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En el cumpleaños 80 de Keith Jarrett
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▲ Manfred Eicher y Keith Jarrett.Foto Roberto Masotti, tomada del sitio web de ECM Records
 
Periódico La Jornada
Sábado 28 de junio de 2025, p. a12

El maestro Keith Jarrett festejó su cumpleaños 80 publicando disco: New Vienna, grabado en vivo en 2016 en la capital austriaca, donde grabó antes, en 1992, The Vienna Concert. Escuchar ambos discos ofrece perspectivas alternas para el asombro y el disfrute pleno de la belleza en todo su esplendor.

La novedad discográfica que hoy nos ocupa consiste en la edición del concierto que ofreció Jarrett hace nueve años en uno de los templos máximos de la música en el orbe: la Sala Dorada Musikverein, casa de la Filarmónica de Viena y sede de los más importantes acontecimientos de la historia de la música.

Fue el cuarto concierto de su gira europea de 2016, luego de los que también convirtió en disco: Muchich 2016, Budapest Concert y Bordeaux Concert. Dos años después sufrió dos embolias que lo mantienen postrado en su casa rural de Nueva Jersey.

Desde entonces ha publicado discos como una manera de permanencia. Su editor, Manfred Eicher, es su cómplice desde hace décadas y han vivido aventuras tan intensas como una gira europea en automóvil y un día lluvioso llegaron a Köln, donde registraron uno de los referentes de la cultura pianística del orbe: el Köln Concert, que acaba de cumplir medio siglo.

Es costumbre de la dupla Eicher-Jarrett grabar todos los conciertos, de manera que existe todo un arsenal publicable de acuerdo con los estrictos criterios que los llevan a decidir cuál grabación convertir en disco.

New Vienna cumple con tales merecimientos, calificaron Manfred y Keith y es por eso que tenemos nuevo disco de Keith Jarrett sonando en los altavoces.

El experto Jack Kenny estuvo presente en la Sala Dorada del Musikverein de Viena cuando Keith Jarrett ejecutó la sesión que hoy conocemos como New Vienna. Una vez apagado el largo aplauso de bienvenida cuando Keith se paró junto al piano, ante la conmoción generalizada exclamó: no tocaré una sola nota hasta que esas dos personas que acaban de tomarme una foto, abandonen la sala. Los que estén sentados a su lado, díganles que se vayan o no toco esta noche.

Finalmente, un joven de unos 25 años, narra Jack Kenny, abandonó cabizbajo la luneta. La atmósfera ya se había cargado de ansiedad. Keith Jarrett se sentó al piano, cerró los ojos, respiró profundamente y comenzó una suite en nueve partes que podemos escuchar una y otra vez y todas las veces nos estremece.

Porque la belleza de las invenciones repentinas de Keith Jarrett es siempre estremecedora.

El disco New Vienna tiene una peculiaridad: nos dota de la sensación de estar leyendo a Kazuo Ishiguro. Así de elegante es la belleza del toque pianístico de uno y la prosa del otro.

El capítulo inicial es de alta complejidad y obedece a una constante en los conciertos a piano solo de Jarrett: llega al escenario una vez que en el camerino se puso a vaciar la mente.

Esos caminos de apertura tienen mucho de Schoenberg, sin excederse en lo atonal, pero con ángulos pronunciados, frases entrecruzadas, velocidades contrastantes. Un río.

La escucha del disco entero nos va dotando de atmósferas literarias en nuestra mente. Esta pieza inicial nos proporciona la sensación de estar leyendo el Ulysses de James Joyce, con sus aliteraciones, sus juegos de palabras, su sintaxis en espejo.

Luego de Schoenberg, suena a Alban Berg. La Segunda Escuela de Viena en esplendor. No es fortuito: Keith Jarrett se sabe habitante de la sala de conciertos donde Arnold Schoenberg, Alban Berg y Anton Webern, integrantes del movimiento artístico conocido como La Segunda Escuela de Viena, hicieron su nido.

El fragmento próximo también contiene frases hirsutas. Esta vez nuestra mente asocia la lectura de las novelas de Dostoievsky, con sus frases de acero y enseguida, como es costumbre en Keith Jarrett, el paisaje se vuelve níveo, álbeo, infinito. Ahora nos parece estar leyendo a Jon Fosse.

La manera como Jarrett encadena una frase con la siguiente es como un acto de magia, una literal prestidigitación en una acción fascinante: observar con el oído, porque toda la música de Jarrett es sinestésica, la manera como sus conexiones neuronales se van tejiendo.

Es como si viéramos el cerebro de Keith Jarrett a través de una máquina mágica que pone en colores fosforescentes las conexiones neuronales y presenciamos los chispazos cuando dos neuronas se amaridan.

La pieza tres es un claro ejemplo de estas impresiones: Jarrett en las teclas más graves ejerce una acción percusiva que al mismo tiempo funge como basso continuo y esa tracción pone a funcionar una maquinaria donde rondanas, engranajes, poleas y andamios están en movimiento, como si cobrara vida El jardín de las delicias de El Bosco.

Esa misma pieza tres conecta de inmediato con las atmósferas que producen las partituras de Gyorgy Ligeti con su carga de misterio y erotismo, patentes en el filme Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick, el gran descubridor de la música de Ligeti, que utilizó en sus montajes cinematográficos.

La estructura armónica de este episodio tercero posee el equilibrio transparente de una puesta en vida de la secuencia de Fibonacci. Ondas hondas. Fascinante.

Otra de las constantes en los conciertos a piano solo de Keith Jarrett son sus episodios hímnicos. Esto sucede en la pieza siete del nuevo disco de Jarrett, donde solemnidad, emoción intensa e inspiración elevan monumentos invisibles, mueven montañas metafísicas. Estremecen.

Y esos pasajes hímnicos suelen dar paso a secuencias donde el gospel impera y este es el caso: la pieza octava del disco New Vienna nos transporta a estancias luminosas, caderas bamboleantes, alegría y un misticismo profundo que resuena en olas expansivas de sonido. Ahora tenemos la sensación de estar leyendo a William Faulkner.

Vale mucho la pena alternar la escucha del primer concierto en Viena de Keith Jarrett, registrado en el disco The Vienna Concert, de 1992, con el recientemente editado, a partir del concierto que ofreció Jarrett en esa ciudad, pero en 2016.

Son dos discos diferentes. El primero acusa la vehemencia del Keith Jarrett de hace 23 años, con sus gemidos, sus golpes con la palma de la mano contra la madera del piano, sus acrobacias, su velocidad increíble, mientras el segundo concierto en Viena es la típica obra de madurez donde la elegancia es el elemento primordial.

Por supuesto que los puntos de contacto entre ambas grabaciones son abundantes, inclusive sorpresivos. Por ejemplo: la Parte 2 del disco de 1992 tiene una semejanza notable con la pieza 3 de la grabación dada a conocer en estos días.

En ambos discos se despliega un poderío de invención que pocos artistas tienen. Es fácil decir que Keith Jarrett entra con la mente vacía al escenario y se sienta a tocar el piano durante una hora de acuerdo con lo que llega a su mente. Cuando escuchamos cualquiera de esos conciertos convertidos en disco, resulta evidente que se trata de un trabajo descomunal.

Porque no es lo mismo que un pianista se ponga a realizar improvisaciones a partir de un tema determinado, práctica en boga desde hace décadas, a que ese pianista se ponga a organizar sonidos, secuencias de sonido, frases, motivos melódicos, estructuras armónicas, contrapuntos y que lo que va tomando forma de repente forma ríos que desembocan en océanos que desatan tempestades, vientos calmos y asciende el todo hacia las nubes.

Hay una poética en lo que hace Keith Jarrett. Es como si en cada uno de esos conciertos pusiera en sonido El nacimiento de Venus, de Botticelli.

La escucha de los conciertos a piano solo, de más de una hora de duración, de este pianista gigantesco, es una de las experiencias más deliciosas, intensas e inspiradoras que hay en música.

Es costumbre también de Jarrett ofrecer una o dos piezas de regalo al terminar sus hazañas. En el disco que hoy nos ocupa, New Vienna, nos regala suculenta disertación a partir, ahora sí, de un tema conocido: Over the Rainbow, conducta que en él es un hábito.

Su nuevo disco no es la excepción, ya esa pieza viene incluida en otras hazañas grabadas anteriormente.

Lo que es más que una costumbre en los conciertos monumentales a piano solo de Keith Jarrett es su genealogía, su non plus ultra, su passepartout, su seña de identidad: en su nuevo disco, la pieza final nace, evidentemente, de la máxima influencia e inspiración de Jarrett y tiene naturaleza divina y tiene nombres y apellido: Johann Sebastian Bach.

Y rendimos reverencia.

X: @PabloEspinosaB

disquerolajornada@gmail.com