumbre, inmortalizada en películas como La dolce vita, de Federico Fellini, la ha convertido en un ícono romántico y cinematográfico.
Cada día se recogen 3 mil euros, que son donados a organizaciones benéficas que ayudan a personas en situación de calle. La multitud de turistas que hacen fila para llegar a la parte más baja y tirar la moneda es un reto a la paciencia, quienes deciden sólo llevarse el recuerdo de la foto se colocan en diferentes puntos.
Frente a la fuente las aglomeraciones son apenas soportables, es un paraíso terrenal para los carteristas. Lamentablemente ha adquirido la mala fama de ser el lugar ideal para que los adeptos a apropiarse de lo ajeno hallen una oportunidad cuando los turistas están distraídos en captar al famoso monumento.
Sus dimensiones pueden ayudar a imaginar el flujo humano que ahí se concentra: casi 50 metros de frente por 30 de alto y 20 de ancho. Construida entre 1732 y 1762, la fuente fue diseñada por el arquitecto Nicola Salvi y terminada por Giuseppe Pannini. Su monumental fachada adosada al Palacio Poli representa a Neptuno, dios del océano. Es aquí donde la talla en mármol de las figuras que lo acompañan revela una escena casi poética.
Un imponente Neptuno emerge majestuoso sobre un carro en forma de concha tirado por dos caballos. A ambos lados, dos tritones, criaturas de la mitología con la parte superior del cuerpo de humano y la inferior de un pez, luchan por dominar lo que se interpreta como la ambivalencia de criaturas marinas que simbolizan, por un lado, la calma y por el otro, la tempestad del mar.
Además de su belleza escultórica, la Fontana di Trevi es un testimonio del ingenio romano, el agua de la que se alimenta proviene del acueducto del Virgo, construido en el año 19 aC, y que incluso hoy abastece a varias fuentes de la ciudad.
Visitar la Fontana di Trevi no es sólo contemplar una maravilla artística, es participar en una experiencia compartida por generaciones y percatarse de un sinnúmero de lenguas que ahí confluyen entre los miles de turistas que se embelesan por su belleza.
Bajo el murmullo del agua que entre la multitud impone su presencia y entre los destellos del mármol travertino, el deseo de regresar a Roma se hace latente como lo promete nuestra moneda.
Alia Lira Hartmann